XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PAMPALUNA

Pilar Alejos Martinez

Cada 6 de julio, el cuerpo me pide almorzar huevos fritos y magras con tomate, pero cuando dan las 12, me revuelvo de tal manera que echo de menos brindar con champán en el momento del chupinazo. Y se acabó el descanso. Parece que fue ayer cuando llegué aquí con Hadley por primera vez. No sabía pronunciar tu nombre. Pero, desde mi obligada ausencia, la memoria se me inunda de vino y sidra, a ritmo de charanga y de las notas del Riau-riau. Con los huesos maltrechos de bailar día y noche durante todas las fiestas, al amanecer, acudo de nuevo al encierro, periódico en mano, para encomendarme a San Fermín. Mientras espero, asciende la adrenalina y me estremezco. Dejo de ser una leyenda para ser un pamplonica más. Y vuelvo a sentir la emoción de correr el encierro junto a los toros por la Cuesta de Santo Domingo, la plaza Consistorial, las calles Mercaderes y Estafeta, hacia la plaza de toros. Disfruto cada instante al máximo entre la multitud, hasta que, hecho polvo, canto el «pobre de mí».
Otro año más, me siento vivo contigo, Pamplona. Pero cuando los Sanfermines terminan, siempre permaneces en mis novelas, aunque yo me desvanezca en la eternidad.
 

LA CASA SIN LLAVES

Pilar Fernández Larrea

Aquel día Ana olvidó las llaves en casa. Colgaban del llaverito de San Fermín, el del morenico de rostro cada vez más raído. Había pasado tantos años con él, escaleras arriba y abajo, paseos de calles pétreas y quebradizas al tiempo. Cuando lo encontraba entre los dedos jugueteando en el bolsillo era como si le guiara en el camino y le quitara los miedos. Y sin él, no supo bien cómo regresar. Las piernas, algo añejas, le proponían descaradas caminar sin pendiente, al cauce del río, donde la ciudad se mece. Allí anduvo más y más hasta que la noche ganó al día y los sueños a los recuerdos. Qué más da, si en la orilla podía viajar al bullicio, la música en blanco y rojo. Cantar. Reír. Y ver sonreír. A quién importa qué dijera el calendario. ¿Por qué no una fiesta eterna? ¿Por qué no soñarla? Al amanecer desanduvo el camino, como quien hilvana con lentes. Pero ya nada era igual. Siguió unas calles más, confusa. Hasta que encontró otra casa. Una donde no hacen falta llaves para entrar, donde siempre hay alguien en la puerta: “Buenos días, Ana” “Hasta pronto, Ana”. Y donde los pasillos son una suerte de Sanfermines misericordes.  

¡YO, EL TORO!

Pilar Del Manzano

¡Yo, el toro!

¡Soy de casta, bravo! ¿Y tú, corredor, quieres ganarme? ¡No me torees! Tienes querencia a pensar que tu inteligencia me dejará para el arrastre, porque crees que mi vigor anula mi destreza. Pero olvidas mi instinto y pinchas en hueso.

Turistas y pamplonicas nos esperan detrás de la barrera. “Te va a pillar el toro” te gritan. Pero tú, corredor, saltas a la torera y te refugias en el burladero; te vienes arriba. Me quedo desconcertado y no veo la curva de 90º de la calle Mercaderes, me resbalo y me cogen por los cuernos. Siento acoso y derribo. Pero cambio de tercio y empitono al nuevo corredor. Al verme vencedor, le volteo orgulloso, pero le dejo suavemente en el suelo, sin daños. La grandeza es de quien perdona.