XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


HOY PIENSO, MAÑANA SIENTO

Arantza Ruiz De Las Heras De La Hera

Mañana es el día. Como cada año, pienso en qué necesidad hay de levantarse a las 7:15 h para ir a lo viejo y almorzar a las 9:00 h. Se trata del consabido plato de huevos fritos con jamón o txistorra y el vino peleón.
Repaso todo el colesterol, grasa, azúcares, sal, alcohol y demás lindezas que esta comida aporta. ¡Menudo ardor! Cuando era más joven, ni malas digestiones, ni resaca, como una rosa. Pero en los últimos tiempos, se notan los años cumplidos.
Para finalizar el convite, la copa de brindis en vaso de plástico de esos que si lo aprietas se rompe y se derrama el contenido en los pantalones.
Y todo esto sucede sin haber sonado las 12:00 del mediodía.
Todo eso pienso hoy, la víspera, pero cuando me acuesto, no consigo conciliar el sueño: nervios, excitación…
Nada importa. Ni la pereza, ni el madrugón, ni la indigestión, ni la ropa o los vasos, porque comienzan los mejores días del año. Y no paro de pensar en las ganas que tengo de que amanezca y, a modo de ritual, levantarme a mirar por la ventana hasta ver a la primera persona vestida completamente de blanco que confirma que ya están aquí…
 

POMPEYA MODERNA

Arivalia Oyanguren Zubizarreta

Raúl se levantó de la cama con el pijama empapado en sudor.
-Ha debido de ser una pesadilla -suspiró mientras miraba por la ventana.
Aunque ya eran las nueve de la mañana, en la calle no parecía haber nadie.
-Todo está tranquilo. Quizá demasiado tranquilo -susurró, temiendo despertar a sus vecinos.
Sacó la cabeza por la ventana.
-Huele a huevos podridos -mencionó, tapándose la nariz con dos dedos.
Al poco rato vio una nube de color gris acercarse hacia su casa. Parecía llegar bastante rápido, arrasando cuantos edificios encontraba a su paso.
Raúl salió corriendo de su piso, pretendiendo esconderse en el sótano.
Aquella nube gris estaba cada vez más cerca.
Raúl tocó las puertas del resto de vecinos durante su angustiosa carrera, sin recibir respuesta.
No encontraba la llave del sótano cuando aquella nube de polvo gris echó abajo la casa en la que vivía Raúl.
Todo el pueblo quedó sepultado sobre dos metros de ceniza volcánica.
A no mucho tardar, el estruendo de aquella erupción cesó.  

JONÁS

Armando Aravena Arellano

JONÁS

Aquel 6 de julio, casi no podía creer estar en plena plaza del Ayuntamiento. Había cruzado medio país para estar en ese lugar que toda la vida había deseado. Un viaje largo y lleno de vicisitudes, pero que cumplía quizás el más antiguo y acariciado de sus sueños. Era el momento más esperado del año. Al igual que miles de ciudadanos del mundo entre ríos de champán y con el pañuelo en alto, aguardó impaciente como todo el mundo el momento en que la ciudad parecía estallar de ruidos, fuegos y alegría. Entonces cuando el éxtasis del jolgorio colectivo diera paso a las celebraciones fue que la conoció.
Pero ahora, por fin no tenía ninguna duda. Prácticamente había llegado casi al paroxismo de toda una increíblemente gozosa noche, realizando furtivamente sus observaciones. Ello pese a lo lúgubre de la habitación. La piel, los órganos, todo pareció registrarlo en su mente. Las proporciones, fue lo que más le sorprendió, sin embargo, no se dejó impresionar por aquello y continuó su examen y observaciones. Finalmente, cuando ya creía que tenía toda la información le preguntó casi abismado su peso.
– 148 – dijo ella, cubriéndose con las sábanas.
BÍBLICO

 

¡A PAMPLONA HEMOS DE IR!

Arturo Agud Bellés

«- ¡A Pamplona hemos de ir, con la cogorza, con la cogorza, a Pamplona hemos de ir, con la cogorza y mucho reír! »
El autocar estaba abarrotado de hombres y mujeres de mediana edad, compartiendo chistes y comentarios con mucha guasa, en aquel momento de la tarde, en el que pegaba un solazo de aúpa y un calorcete de esos, que dejaban amodorrado a todo hijo del vecino.
Pero no era momento de dormir. ¡En absoluto! Las fiestas de San Fermin estaban a la vuelta de la esquina, y buena era la oportunidad para bailar, cantar, beber, reír a carcajada limpia y pasar unos días de festividades y encierros, que a más de uno dejaría un buen recuerdo en la retina y en la memoria.
Para algunos era su primera vez, para otros no sería ni la última. Pero nadie ponía en duda la buena marcha y el buen rollo de la situación que se les presentaba durante los próximos días de Julio.
Y es que, como dice la canción, ¡A Pamplona hemos de ir!  

LA CAÍDA

Arturo José Rebolledo Silvera

Mientras estuvo agachado se le vino a la mente la imagen de sus padres, inocentes de lo que le estaba pasando a muchos miles de kilómetros de distancia, pudo ver a su perro saludándolo con ese amor incondicional; vio a su novia jurándole que su amor duraría por toda la eternidad, vio el sendero que tomaba todos los fines de semana en el bosque que tanto amaba y que colindaba con el patio trasero de su casa. Se levantó pensando en que su situación se complicaba, pero creyendo que tal vez nuevamente estaría equivocado, pudo ver que sólo por esta ocasión y después de mucho tiempo de malas decisiones y caminos mal tomados tenía toda la razón. No se dio cuenta cuando sus reflexiones desaparecieron ya que el intenso dolor que sintió al abrirse su abdomen anuló cualquier pensamiento que pudiera tener de su pasado, presente y futuro. En el último segundo de conciencia mientras volaba por los aires y el toro gigante que lo había corneado continuaba su camino por los trecientos metros que aún le faltaban para llegar hasta la plaza donde por fin podría alejarse de esa extraña manada, se dio cuenta que este sería su primer y también último encierro.