UN BESO EN LA MEJILLA
María Campión Rodríguez
Cada 7, cada 8, cada 9… Cada noche anterior, me he despedido de él. Le he pedido que tuviera cabeza, aunque siempre le haya gustado ir delante de ella. Un beso en la mejilla y a la cama.
Cada 7, cada 8, cada 9… 7:30 de la mañana. Despierta desde que se ha ido, deambulo al sofá y enciendo la televisión. El silencio ha llenado su hueco. Prenden la mecha del cohete. Miro de reojo al San Fermín colgado en la pared del salón, como si pudiera comunicarse con el que lleva él colgado del cuello.
Suena el cohete en casa. Suena en la tele. Venga, 2 minutos.
Corrales, hornacina… llega la curva. Ahí se asoma. La librería de Marcela, la valla del Mercado de Santo Domingo, Ayuntamiento… Para mí ya ha terminado.
Suenan dos cohetes y seguido el teléfono. “Ha ido bien, he podido coger cabeza”.
8:30, suenan las llaves y se abre la puerta. Un beso en la mejilla, “egun on aita” y a desayunar. Como si los croissants recién hechos pudieran bajar ese nudo.
Y así, cada 7, cada 8, cada 9… Le he pedido que tenga cabeza, aunque supiera que iba a intentar ir delante de ella.
UN ANTES Y UN DESPUÉS
María Mateos Blázquez
Era mi primera vez. Las calles engalanadas estaban repletas de gente que ponía una pincelada de luz y color con sus atuendos blancos y sus pañuelos rojos al cuello, al son de las charangas. La fiesta y disfrute se respiraba en cada baldosín. Así iba yo: boquiabierta, ensimismada, intentando no perder detalle, totalmente abducida por aquel ambiente festivo y embriagador. Tropecé, cómo no.
Unos ojos verde intenso me enfocaron mientras una mano firme sostenía mi brazo para evitar que me cayera.
-Oye, ¿estás bien?
Totalmente descolocada y atrapada por esa mirada solo dije que sí con un movimiento de cabeza. Me maldije después, ni siquiera las gracias por evitarme el topetazo. Estaba cabreada conmigo misma por esa ineptitud, pero pasados unos momentos el ambiente me envolvió. Era imposible no dejarse llevar por esa vorágine de alegría, disfrute y de pasión que había a mi alrededor. Mi corazón galopaba…
El sonido del despertador me arrancó literalmente de las calles de Pamplona, de aquel bullicio que marca un antes y un después en la vida de quién ha estado en los Sanfermines.
-¿Qué hora es?
Me giré para responder y choqué con esa mirada verde que me cautivó desde el primer día.
EL CAMINO DEL MÁRTIR
María Rodríguez García-moral
Me sentía seguro porque sabía que el señor me iba a acompañar allá donde fuera, así como ha hecho durante todos estos años de evangelización que he estado en Francia y en Pamplona. Solo necesitaba a Jesús a mi lado y todo saldría bien, pero cuando vi la guillotina sentí náuseas. Comencé a tragar saliva, mis manos no paraban de sudar, y las piernas me temblaban. Ya no escuchaba a la gente gritar, y veía el camino más lóbrego. ¿Jesús me había abandonado?
Como si de una señal se tratara, un rayo de luz iluminó la cuchilla afilada que marcaba mi destino. Tenía miedo, pero el poco valor que me quedaba me ayudó a seguir andando cabizbajo hacia la espantosa máquina. Me arrodillé, colocaron con sumo cuidado mi cabeza y un cosquilleo constante exploraba las bifurcaciones de mi cuello. Conté lentamente. Tres… Dos… Uno. En el instante en que mi cabeza cayó, la vida se congeló y alcancé a ver algo que me dejó atónito. Todo el mundo que vino a ver mi decapitación sacó una tela roja y se la anudó al cuello, y en mi cabeza sonó un hilo de voz que decía: “Bienvenido al cielo, Fermín”.