MI SENTIR SANFERMINERO
Mertxe Labrador Otamendi
Suspiros en blanco impoluto
al son del latido de mi corazón,
el rojo discurre por mi cuerpo
con borbotones de excitación.
Chispas de alegría y de alboroto
de mis iris destellan con emoción,
al gran estruendo del chupinazo
la fiesta descorcha la exaltación.
El colorido, la sapidez y el efluvio
fundidos con jornadas de diversión,
Infestadas rúas , plazas con gentío,
niños, adultos y mayores con ilusión.
Gigantes, cabezudos, kilikis, zaldikos
acompañan al morenico santo patrón ,
la pamplonesa ameniza el recorrido ,
a su paso le vitorean con veneración.
Dianas, charangas, folclore, conciertos,
diversidad musical en cualquier rincón,
bailan salerosos oriundos y forasteros ,
la ciudad hospeda sin discriminación.
Del chupinazo al pobre de mí llegado,
los días disfrutados con gran pasión,
los rescoldos del frenesí custodiados
prenderán otro año con presunción.
SAN FERMÍN MADRILEÑO Y… ¡OLÉ!
Miguel Cañadas
El ritmo que impone la ciudad de Madrid es demencial. La estación de metro es un hervidero de gente corriendo. Los que van un poco más lentos estorban a los que van un poco más rápidos. El problema es que los que van rápido tropiezan y caen al suelo. El resultado es como el de San Fermín cuando los mozos que corren al toro quedan atrapados en el acceso a la plaza, sólo que en aquí quedan atrapados en la puerta del vagón. Las cámaras de metro graban aquellas peloteras de gentes unos encima de otros. A todo esto, y en esta nueva pelotera, una panda de chavales anima al personal que queda en pie al grito de.. “arropa que hay poca”. Se forman grandes tapones y revuelos, también tenemos en la tienda de la estación el periódico para cantar aquello que dice: “A San Fermín venimos por ser nuestro Patrón” y la tienda de comestibles con los tetrabriks de vino. Vamos con muchísimas prisas y corriendo, vamos a coger el metro con tanta premura que los pamplonicas delante del toro de 500 kilos bien pudieran parecer al lado de los madrileños la más lenta de todas las tortugas.
ENCIERRO DE SAN FERMÍN
Miguel Ascorbe Muruzábal
Xabi avanzaba entre el gentío, todavía bastante limpio, abriéndose paso a duras penas, para encontrar un sitio que le permitiese ver el txupinazo. Aunque no eran sus primeros Sanfermines, sí que era la primera vez que iba a la plaza del Ayuntamiento para el lanzamiento del cohete. Los brazos alzados, los cánticos y las incesantes olas de seres humanos acercándose al corazón de Pamplona anunciaban la proximidad del momento. Desde la privilegiada posición que había alcanzado vio salir al balcón a una persona que comenzó a decir:
-Pamploneses, pamplonesas…
La gente a su alrededor gritaba enloquecida.
-…lamento comunicaros que este año no se celebrarán los Sanfermines.
«¿Cómo?» -pensó Xabi alucinado, mientras la muchedumbre aullaba, incrédula, un no inmenso desde el fondo de sus pulmones. «Es imposible, nunca se han cancelado los Sanfermines». En aquel momento se despertó en su cama, bañado en sudor producto de la horrible pesadilla, y rio. «Ja ja, estaba claro que no podía ser real». Se levantó y fue a desayunar. Encendió la radio y escuchó al locutor decir: «Debido al avance imparable del virus, el alcalde de Pamplona ha decidido que este año los Sanfermines no se celebrarán». Xabi se pellizcó con fuerza, incapaz de saber si seguía soñando.