XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DOPPELGÄNGER

Asier Rey Salas

—De verdad, que no me acuerdo…
—¡Que sí, esta misma mañana!
Lo dejé por imposible y dejé atrás a la señora. ¿Cómo me iba a conocer, si acababa de llegar a la ciudad? Miles de pañuelicos al cuello, rojo y blanco en derredor, y ella insistía en que le sonaba mi cara.
Lo peor no fue la insistencia de la señora, colorada de cuperosis y clarete; lo peor es que, a su alrededor, la gente comenzó a mirarme. Y el efecto fue inmediato.
—¡Eh, es él!
—¡Sí, y ahora no está armado!
—¡Vamos, que no escape!
El instinto me hizo huir calle abajo, mientras una docena de personas me perseguía, puño en alto, en busca de una justicia inexplicable para mí. Entonces, al girar la esquina, me topé de bruces con la realidad. Nos miramos, sobre todo yo a él, y lo comprendí de inmediato.
—Ayúdame —susurré—, me han confundido contigo…
—Bueno —parecía decir—, ahora lo arreglo.
Y entonces, el Barbas se abalanzó sobre la gente y comenzó a sacudir vergazos a diestro y siniestro, sin compasión. Suspiré, los miré con ánimo victorioso y seguí mi camino.
Pero entonces, cuando ya creía estar a salvo, oí su voz en mi espalda:
—No tan rápido… 

UNA APUESTA ES UNA APUESTA

Aurelia Salvador Rosa

Eric se levanta del banco del parque donde ha dormitado el resto de la noche. Recuerda que está en Pamplona, que salió con Nacho después del trabajo e hicieron de un tirón los 700 kilómetros. Lo busca con la mirada. Sigue tirado en el césped. Se acerca y le sacude el hombro. Nacho se incorpora un poco y lo mira con los ojos turbios.
“No puedes correr ”, musita. “El año que viene volvemos”.
“Una apuesta es una apuesta”, dice Eric, serio.
“Y ser idiota es ser idiota”, contesta el otro con voz pastosa. “No tenías que haber bebido si querías correr”.
“ No lo entiendes”…” y echa a andar hacia su destino.
Nacho se endereza con dificultad, aturdido. Ya no lo ve.
Eric se deja arrastrar por la multitud roja y blanca. Son casi las 8.
Varios mozos saltan las barreras, él también.
El estruendo es infernal. Al empezar a correr vuelve la mirada y ve los toros. Y luego corre y corre despavorido.
Un dolor intensísimo, punzante, lo atraviesa. Se eleva dando volteretas por encima de los toros que pasan enormes, veloces. Ya no oye nada. Todo se vuelve negro.
“Una apuesta es una apuesta”, es lo último que piensa.
 

DÉJAME QUE TE CUENTE, SAN FERMÍN

Aurora Rapún Mombiela

Este año tampoco he querido perderme nada. Me he vestido con la ropa más blanca; faja y pañuelo rojo. He estrenado alpargatas, que ya las tenía muy desgastadas. He madrugado para los encierros, siempre en primera fila. Alguna jota por la mañana; por la tarde, las danzas, y ya por la noche, a lo lejos, he intuido los fuegos.
El aperitivo con un vino y una croqueta recién hecha.
Las risas, la música, el olor a toro y a gente. He disfrutado hasta la última nota del Pobre de mí.
Y al día siguiente, a lavarlo todo y a guardarlo con cariño, para que pueda lucirlo por lo menos un año más. O al menos, eso espero. Porque la cabeza me falla a veces y los pies hace tiempo que no pisan los adoquines resbaladizos de la calle. Tan solo unos meses más de silencio gris, de atardeceres húmedos, de la visita fugaz de la cuidadora una vez al día y volveré a acercar la butaca a la ventana del salón de mi casa, la que da a la calle Estafeta, la abriré de par en par, como todos los años.
Para que entre el mundo a raudales. Para no sentirme tan sola. 

NO INSISTAS, NO PIENSO CONTÁRTELO

Baldomero Dugo Navarro

Con unas ojeras que le llegaban hasta el dobladillo del vestido, la señora María Pilar irrumpió en las dependencias de la policía local cuando apenas había amanecido. Fue verla entrar por la puerta y Aitor, el agente en prácticas, tuvo la corazonada de que no olvidaría aquel día con facilidad.
─¡Haz el favor de avisar al jefe Ubai, esto no puede esperar! ─bramó la anciana como si hubiese llegado el fin del mundo.
Durante una hora, la vecina desgranó los pormenores del motivo por el cual llevaba tres noches seguidas despertándose a las tres de la madrugada, empapada en sudor, con un estruendo de mil demonios que se colaba en su casa a través de las rendijas de las ventanas entreabiertas. Mientras se desarrollaba su declaración, el joven policía, con la oreja pegada a la puerta del despacho, escuchaba embelesado aquella demencial historia más propia de una loca de atar.
Aquella noche, al concluir su jornada, Aitor recorrió paseando la calle de la Estafeta, camino de su modesto apartamento. Sin proponérselo, se vio de pronto inspeccionando cada rincón del recorrido, sin saber qué andaba buscando. Cuando estaba a punto de desistir, los vio: diminutos pañuelos rojos junto a infinidad de huellas de toros liliputienses.
 

SIGUE SIENDO ELLA

Beatriz Carrero Gregorio

A veces ando despistado, los años no perdonan. Ya son 80. Pero todavía la amo. La amaré siempre. Me visita a menudo. A veces, cuando estoy cansado sólo aparece para que no la olvide, lo mismo que todo aquello que guardo en la memoria del corazón. La de la cabeza me empieza a fallar, pero la otra, sigue intacta dentro de mí. Otras veces llega y se queda un tiempo, contagiándome su alegría, alborotando mi rutina, dándole trazos de vida a mi cuerpo cansado. Se me eriza la piel cuando siento que me toca, y un escalofrío recorre mi espalda. Mis dedos arrugados responden a su caricia. Las manos que me visten, hoy lo hacen con más esmero, si cabe, que de costumbre. Ata mi camisa, blanca impoluta y me peina con una precisión absoluta, porque sabe, que hoy de nuevo, tengo una cita con ella. No puedo llegar tarde. Esta maldita memoria a veces se vuelve contra mi. Pero hoy no. No puedo fallar. Hemos quedado a las 12. Entonces y sólo entonces subiré el cuello de mi camisa y anudaré mi pañuelo. Ella me espera. Quiero decirle por si fuera la última vez, que ella, sigue siendo ELLA. MI FIESTA. SAN FERMIN