XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


INTRIGA EN ESTAFETA 18, 9ºC

ángel Mari Andueza Martinena

Desconectar era urgente. Y qué mejor que zambullirse en la fiesta. Ahí fuera, en el Casco Viejo, llevaban varios días con la música y el colorido presanferminero. Ese sería el antídoto del dolor. Conseguiría quitarme el luto que no me llevaba a nada. Entre el amor y la muerte a veces no hay diferencias. Había que tirarse a la piscina y los amigos de la peña no hacían más que animarme. Mi amigo Fermín se había empeñado en que esa cerrazón no podía amargarme las fiestas y él mismo se había encargado de traerme un pañuelo, la faja, y una camisa y un pantalón blancos. Cuando en el Plaza Consitorial cantásemos todos el vals de Astráin, le daría la vuelta a mi estado anímico. Eso estaba claro. es la magia de la fiesta. Luego todo pasaría muy rápido: los almuerzos, el chocolate con churros en la Mañueta, las verbenas, los fuegos artificiales, la comparsa, las comidas en la peña… qué maravilla, qué gozada… apenas tendría tiempo para pensar en mi tristeza.
Y así llegó el Pobre de Mí. A mi lado una parejita con sus velitas y sus pañuelos extendidos lloraban a moco tendido.
Ya lo había decidido, lo superaría.
 

RESACA

Angel María Salvador Iñigo

Desperté aturdido por la explosión …. No sabía dónde estaba ni lo que ocurría…. Me dolían piernas estómago y cabeza…. Empecé a recordar las horas anteriores ….. Comenzaron a escucharse gritos que se iban acercando, hasta hacerse ensordecedores.
Cuando oí las pisadas de los toros sobre los adoquines subiendo la cuesta, comprendí lo que pasaba. 

UN DÍA INOVIDABLE

Angels Vinuesa Fernandez Vinuesa Fernandez

Las calles de Pamplona se llenaban de expectación y emoción. Era el día de San Fermín, la festividad más esperada del año. Los corredores se preparaban para el emocionante encierro, mientras la multitud vibraba de anticipación.

Al sonar el cohete, los bravos toros salieron disparados tras los corredores. La adrenalina fluía mientras en estos valientes.

Los aplausos y los gritos de ánimo resonaban en las calles, alimentando la valentía de los corredores. Cada rincón se convertía en un desafío, pero también en una oportunidad para demostrar destreza y coraje.

El encierro llegaba a su fin, y los corredores cruzaban la línea de meta con el corazón palpitando de emoción. Todos celebraban, abrazándose y compartiendo historias de sus hazañas.

La fiesta continuaba en las calles, con música, bailes y risas. El aroma de la buena comida se mezclaba con el júbilo de la gente. San Fermín se celebraba con alegría, recordando la tradición y el espíritu festivo que unían a todos.

La fiesta duraría una semana, pero aquellos momentos de valentía y camaradería durante el encierro quedarían grabados en la memoria de cada participante. San Fermín, una celebración que unía a la gente y encendía la pasión por la vida en el corazón de Pamplona 

875 METROS POR DELANTE

Anita Backster

A mi madre no le gustaban los toros. Tampoco a mi padrastro. Mi familia nunca me había llevado a una plaza de toros y menos, a ver una corrida. Y lo de los sanfermines, desde donde vivo, quedaba un poco lejos (a unos 487 kilómetros de nada). Por eso, mi madre no se explicaba —ni a día de hoy— por qué me gustaba tanto todo aquello. Sólo sabe que, desde que llevaba chupete y cada 7 de julio, madrugaba para sentarme entusiasmado frente al televisor a escuchar los cánticos del encierro mientras volteaba un trozo de tela roja, que apretaba con más fuerza, cada vez que sonaba el chupinazo.

Como cada año, la alegría corría por mis venas a la velocidad de los toros por Estafeta cuando retransmitían por el plasma los momentos estelares que quedaban grabados en mi retina gracias a la astucia de los corredores.

La que me parió nunca pensó que me convertiría en uno de ellos. Sin embargo, hoy, con mis recién cumplidos 18, de riguroso blanco, mi pañuelo rojo bien anudado y periódico en mano me hago hueco entre la inquieta muchedumbre a la espera de recorrer los anhelados 875 metros que tengo por delante.
 

GORRIAK IKUSI NITUEN

Anjel Landa

Alboko logelan amodiozko, edo hobe esanda larruz joeraren oihuek ez zidaten lo egin uzten eta egunsendi arte lo ezinean egon nintzen. Udaletxeko plazara hurbiltzen, mozkorti baten antzera ibili ahala, atseden faltan, ajea nabaritzen nuen baitan. Zangoen tiraketa ariketak egiten nituen artean, gauza bera egiten nire ondoan zegozenei janzkera aztertu nien. Dotore. Alkondarak eta prakak garbi-garbiak, gerriko gorria bezala. Nireak, aldiz, egun askotan janzten nituen, izerdiaren eta ardoaren itzalak azalarazten, eta zapatilen azpikoa higatuta zegoen. Hala ere, horrek ez ninduen kikiltzen, zeren oso laster dozena erdi zezen handi eta arriskutsuren aurrean nengoke eta ordurako korrikan aritzeagatik janzkera soberan bait zegoen. Erlojuari aurreazken begirada emanda, urduritasuna astiro pizten ari zitzaidala somatzen nuen. Unez une loaren eza areagotu zen nire barnean, begi gorriak lekuko nituela. Lehenengo txupinaren oihartzuna entzun nuen ordurako urdiría deseroso guztiak, beldur guztiak desagertuta ziren, barne-barnetik bero leherketa bat zetorkidala. Ez zen atzera pausorik emateko garaia, Merkatarien kaletik behera joateko besterik. Ondokoekin batera abiadura arinduz, zezen-taldearen zaratak hurbiltzerakoan esnarazi ninduen erabat. Zezen aurreratutakoaren adarrek bart alboko logelan bikotearen erasoa irudikatu zidaten. Gorriak ikusi nituen, euren artean egon nintekelakoan beldurrez.