XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TODO TIENE UN PRECIO

Rosa Nieves

La última vez fue cuando nos conocimos. Tú estabas con tu cuadrilla y yo con la mía. Llevabas un pañuelo al cuello que me llamó la atención. Decidí hacerme con él, pero tenía que pensar cómo. Te ofrecí dinero, pero me dijiste que no tenía precio. Aumenté la apuesta y te ofrecí un baile, que funcionó como la señal que paga quien se compra un piso. Regateamos con otro, pero parecía que no había progreso en la transacción. Se me acababa el tiempo, así que te lancé una oferta irrechazable y te dije: “¡El mejor beso de tu vida!”. Era un órdago, sí. Y sabía que podía salirme mal. Sin embargo, no fue así. No fue solo el mejor beso de tu vida, sino también de la mía. Cumplí mi palabra… Y tú, la tuya.

Este año sí hay fiestas, pero hace ya tanto de la última vez, que parece que solo existieron en un sueño. Hace tanto que no bailamos, que no conseguimos recordar los pasos. Hace tanto que no los vestimos, que nos da vértigo enfrentarnos a la ropa blanca que no nos hemos puesto en tanto tiempo. Un año ya suele causar estragos… Échame un capotico, anda, que pañuelico ya tengo. 

MUERTE EN LA TARDE

Rosario Serrano Pardo

Hotel Quintana, Pamplona. Corre el año 1931. Una quincena de julio especialmente calurosa. Por la puerta del servicio asoma un hombre jovial, aunque ya no joven, ataviado con camisa y pantalón blanco. Se apoya en el resquicio de la puerta, y se limpia el sudor con el pañuelo rojo que saca del bolsillo. En su cabeza resuenan los ecos de la muerte de su padre, los ecos de la bala y la mano que disparan. Pensamientos contradictorios de amor y odio. «El suicidio es cosa de cobardes», piensa, «pero sé que fue ella quien te empujó». Un amasijo de rabia, incomprensión y amargura le llena el alma.»No imagináis cuánto os odio». Se pone el pañuelo y se pierde en la riada de gente que acuden, expectantes, a la plaza. De pronto , al ver la belleza del torero delante de la bestia, entiende que es esa la valentía que enfrenta al hombre con la mano que sostiene el revólver que lo mata, su propia mano, mirándose cara a cara. «Perdóname, padre, por no haberte comprendido antes»  

EL PAÑUELICO

Ruben Diaz Elizondo

El pañuelico
Abrí los ojos, lo vi todo negro. Estaba encerrado, eso seguro. Las paredes, el suelo, el techo, estaban cerca, muy cerca. Cuando me acostumbre a la oscuridad pude ver una rendija que dejaba pasar un poco de luz. No estoy ciego, pensé.
Comencé a sentir ruidos de agua, de risas y prisas. Parece que hubiera pasado un año. De repente, alguien abrió la caja donde estaba y zast, me sacó a la luz.
La habitación olía bien. Sentí un calor que me quitó las arrugas del año y me ataron a una muñeca.
Cuando Salí a la calle sentí un calor, una luz especial. Me senté en un banco con mesa, mantel de papel. La gente hablaba, comía y bebía como si fuera la primera vez.
Una gota de vino se posó sobre mí. Qué placer! Luego una mancha de ajoarriero. Eso me hizo recordar el sentido de mi vida. No podía esperar más. Cafés carajillos, copas, champan.
Comencé a andar con mi acompañante. Lo veía todo en blanco y rojo. Atravesé calles estrechas para llegar a una plaza donde estaban todos mis hermanos mirando un reloj, faltaba poco, campanas, gritos, sudor. Me alce sobre miles de cabezas y PUM.