ODA
David Martínez Jordán
En las calles de Pamplona, la algarabía se despierta con el alba. El patrón de la ciudad, engalana sus ropajes para recibir alegremente a los corazones ansiosos de emociones. En su honor, una fiesta desbordante de vida y pasión se despliega como un lienzo de colores vibrantes.
El sol se alza tímido sobre las montañas, y los primeros rayos acarician las piedras antiguas. Las campanas suenan, y los sueños se despiertan en cada rincón. Los danzantes recorren las calles, sus zapatos pisotean con fuerza la tierra, marcando el compás de una danza ancestral.
El vino fluye como el río de la vida, brindando un sabor dulce y embriagador a los labios sedientos. Los toros, majestuosos y salvajes, despiertan la valentía y la adrenalina en los corazones de los corredores. La sangre late con fuerza, mientras el peligro se cierne como un manto oscuro sobre las almas intrépidas.
Las calles, y el corazón de San Fermín laten en cada grito de júbilo. Los cuerpos se funden en una danza frenética, en la que el tiempo se detiene y los sueños se vuelven realidad.
En cada esquina, una historia se escribe. Amores fugaces se entrelazan entre las miradas cómplices, y el viento susurra secretos de felicidad.
LA ESPERA INTERMINABLE
David Martínez Abárzuza
Deben faltar pocos minutos. Respiro hondo y lleno mis pulmones de aire. No sirve de nada. Apenas he desayunado y los nervios tienen secuestrado mi estómago.
Ajusto mi faja y vuelvo a apretar mis zapatillas, no se si circula la sangre por mis pies pero quiero asegurarme de que no las voy a perder cuando empiece a correr.
Cada vez me sudan más las manos, doy pequeños saltos que me ayudan a liberar tensión. Estiro el cuello pero mi vista no alcanza, hay demasiada gente.
Echo un vistazo a mi alrededor buscando la mirada cómplice de mi primo Jorge. Tiene la cara desencajada, es su primera vez y se nota.
La adrenalina invade todo mi cuerpo, «¡Ya vienen!» espeta una voz. Agarro del brazo a mi primo y le grito: «¡Corre Jorge, corre!».
Mirada hacia el frente, intento hacerme un hueco entre la gente. Recorro unos metros y me echo a un lado mientras veo como me adelantan a una velocidad pasmosa.
Respiro aliviado pero veo que en la carrera he perdido mi globo de Bob Esponja.
Me reencuentro con Jorge, él no ha tenido tanta suerte. Dos Zaldikos le han rodeado y Caravinagre se ha ensañado con él. Mañana le irá mejor.
¡TÚ, BAILAS FLAMENCO BONITO!
David Poley Vicente
¿Cómo un estallido puede ser el detonante de tantas cosas? ¡El Chupinazo! El culpable de que me vista de blanco a pesar de que todos sabemos que ese color engorda. Entre cánticos, brindis y pañuelos rojos que se anudan al cuello me doy cuenta de que va llegando la hora. Comienza a llover y los mozos miramos al cielo y agradecemos el agua que mitiga el calor. Ahora sí que estoy echo unos zorros… Iker se acerca bailando «Paquito el chocolatero» en un espectáculo bochorno que, sin embargo, me hace sonreír. Me abraza. —Tranquilo— me dice y me incita a unirme a esa ridícula danza mientras una americana grita — ¡Tú, bailas flamenco bonito! —¡Claro que sí, reina! ¡Yo bailo flamenco bonito!— Una carcajada generalizada se extiende entre mi cuadrilla y dos chavales, con cara de despistados, que intentan perrear sin éxito.
Es la hora. Camino hacia la estación bajo la lluvia, que vuelve a arreciar. Antes de llegar unas manos me tapan los ojos. Me giro y me abraza. —Hoy es nuestro quinto aniversario, amor —. Sonrío y noto que mi chico australiano ya casi no tiene acento. —Feliz aniversario, cariño. ¡Viva san Fermín!
«EL ENIGMA DE LAS SOMBRAS: LA LEYENDA DE SAN FERMIN»
David Romeral Campayo
Durante las fiestas de San Fermín, un grupo de amigas decidió aventurarse por las estrechas calles de la ciudad, invadidas de emoción y entusiasmo. De repente, se toparon con una anciana cubierta por un lúgubre manto, que les advirtió sobre un toro maldito que recorría Pamplona por las noches.
Ninguna de ellas la tomaron en serio y continuaron su marcha para unirse con otros en la celebración. A medida que la noche avanzaba y la multitud comenzó a dispersarse, el grupo sintió un escalofrío, mezclado con un terror inexplicable, al oír cercano el bufido de un toro en la oscuridad.
Recordaron la advertencia de la anciana y corrieron aterrorizadas a buscar refugio.
En su huida, se toparon con la capilla de San Fermín. Sin pensarlo, entraron y se arrodillaron para rogar por su divina protección.
Afuera, el toro maldito bufaba y golpeaba furiosamente la puerta de la capilla. De repente, cuando el astado se disponía a entrar, una silueta brillante del Santo apareció frente al grupo.
El toro fue ahuyentado mientras todas observaron asombradas y agradecidas. Desde aquel día, cada 7 de Julio, las amigas comparten su historia de terror y milagro que las salvó, recordando a la anciana que nunca volvieron a ver.
UNA HISTORIA PARA RANAS.
David Martin Roca
Abandonó ese lugar del mismo modo que había llegado, sobre un cubo tirado por cuatro gaviotas. En su maleta llevaba un perrito de peluche. En una vieja caja de sombreros, la fuente del sapo. El piano nevado cabía entre dos carpetas, y los sofás se los metió en el bolsillo, junto a un robot que decía «abrazos gratis». Nadie fue a despedirla, aunque durante tres días se había quedado esperando en la puerta. Obedientes, las gaviotas amaestradas levantaron el vuelo, y cuando miró atrás pudo ver por última vez, la casa nevada, desvaneciéndose en la niebla.
Ya no estaba. La casa, el prado, la nieve, las palabras. El viento tambaleaba el cubo o era ella que temblaba. Descendió hasta el mar, desató a las gaviotas y se quedó allí, flotando. No era un mal final para la historia, pensó. Quedar a la deriva, perderse, hundirse. Acaso dormir bajo las olas. Pero había un problema. Si se hundía ahí, todas sus cosas desaparecerían con ella. El piano nevado, la fuente del sapo, el perrito de peluche, una foto de ella disfrazada en un cumpleaños. Si todo iba a desaparecer… ¿para que se había molestado en hacer las maletas?
Decidió que viviría. Y vislumbró una isla.