XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MI TÍO JESÚS

Marcela Inda Larco

Un viernes 3 de julio llegué por primera vez a Pamplona. Tenía, sin embargo, la sensación de que regresaba, de que había llegado a mi casa. Cantaba en mi infancia la voz de papá: “Ay, mi Pamplona, ¡nunca te podré olvidaaaaar!”…
El tío Jesús me dijo: “Vamos a hacer el recorrido de los toros, pero al revés”. Y remontamos la Estafeta. Conocía todos los bares y qué había que pedir en cada uno. En el Bodegón Sarria, jamón. Curva de Mercaderes, Ayuntamiento… Los vallados, ya colocados. La plaza del Castillo, el Café Iruña. ¡Los fritos de pimiento del Rosch! Yo feliz con Jesús, en mi nueva ciudad natal. Siguieron días así, de una generosidad rayana en el exceso.
Mis mates de la mañana lo indignaban: “¡Ese agua que tomas!”. Así que el 6 me preparó el desayuno: bocadillo de revuelto de setas. Vestidos de pamplonicas, partimos a la plaza. Empezaban, ahora sí, los San Fermines. Los primeros para mí. Y los últimos para él, que, como si lo hubiera sabido, no escatimó en brindis.
Volví a Pamplona unos años después y me costó recorrer sus calles sabiendo que él no estaba allí. Entré al Rosch y me tomé un txakolí en su honor. 

ES VIDA DE HOY

Marcos Pérez Barreiro

Este año, volverán a sonar los clarines del valor. Esos por los que, una maldita enfermedad, los tuvo silenciados. No por miedo, sino por la opción bastarda de la fortaleza de la ganancia final. Esa por la que, cuando en la plaza, el sonido del pundonor extinga el crédito de cualquier contagio, la dicha será plena. Tanto, o más, que, en ediciones anteriores, que hablaban de gestos, de certidumbres… de hechos compartidos. Hechos por los que, participar, era un desafío hacia aquellos que poseían la misma creencia que tú. El motivo de sobreponerse a una jauría humana disfrazada de venganza animal. Algunas veces herida en su orgullo interior. Algunas veces herida en su orgullo externo. Ese por el que, correr, no será una forma de huir del miedo, sino que será una forma dar cabida al miedo. Es decir, será la celebración del entierro de dos años en el transcurrir del tiempo. Esos por los que, correr, fue sencillamente un acto personal. Lo que convertirá a los clarines exteriores en algo tan especial, que resonarán en un mundo nuevo. Uno en el que, el sentimiento vital, pertenecerá a alguien que hoy entrena, para volver a escuchar el sonido del orgullo interno de su valor.  

EVANESCENCIA

Marcos Dios Almeida

Vestida con su inmaculado camisón la muchacha salió a la rúa en busca de la colmada herrada que la lechera dejaba cada mañana frente al portal. En ese momento un carro cargado con barricas de vino volcó en aquella curva de Mercaderes. Apenas dos vecinos vieron la negra melena y el vestido moviéndose acompasados, cual espadaña segada y zarandeada por el viento.

Un atleta consumado avanzaba ufano dando rápidas zancadas con los morlacos pisándole los talones, pero no vio venir a Diavolo, el espécimen de Bos taurus con más mala leche de la manada.
Fue un tiempo ralentizado donde el ojo humano no habría apreciado detalles vitales, como que el pitón derecho seguía una trayectoria mortal. Ella sí lo vio… Cuando intuía la fatalidad en aquella zona se presentaba translúcida para la posible víctima, e invisible para el resto.
Los ojos de Patxi se clavaron en la bella aparición… El espectro le tendió la mano. Él la agarró con obediencia. Con el tiempo discurriendo a cámara lenta el ánima tiró del navarro lo justo para que el asta solo atravesara la camiseta. Entonces el deportista fue consciente de que la inmaterial evanescencia le había salvado de morir por culpa de su soberbia.