MAYORÍA ABSOLUTA
Amaia Ambustegui Lapuerta
Todo está listo para el gran momento. Hace un repaso mental de lo que va a decir: en realidad lo sustancial es lo de siempre, lo que todo el mundo quiere escuchar. A estas alturas no va a cambiar el discurso, ha resultado efectivo hasta el momento: claro, escueto y sin florituras. Ve el micrófono que amplificará su mensaje para la muchedumbre, y no puede evitar sentir la responsabilidad sobre sus hombros, ¡hay muchísima gente! Le sudan las manos; traga saliva y saca algo del bolsillo, siente el bordado sobre la tela. Otras personas le han precedido, con mayor o menor consenso, pero con una misma ilusión.
Acerca los labios al micro y pronuncia lo que tanto ha ensayado: unas pocas palabras que logran un efecto inigualable y una respuesta unánime por parte del público. Es consciente de que no engaña a nadie, su pasión es genuina. Siente que levita, que casi toca el cielo: comen en la palma de su mano, una mano temblorosa que está a punto de accionar el mecanismo. No puede temblarle el pulso, lleva toda la vida soñando con ese instante. Por fin prende la mecha. El estallido atruena en el cielo de Pamplona. ¡Viva San Fermín!
213 HORAS DE FIESTA
Amaya Indave Navarlaz
“Ni ofrenda para San Fermín ni gaitas. ¡Marchaos con vuestros pañuelos o llamo a los municipales!”. El párroco nos dirigió una última mirada antes de abrir la iglesia, que esa mañana pintaba sus muros con la cera fundida de cientos de velas.
San Lorenzo era la última parada de una peregrinación nocturna en la que habíamos perdido efectivos y posadas. El sol, que brillaba ya con fuerza, hacía parecer nuestras ropas extrañamente blancas y el mundo oscuramente absurdo.
Mientras Pamplona callaba e Induráin y su ‘Espada’ subían Santo Domingo, discutimos la mejor estrategia para seguir esquivando la vuelta a la cotidianidad. “¿Si pasamos el día en Donosti? Podemos echar la siesta en la playa”. “¿Y los bañadores y toallas?” “Con la ropa interior y la blusa de la peña vale”.
Todavía no muy convencida de los detalles logísticos, busqué una moneda para llamar a mi madre y pedirle permiso. “¿Pero no ibas a volver después del Pobre de Mí? ¡A casa enseguida, que ya no son fiestas!” Hice cabizbaja todo el camino y ya en la cama, mientras me sumergía en las primeras olas del sueño aún con el pañuelico anudado al cuello, me vi en una roncalesa atravesando la sombra de Dos Hermanas.
EL ENCIERRO
Amelia Isabel Jiménez Graña
Salto de la cama al oír el despertador. Pongo la tele, la Primera. El desayuno puede esperar.
Los presentadores, de blanco y con pañuelo rojo al cuello, comentan el encierro de ayer. Cinco minutos y cuarenta y seis segundos, muy lento. Hoy tocan los Cebada Gago, los que más cogidas registran en los tramos de Santo Domingo, Estafeta y Telefónica. Echo de menos los anuncios de las almohadas Moshy o de Kukuxumusu.
Susana y su hija Irati cantan una jota ante las cámaras. Los mozos entonan el cántico a San Fermín por segunda vez. Falta poco para que empiece el encierro. 848,6 metros de pura pasión. El corredor bajito y calvo da saltitos. Es todo nervio.
El chupinazo da salida a los toros del corral de Santo Domingo. La manada va junta al principio, acompañada de los cabestros, al trote. Dos toros se golpean en la curva de Estafeta. Busco a los corredores de siempre: David, el chico de la gorra; Sergio, el sordomudo; Manuel, de Arganda, y tantos otros.
Son de la familia. Mi hijo y yo los seguíamos cada año, padecíamos con ellos. Tengo aquí su pañuelo y su periódico enrollado. Esté donde esté, estoy convencida de que disfrutará del encierro.
SANFERMINES INESPERADOS
Amparo Gastaminza Iriarte
En los sanfermines de unos años atrás fui con unas amigas de vacaciones a San Sebastián.
Estando en la playa, de pronto, oímos comentar a una cuadrilla lo bien que se lo habían pasado en los sanfermines.
Nos miramos entre nosotras y, al unísono, decidimos volver a Pamplona de incógnito.
¡Pasaríamos todo el día y la noche como unas forasteras más!
Conocimos a unos pamplonicas a los que dijimos que éramos de Donosti.
Degustamos unos pinchos en la Estafeta, acompañados de vino navarro.
Comimos en el Café Iruña.
Bailamos en las Peñas.
Vimos los fuegos mientras comíamos unos bocadillos que regamos con sangría.
Bailamos en el Jito.
Vimos el encierro desde la barandilla del Museo de Navarra. Se nos pusieron los vellos de punta, al escuchar, los cánticos cargados de emoción de los mozos antes de la carrera.
Como es tradición, no podía faltar el caldico, ni el chocolate con churros de La Mañueta.
Terminamos la noche con el Baile de La Alpargata.
Fueron unos sanfermines para recordar, sobre todo porque, al despedirnos de nuestros acompañantes, estaban convencidos de que ¡NO éramos de Pamplona!
Regresamos a Donosti y dormimos en la playa, mientras los rayos del sol, acariciaban nuestros cuerpos agotados.
HISTORIA DE UNA FIESTA
Ana Rodríguez Martínez
Me levanto sabiendo que está cerca el momento
Que durante unos días todo va a cambiar.
Las calles se visten de gala
El blanco y el rojo nos van a gobernar
Nos acercamos a la plaza para celebrar,
Nos reencontramos quienes tenemos una cita anual.
La música, las risas, el lugar, todo me resulta familiar.
Suenan petardos, globos, tambores,
Y corchos de botellas de champagne.
Suenan canciones tradicionales
Y la gente ya empieza a bailar.
Nos esperan muchas horas llenas de momentos que no vamos a olvidar.
Nos espera la fiesta, en todo el mundo no hay otra igual.
Nueve días más tarde nos encontraremos en el mismo lugar,
Algunos con lágrimas en los ojos,
pero con las mismas ganas de celebrar.
Lloraremos porque hasta el año que viene tendremos que esperar.
Pero en el corazón llevaremos esta fiesta, que forma parte de nuestra comunidad.