XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


ROJO EN SAN FERMÍN

Paola Lizbeth Sandoval Bermudez

La música sonando a todo volumen haciendo vibrar el suelo, golpeando vuestros sentidos y sobresaltando corazones.

Las risas y gritos de alegría resuenan muy cerca de vosotros y en todo vuestro alrededor.

Las emociones se contagian al escuchar el cantar de un grupo de personas en la calle.

Diferentes olores se esparcen por el aire llegando a cualquier rincón.

El probar diferentes bocadillos es una experiencia como ninguna para vuestro paladar.

Ir caminando por la calle, sintiendo miles de emociones, teniendo cientas de nuevas experiencias y anécdotas.

Mirar a todo tu alrededor notando que hay un color que sobresale entre todos: el rojo.

En un festival lleno de pura emoción, que rebosa alegría, destila pasión y calidez, fuerza y poder, atracción y amor. Eso es lo que representa el rojo en San Fermín. 

EL RETO

Patricia Díaz Santos

Nas Nimref había llegado desde las cálidas tierras del sur. Se trataba de un viaje iniciático y su reto, después de las peripecias del viaje, consistiría en correr delante de un toro el día 7 de julio en Pamplona. Sabía que, si era capaz de ello, ya no dudaría nadie de su arrojo y su valentía ante las adversidades.
Estaba seguro de que si superaba el desafío sería un antes y un después en su vida. Pues le tenían por un cobarde tras haber huido ante las amenazas de los matones del barrio.
Así que, por ese motivo, se encontraba al inicio de la cuesta de Santo Domingo, con el miedo activándole los pies, ante la vista del astado que con un impresionante trapío dirigía hacia él 600 kg de furia y sangre.
Se le aceleró la respiración y el corazón le avisó del peligro inminente. Entonces, se miraron fijamente a los ojos por la parte donde chorreaba el alma, vertiendo el sansón en Nas Nimref todo el valor, coraje, bravura y resolución que necesita un hombre para vivir.
Al final de las fiestas decidió que nunca se quitaría el pañuelo. Desde entonces se le conoce como el valiente del pañuelo rojo.
 

7 DE JULIO

Patricia Collazo González

Los solemnes tambores atronaron la plaza cuando la procesión se puso en movimiento. Era el primer año en que se animaban a sacar al santo después de la pandemia de tristeza. Cubrirle el rostro con una mascarilla púrpura fue solo un gesto de buena voluntad. Algo que los feligreses esperaban agradara al todopoderoso, porque como medida de seguridad resultaba ridícula. No podían permitir que San Fermín se contagiara del ambiente de pena y desasosiego que iba apoderándose de todos los rincones del mundo.
Pero cuando hicieron el esfuerzo de cantarle su jota en la Plazuela del Consejo, la gente pareció animarse. Y el santo también. En cuanto la comitiva dio los primeros pasos para continuar, la figura movió a lo Travolta su brazo derecho apuntando al cielo, se remangó la túnica y se lanzó en plancha a la multitud que, pasándolo por sobre las cabezas, terminó absorbiéndolo. A San Lorenzo, nunca regresó.