EN PAMPLONA
Carlos Gerardo Perla Chávez
En Pamplona, la gente espera ansiosamente la llegada de las fiestas de San Fermín. La ciudad se transforma en mar de emociones y colores. Las calles se llenan de gente con pañuelos rojos al cuello, aguardándo la llegada del chupinazo, ese cohete al cielo para dar inicio a la fiesta.Desde ese momento, las calles se convierten en un laberinto de emociones, de alegría y júbilo. Los gigantes y cabezudos bailan por las calles, mientras los tambores resuenan en las paredes de las casas.El sonido de las gaitas se une al de los txistus, una música vibrante que llena el aire. La gente corre delante de los toros en la plaza de toros, desafiando la muerte con cada zancada.Las noches son de fiesta y celebración, música y baile en cada esquina. Los fuegos artificiales iluminan el cielo de la ciudad, mientras los jóvenes disfrutan de los chupitos de Patxarán y los mayores recuerdan tiempos pasados.Así transcurren las fiestas de San Fermín, una celebración que reúne a miles de personas de todas partes del mundo. Celebración que se vive con pasión y entrega, que llena de vida la ciudad y que queda grabada en el corazón de todos aquellos que la viven.
EL VUELO DE LOS PAÑUELOS ROJOS
Carmela Rufanges Ramos
Acércate a mí, quiero hablarte de una experiencia vibrante, repleta de pasión, tradición y emoción. Un estallido en rojo y blanco, donde las calles se convierten en el escenario de una celebración única en el mundo y donde los corazones laten al ritmo frenético de la fiesta que se avecina.
Cuando el chupinazo estalla en el corazón de los mozos y mozas, la multitud se estremece ansiosa por que llegue el momento de retar al destino, fusionándose entre los astados. La espera del primer encierro engrandece el momento.
Los primeros rayos de sol acarician la fachada de la iglesia de San Fermín. Es un instante mágico, donde ofreces tu suerte al Santo Patrón. Los segundos se estiran hasta que el olor a pólvora marca el inicio de la carrera. La respiración de los mozos se confunde con las de los astados, entrelazándose en una sinfonía trepidante.
Bares, bullicio y música envuelven el ambiente, mientras el vino fluye y las risas se enredan, sumergidos en una experiencia que sacude los sentidos.
¿Estás listo para perderte en el hechizo de las fiestas de San Fermín?, si tu respuesta es la que creo…
¡Bienvenido a un viaje que desatará en ti momentos intensos y emociones indescriptibles!
MAR CIRCULAR
Carmen Graña Cisneros
Soy yo, el agua. Sí.
Me encuentro cerca, vigilante, en todas partes. Sin embargo, me siento nadie frente a ellos: el aire que os da libertad para volar por las calles; la tierra, que pisáis fuerte; y el fuego, que os recorre por dentro, del mismo color que vuestros atuendos.
Limpio los empedrados, os protejo de los daños y caigo desde los balcones, mojándolo todo.
Trato de estar bella en las fuentes, ¿por qué me ignoráis? Fui importante un tiempo antes, pero un diez de octubre, cansados de mi probable presencia, os trasladasteis a un siete de julio. Ya no creo poder soportarlo más.
Mi amigo Arga me acompañaría esta vez; al alcanzar la entrada de la plaza monumental, veríais el juego inverso. Lo saben Magdalena y Rochapea, algún otro también. Sería un mar circular dulce, filtrado por ella, por la tierra. Estaría cubriéndolo todo, hasta el último palco. Las barandas rojas de interior no tendrían toro. Las puertas estarían cerradas y, al percibiros ya jadeantes, me mostraría con la misma fuerza que el rojo. Recorrería sin pausa Estafeta, Amaya y Cortes de Navarra. Y junto a vosotros viviría, por fin, la fiesta.
DE TOROS Y PAÑUELOS ROJOS
Carmen Carranza Rodríguez
Esperar a que me ponga el pañuelico; ya me jode ir, como para renunciar a terminar la carrera sin mi pañuelo rojo al cuello.
No me pongáis prisa. Llegado el momento, corremos despacio y después a toda leche, pero antes hay que aguantar. Sabéis porqué? Porque hay pendientes que vienen primero: debo dejar bien a la vista el ‘tete’ de mi niña, que ya se hace mayor y le hace ilusión darlo a guardar a la Braulia. No me perdonaría que la madre tenga encima que lidiar precisamente hoy con la manía de la cría de esconder el chupete.
Ya esta. Ya podemos marchar.
Le he pedido al santo que me dé su bendición y a ellas su protección. Él es mi ‘capotico’ y lo será de las dos por siempre.
Iremos si no os importa, por los Corrales del gas hasta los de Santo Domingo, que quiero acompañar en silencio y con tranquilidad a la manada una última vez.
Pobre de mí, pobre de mí que se han acabado las fiestas de San Fermín.
Ya no más días de blanco y rojo. Tampoco vigilias de hospital ni dolor en mi cuerpo. Hoy me lleva en volandas al cielo menuda cuadrilla alada.
ATRACCIÓN
Carmen Montalbán Mansilla
Tú sabes, San Fermín, que hasta quienes quedamos detrás de la barrera sentimos la atracción del toro. Una sola mirada, de paso, y ya te llama la excitante llama del peligro. Más que un animal, el toro es un planeta imaginario cuyos mares ascienden bajo la influencia de moles de músculos. Marea viva de emoción con luna llena. Su trapío es una de esas manzanas amarradas al centro de la tierra. A su alrededor, además de instinto y de deseo, hay un guirigay de chillidos que no te librará del sueño erótico. A la hora de dormir, ese toro inconsciente vendrá a buscarte por la azotea, despanzurrando tejados. Por mucho que te arropes la cabeza, se enganchará a tu almohada con el fálico filo de sus cuernos. Pero (aunque te lance al viento como un saco de plumas alborotadas, y aunque te dé achuchones formidables) en esta habitación no va a pasarte nada que no quieras. La sangre de los sueños huele como la vida primigenia. Puedes estar seguro de que irás del temblor al jadeo, únicamente, hasta que grites “¡Basta!” y, luego, al despertar, salgas de tu toril y, sin llevarte por delante a nadie, continúes disfrutando de la fiesta.