BARRIO DE LOS HUÉRFANOS
Marcos Sánchez Mongay
Su abuela, la última que extravió una lágrima con la jota en la Plaza del Consejo, le despertó susurrándole al oído: “Lo he leído en el periódico”. Abrió los ojos. Saltó de la cama. En pijama, qué más daba, salió a la calle. Apenas abandonar el portal, allí estaba el último mozo al que un miura le tatuó a sangre en el costado. Y se lo contó. Después vio al último gaitero de notas hipnóticas, a la socia de la peña que enrolló por última vez la pancarta, al autor del último giro mágico de Braulia, a la trompetista de la Pamplonesa que acostó y a la vez despertó a la ciudad en la última diana, al último camarero sonriente pese a la marabunta o al último extranjero que, buscando a Hemingway, descubrió una vivencia incontenible en libro alguno. A todos ellos se lo contó.
—¿Por qué corres tanto? —le preguntó una joven, la última en escuchar “te quiero” bajo el destello de los fuegos artificiales.
Excitada, apenas podía respirar. Pero tampoco detenerse. El Barrio de los Huérfanos, de reciente construcción en medio de un páramo donde siempre hace frío, debía conocer la noticia.
—Porque vamos a volver —respondió la niña.
FERMÍN Y SANTIAGO
Marcos Ahechu Albéniz
Jueves, 14 de Julio, día nublado en Pamplona. En un abrir y cerrar de ojos, el vallado del encierro ha sido desmontado y ha dejado desangelado el centro de la ciudad. Se palpa en el ambiente cierto aire melancólico.
François llega sudoroso desde Roncesvalles. Sabe que Santiago queda lejos todavía, pero sueña con la magia del camino.
En el albergue de la calle Compañía se asea y come un poco.
Tras visitar al santo y confesarle su vacío existencial, asume su nostalgia con la esperanza de encontrar algún día la razón más pura de su existencia, el vínculo afectivo único e irrepetible del que se siente amado.
A media noche, se acerca a la plaza del ayuntamiento para presenciar, por primera vez, el “pobre de mí”.
Con los ojos llorosos y mirando al cielo, se dispone a cantar junto al resto de la muchedumbre cuando una bella mujer le interrumpe para ofrecerle una vela encendida.
– ¿cómo te llamas?
– Sara
– Gracias Sara. ¿Eres de Pamplona?
– No, estoy de paso y voy a Santiago – le responde con una preciosa sonrisa-
François mira al cielo, otra vez, y dice:
– Creo que Fermín y Santiago eran muy buenos amigos.
CHURROS CON SABOR A FIESTA
Margarita Rey Baztán
Una mañana de verano, en plenas vacaciones, mis hermanos y yo esperábamos ansiosos a papá. Deseábamos cambiar nuestro aburrido desayuno de leche con cacao empapado en el pan duro del día anterior, por churros, unos churros que sabían a fiesta.
Mamá respiraba aliviada cuando se abría la puerta de casa y entraba papá con el periódico en una mano y los churros en la otra. Ella arrugaba el morro entre el alboroto que generaba su llegada. Hacía un poco más de media hora que habíamos escuchado un cohete y salíamos de la cama mientras esperábamos el ansiado desayuno.
Papá nos relataba con pasión y un poco de imaginación sus corredurías por las céntricas calles de la ciudad mientras devorábamos esos churros que conseguían diluir, entre tanto jolgorio y alegría, la bronca de mamá que año tras año recitaba en el mismo día. Ella temía perder a quien luchaba a diario por sacar adelante a los cuatro mocosos que no dejábamos ni un grano de azúcar en el papel encerado.
Vivíamos en Pamplona, el reloj marcaba las 7:40 de la mañana y el calendario colgado en la pared indicaba que era 7 de julio de 1964.