EL MOZO CORRE
Diana María Domínguez
Falta poco para dar comienzo al espectáculo.
Desde su lugar, no tiene visión; sólo puede aguzar la vista para avizorar el momento de inicio. Sabe que tiene que librar un juego muy peligroso y estar atento para dar pasos acertados. Se abre camino entre las gentes hasta llegar a un pequeño espacio, contra una pared junto a una taberna. De pronto, aumentan su tono los gritos impersonales de las excitadas calles .
Se escucha el azuzado roce de las pezuñas sobre los adoquines. Espera un tiempo prudencial, mide sus fuerzas, se lanza delante de sus rivales. Los quiere doblegar. Él está listo para el desafío, pero la euforia, el esfuerzo, la resistencia y su respiración entrecortada, son quienes marcan el paso.
El mozo corre, esquiva las cornadas mortales. Cae al suelo, sus brazos son refugio de la cabeza. Dos mozos más tropiezan con él y se desploman al piso. Pasan tres bestias muy cerca de ellos. Una energía desconocida lo pone de pie. La tenacidad lo invade. Continúa su carrera mezclándose con otros salvajes rivales que aparecen.
La plaza está cerca. Pocos minutos han pasado desde el ansiado inicio. Tras él, entran los toros y cabestros.
Rendido y feliz, se entrega ante su logro.
EL PRIMERO
Diego Palacios Marxuach
Ya he oído el chupinazo que marca el inicio.
La gente, la muchachada,… Jóvenes y mayores, todo el mundo lo anhelaba. Ahora mismo la plaza estará a rebosar de humanidad, con litros de vino aguado regando camisetas y rostros. Algunas chicas se levantarán la camiseta para mostrar los pechos a los que estén cerca de ella y otros escalarán farolas…
El alcohol lo empañará todo, los hosteleros explotarán a sus esclavos con impunidad mientras en sus ojos se forma el símbolo del dólar como familiares directos del tío Gilito y subirán los precios a los guiris rubios que solo chapurrearán «siesta», «paella» y «fiesta», mientras se emborrachan y, en otra parte, una “manada” de machitos aguardará para embestir.
Ya no falta nada…
Mañana será mi primer y último encierro. Antes los corría. Siempre. No me perdía ni uno. Y por la tarde a la plaza, a verlos caer. Porque no sufrían, por eso me gustaban.
Ahora seré yo el que persiga, y a quien torturarán mañana. Pero no tengo miedo, porque lo harán con amor, y no sufriré porque es arte, aunque las varas del amo me hacen daño.
Pero, ¡ay!, he mentido. Sí tengo miedo, y mañana seré el primero de la tarde…
EL BALCÓN
Diego Paredes Salmerón
Nos asomamos con vértigo y valor al largo y estrecho trazado de la Estafeta. Frente a nosotros, y a ambos lados, otros tantos balcones se muestran repletos de miradas y gestos expectantes.
Apenas se ha despertado este siete de julio. Hace fresco aquí arriba. Nunca antes he disfrutado de esta privilegiada visión del encierro, de mi amado encierro, en el que tantas veces formé parte siendo mozo hace ya demasiados años.
Este grupo de gente con el que por vez primera estoy compartiendo las fiestas de mi ciudad se muestra hoy especialmente inquieto. Peter, el de las barbas blancas, llegado desde lejanas tierras, es el anfitrión, y Fermín, pamplonés de pura cepa, el que lleva la voz cantante en estos nueve días, desparramando permanentemente fiesta, comida y bebida sin medida. En el balcón nos apretujamos como podemos los habituales, Miguel, Gabriel y Rafael, junto con los recién llegados; Julen, algo nervioso antes de contemplar a su amigo Jokin ante las astas, y yo, debutante acá este año, sabedor desde febrero que mi nieto Javier va a dedicarme, alzando el dedo índice hacia aquí, su primera carrera de este año.
Las ocho, el cohete, nervios, emoción… ¡Qué aglomeración también en este balcón celestial!
UNA SONRISA EN LA VILLAVESA
Diego Salsamendi Berlanga
Siempre había querido visitar la emblemática ciudad de Pamplona, por alguna razón que desconozco todo el mundo me había hablado bien de ella.
Tras realizar el trayecto de ida, una bonita mañana soleada de junio me da la bienvenida al bajarme del tren.
—¿Para ir al centro? —pregunto a un hombre de mediana edad.
—Por allí —me responde señalando la salida—. Tendrás que coger la villavesa 9.
Al ver mi cara de asombro, el hombre añade:
—Las villavesas son los autobuses urbanos, aquí les llamamos así —añade riendo.
Tras una carcajada le doy las gracias y me dispongo a montarme en la “villavesa”.
Al sentarme tengo enfrente a una chica joven, morena y de ojos azules. No puedo evitar fijarme en su cara cuando una sonrisa aparece dibujada en su cara como un rayo de sol tras una tormenta de verano. ¿En qué estará pensando? Me pregunto. ¿Habrá recordado alguna historia divertida? ¿Estará viendo algún vídeo gracioso?
Al bajarme del autobús inconscientemente miro su móvil buscando la causa de esa inesperada sonrisa. En su móvil se lee un recordatorio: “SAN FERMÍN, 15 DÍAS”
Ahí lo entiendo todo. Acto seguido llamo a mi hotel para ampliar mi estancia hasta el 15 de julio.
RENUNCIACIÓN
Diego Fernando Chiari Ramos
De Irala Yuso descartó los bocetos del santo decapitado en el que figuraba sin viuda ni huérfano, y sin tullidos. Aparecían eso sí ambos soldados, uno satisfecho y el otro arrepentido; y la prostituta, cuyo rostro no pudo dibujar, pues no conocía los habituales gestos del oficio. Este trance insuperable lo llevó a renunciar a su empresa.
Fray Matías dominaba ya su arte; había incluso estampado un Hipócrates y un Galeno para el Teatro Quirúrgico y la Magia Quirúrgica de Francisco Suárez de Rivera. Acaso de ahí vino la tentación de pintar la cabeza del Fermín, y su cuerpo desnudo y descogotado.
Habría pues desperdiciado varios folios de cáñamo y de lino amén de unos pigmentos ocre que había encontrado en el almacén. Mas aun así, arrugó primero y luego rasgó todos los pliegos, y los dispuso para la hoguera del refectorio. Su habitáculo era también su taller: un crucifijo y un catre; además de la mesa amplia bajo el tragaluz. Tomó un poco de rapé profundo y el último sorbo de su tisana -ya completamente fría- y guardó sus carboncillos, el buril y la lija en el baúl de las herramientas. Luego hizo una genuflexión, y se persignó adiós.