HOMÉRICO
Alberto Pascal Bea
Séptimo día del séptimo mes.
La hija de la mañana, Aurora de dedos sonrosados, ha extendido su túnica de azafrán sobre Pamplona, moderna Troya amurallada.
Ayer, desde la cúspide del ayuntamiento, la Fama, con su áurea trompeta, proclamó nuevamente la Fiesta, y la ciudad, con timbales y cohetes, abrió sus puertas al Bullicio y la Alegría. Dos fornidos centinelas, Hércules guardianes, vigilan firmes en sus atalayas: extramuros quedaron, apartadas, la Discordia y la Ofuscación.
Convocados por sus propios destinos y guiados por Hermes, el divino mensajero, autóctonos y foráneos, griegos y troyanos, esforzados héroes hijos de mil naciones celebran asambleas y entonan vítores y plegarias a los inmortales. Pronto, sobre los pétreos adoquines, pugnarán, intrépidos, ante las veloces astas de seis toros formidables.
Broncínea suena la octava hora y Apolo, con su arco de plata, dispara una flecha de trueno. La vieja Iruña se estremece.
En el elevado Olimpo, San Fermín, de grana y oro, despliega su reluciente égida, su milagroso capotico.
CON HONOR
Alberto Oroz Valencia
Itziar estaba, pero no estaba conmigo. Su entusiasmo nubló la rutina.
-Fina ¿Mañana dónde nos juntamos?
-Donde diga Luisa.
-Almorzaremos donde siempre, al chupinazo, y… Ellas hablaban, reían, disponían. Les salía el entusiasmo por todos sus poros. ¿Mañana al encierro? Yo no dijo Fina. No puedo olvidarlo. Aquél día le pregunté porqué arriesgaba tanto. Me contestó que era superior a él. Paso mucho miedo -me dijo, pero no puedo quedarme sin correr y, si puedo cojo toro. La satisfacción que siento es inexplicable. Más que el gol del triunfo. No me arrepiento. Cojeo, pero con honor repite constantemente -como si fuera un trofeo.
Alberto -me dijo Itziar, cuando volvió a verme: Ahora a tu casa hasta dentro de 10 dias y allí pórtate bien. La rehabilitación se aprende aquí, pero se hace en casa.
UN LATIDO INTENSO
Alberto Sorozábal Fernández
El sol se alzaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados. Era el amanecer de los Sanfermines, y la emoción vibraba en el aire. La ciudad de Pamplona se despertaba con una energía contagiosa.
Las calles se llenaron de corredores impacientes, ansiosos por enfrentarse a los toros en el encierro. Yo también me encontraba entre ellos, con el corazón latiendo con fuerza. Vestido de blanco y rojo, me uní a la multitud en la Plaza del Ayuntamiento.
Cuando el cohete retumbó en el cielo, el bullicio se transformó en una explosión de movimiento. Los toros salieron a toda velocidad, desatando una estampida de adrenalina y emoción. Mi corazón latía desbocado mientras corría junto a ellos, sintiendo el poder de la tradición y la pasión que inundaba las calles.
Esquivé obstáculos, corrí como nunca y mantuve el ritmo, buscando el equilibrio entre la valentía y la prudencia. El tiempo se ralentizó, y cada segundo se volvió un latido intenso.
Finalmente, llegamos a la Plaza de Toros, donde el alivio se mezcló con la satisfacción. Nos abrazamos, empapados en sudor y sonrisas, celebrando la victoria de haber desafiado a la velocidad y conquistado el espíritu de San Fermín.
EL REDONDEL
Alberto Palacios Santos
Estuve preparándome para el encierro desde que llegó la primavera. Sabía que era una carrera rápida, muy exigente y que no bastaba con dejarse llevar, había que hacerlo bien. Para no fracasar entrené todos los días, incluidos los de lluvia y aquellos en que el sol abrasaba, recuerdo que los compañeros me miraban correr como si estuviera loco, que murmuraban y se reían de mí.
Pero por muy preparado que estés, cuando llegan los momentos importantes siempre te sorprenden. A mí me sorprendieron con un nudo en el estómago el mismo día del encierro. El ruido y la animación era tan grandes que me embotaban los sentidos y era incapaz de ver, de oír, de razonar. Y llegué a pensar que sería imposible correr por aquellas calles con un mínimo de dignidad.
Pero cuando el cohete explotó en el aire también estallaron todas mis dudas, cuando las puertas se abrieron no había más razón en el mundo que correr, y correr, y llegar de la forma que fuera hasta el círculo final, esquivando personas, cientos, miles de personas que se colocaban entre nosotros, que rozaban nuestras astas y caían delante de nuestras patas tratando de llegar a vivos ese redondel infinito de tierra amarilla.
NO VA PLUS
Alberto Eransus Antoñanzas
Maldita ruleta.
Lo perdí .todo a blanco o negro. Con un barril con tirantes, huí de Mónaco. Surgió la calavera. Sin fondos. Descabezado, sin prisa, decidí ir a Pamplona.
A morir de lástima.
Héte aquí,a la mañana. Sin preguntas que responder. La razón, extraña locura.
Boca seca en la cuesta de Santo Domingo. Con un periódico en la mano. Orden de busca y captura. Da igual.
Los mozos ruegan al Santo, de no querer morir. Sin embargo, lo necesito. Sin querer queriendo, algún maestro lo dijo.
De repente, ¡pum¡ Negro azabache repicando sobre la niebla. Otra vez , blanco, negro y rojo.contra mi decrepitud. Inmediata. Un instante. En un segundo. Habrán juego, Tú vida va en ello. Sea.