XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MASCARILLA ROJA

ángel María Arribas Martín

—¡Qiang, ponte la mascarilla!— La madre le advertía, en su singular idioma, tras las vallas.
Habían decidido pasar las vacaciones estivales en España y los festejos pamploneses fueron la primera escala. Pese a que las normas sanitarias se habían relajado en Europa, allá, en China, los brotes de coronavirus continuaban provocando confinamientos, por lo que la familia no lograba desprenderse aún de la histeria generalizada. Qiang, a regañadientes, se puso la mascarilla con los colores nacionales y se unió al grupo de mozos que surgía tras la curva de Mercaderes… Cuando el toro divisó el color rojo en la cara de un corredor, sorteó al resto y enfiló sus cuernos hacia el pequeño trapo (las estrellas amarillas no le distrajeron de su objetivo). Los ojos rasgados del temerario turista se llenaron, entonces, de pavor al ver cómo el animal se acercaba en gesto de embestida. Su carrera se tornó frenética: boqueaba ansiosamente cual pez, intentando llenar sus pulmones del aire que le faltaba. En el último instante —en un gesto instintivo—, Qiang arrojó la mascarilla al suelo para correr mejor e intentar escapar a la inminente cogida.
Ante el estupor aliviado del corredor sin mascarilla, el toro astilló el asta en el pavimento. 

LA 217 DE LA PERLA.

Aníbal Lozano Martínez

Treinta y seis años, pensó mientras fijaba su mirada en la fachada de aquel majestuoso hotel de Pamplona que siempre había considerado como un hogar.
Aquí estaba otra vez, en aquellas calles que desde que pisara por primera vez le habían cautivado sobremanera.
Latiendo bajo sus pies, al ritmo de los majestuosos encierros, como el latido de un corazón encarnado del mismo tono que los pañuelos que lucen orgullosos los centenares de héroes que corren delante de los astados.
Rodeado de amigos, que le acompañaban hipnotizados por las maravillas que sus oídos habían escuchado de la boca de aquel escritor, volvió a respirar profundamente el aroma de aquella plaza, a empaparse de la misma algarabía que vivió aquel joven reportero del Toronto Star.
Entró en la recepción de La Perla, en el hotel que compartía estancias con algunos de los toreros a los que admiraba y no pudo evitar sonreír.
Ni la guerra, ni el horror, ni la muerte entre hermanos, habían minado la moral del pueblo navarro.
Abrumado por el reconocimiento recibido, llegó a la recepción y soltó con pasión las palabras que llevaba tres años ansiando proclamar: la habitación doscientos diecisiete, por favor.
Esos días en San Fermín, eran su premio Nobel. 

FRASES…

Antonio Urra Maeztu

Por fin último peldaño. Blanco y rojo. Las calles de blanco y rojo. Ayuntamiento de gala, el Cabildo con sotanas. Nuestro Santo es capotico. Se oyen cantos. “Pueblo que canta no muere” ¿Somos eternos?. Suenan fuerte las campanas. Todo Iruña está en la calle. Mi mujer con sus amigas. Hamaiketako a las once ¿Dónde siempre? Es gloria nuestra txistorra. Los muetes con los gigantes. Es mi hermano el del zaldiko. Me dan un beso en la calle. Funciona la lavadora. Madres que ven la Estafeta rezando cada mañana. ¡Cuanta gente de Iparralde! Estruendo anárquico, libre. Es la fiesta de los mozos, qué alegres las navarricas. Ruido y luces a las once de la noche. Se ha terminado la trilla, correré en Santo Domingo. Muchos guiris ni se enteran de la fiesta. Las mulillas cómo huelen a corral. Hoy las calles están limpias. Guitarras de la Ribera. Rezos, jotas, txistu, zortzikos y txalaparta. Algunos miran los toros mientras meriendan las peñas. Termina “El Pobre de Mí” con lágrimas, sin pañuelo. ¡Si la vida fuera así…! ¡Falta menos para el veintitrés!