CON BUEN GUSTO
Antonio Santos Lloro
En la vida lo importante es el rito, dotar de elegancia y poesía a las formas. Pedro se puso los pantalones blancos de Chanel, la camisa blanca de Armani, un pañuelo rojo de seda salvaje y las zapatillas de Gucci. Se maquilló los ojos con rímel, se pintó los labios de rojo, se espolvoreó los mofletes y se fue a correr el encierro. Él nunca se hubiera puesto esas horribles deportivas con las que gente sin gusto ni principios éticos ni estéticos pisa el callejón. El primer toro le seccionó la femoral, el segundo le introdujo el cuerno en el globo ocular como si fuera una aceituna rellena de anchoa y salió por el cogote: estaba muerto, creemos. Pero eso sí, con elegancia, como mueren los hombres que se visten por los pies.
VOCACIÓN
Antonio Rodríguez Solís
Con la cabeza entre las manos, todavía ebrio, alguien blasfema en alemán como solo esa lengua sabe hacerlo. Más allá, rubicundo y orgulloso, un joven envía decenas de selfis a sus amigos de Boston, alardeando de la brecha que presidirá su frente durante una larga temporada. Al fondo, otro cuenta una y otra vez en un francés atropellado la historia de la persona que, anónima, tiró de él hacía la talanquera cuando resbaló, justo antes de ser pisoteado por los morlacos. Los de aquí también nos visitan, pero entenderlos los hace pasar más desapercibidos.
Muchas horas después, al acabar mi turno, ante el espejo del baño vuelve a visitarme un año más esa mujer exhausta y aviejada que no cesa de pedirme que sea el último, que deje paso a los jóvenes para que lidien ellos con esta torre de Babel vertiginosa en que se convierten las Urgencias estos días de julio. Ya en la calle, enfilo hacia la plaza del Castillo, donde el baile ya habrá empezado. Aquella mujer ha quedado atrás, convencida de que al año que viene volveremos a encontrarnos.
CARTA ABIERTA A SAN FERMIN
Antonio Belizon Reina
Querido Fermín, espero que no te importe que empiece de esta manera, pero no sé cómo dirigirme a los santos.
Quiero expresarte una queja con lo relacionado al pasado año. Recordarás que en aquel encuentro que tuvimos en la distancia, yo te pedía que hicieras uso de tu capote de protección y lo cierto fue que lo hiciste a las mil maravillas, ya que aquel revolcón de uno de los astados de Fuente Ymbro, estaba predestinado a una cogida en toda regla y la verdad es que todo quedó en un susto.
Pero no van por ahí los tiros y me explico.
Quedamos en que me ayudarías a buscar alojamiento en un hostal o pensión de Pamplona y me mandaste a Tafalla, a cuarenta kilómetros, ya que según parece no había sitio en la capital.
¡Hombre, bien podrías haber echado mano de tu influencia!
Todo lo di por bueno, ya que pasé la mejor semana de mi vida en la encantadora Iruña, lugar de la tierra donde se respira alegría, libertad y buen ambiente.
Este año te lo digo con tiempo, mándame a donde quieras, pero no te olvide de tu escudo protector.
Ah!… y que me lo pase igual que el año pasado.
SOLO UN DÍA AL AÑO
Antonio Francisco Martínez López
Durante 364 días al año soy invisible para la sociedad, paso desapercibido, no soy tenido en cuenta salvo que moleste con mi silla de ruedas. Pero hay un día, uno solo, hoy 7 de julio, en el que me siento especial, me siento fuerte y participo como uno más en la fiesta. Este año Renfe me ha gastado una jugarreta puesto que ha cerrado el apeadero de mi pueblo, el que uso año tras año para ir en tren hasta Pamplona. Pero no voy a quedarme encerrado. Quizás sea lo que se espera que haga, como todos los días, pero hoy no. Hoy no. Con los reflectantes en la silla, el casco sanferminero en la cabeza y el pañuelo rojo al cuello, voy por la cuneta de la carretera recorriendo los casi cuarenta kilómetros. Con el amanecer, a lo lejos, he visto como se recortaba en el horizonte la silueta de la capital pamplonica. Hace un rato he oído el cohete que inicia el encierro.Y ahora que son las diez, casi sin fuerzas, empapado en sudor y con la ayuda del santo, no me cabe duda, me siento exultante junto a su capilla. Viva San Fermín, Gora San Fermín.
DESERTOR
Antonio Jose Moro Hinojosa
Dimitri acababa de llegar, había huido, él no quería dispararle a nadie, el, simplemente, quería vivir, la casualidad le llevó a España, y el destino le colocó en Pamplona, un seis de julio, con apenas unos euros en el bolsillo, y chapurreando algunas palabras sueltas de español, miraba a uno y otro lado de la calle, el ambiente festivo le tenia enamorado, aquella mirada perdida, tenia de nuevo ilusión, brillo, se acercaba a algunos grupos de jóvenes a intentar dialogar, pero todos le ofrecían, de su bebida, de su comida, sin apenas mirarle y ver su cara de agradecimiento infinito a aquellos desconocidos, sin saber muy bien porqué, de repente se vio bailando, riendo y disfrutando de la vida, la noche se le pasó, en apenas dos pestañeos, alguien le prestó una camisa blanca, y le dijo que le siguiera, Dimitri de pronto se vio corriendo, horrorizado, no sabía que pasaba, miraba con mucho miedo, y solo veía gente corriendo junto a él, de pronto sintió como alguien le tiraba del brazo, le apartó del camino de un toro, esto le hizo caer de espaldas, miró al cielo y sonrió de nuevo, no estaba huyendo, estaba de fiesta. Dimitri lloro, pero eran otras lágrimas