SI POR MI FUERA
Eduardo Sanz Astigarraga
La tormenta de los Sanfermines inunda Iruña de blanco y rojo. Los fuegos artificiales iluminan de colores los bocatas nocturnos. Música empapada de cerveza o kalimotxo. Gigantes y cabezudos. Toros y txarangas. Encierros poniendo punto y final a la noche.
La polémica está servida. Defensores a capa y espada, frente a detractores animalistas y veganos como yo.
Si por mi fuera, dejaría los encierros, y por la tarde en la plaza, corridas landesas y espectáculos sin matadores, como se hacen llamar. Aunque los puedo comprender, con su antiguo folclore y su arte. No me gusta prohibir, amo la libertad. Y en parte también, me encanta este mundo, lo llevo en la sangre.
Estoy nervioso, oyendo de lejos el tercer cántico junto a la hornacina de San Fermín. El cohete anunciando las ocho de la mañana. Los municipales rompiendo el primer cordón de corredores, ya no hay vuelta atrás. Los cabestros abren la manada, un toro rojo se adelanta en la plaza del ayuntamiento. Encontronazos en la curva de Mercaderes. Empujones, también carreras limpias en la Estafeta, heridos por asta en el callejón. Ya en los corralillos de la plaza, un veterano pastor vara en mano, observa mis afilados cuernos de Jandilla, que todavía gotean.
MI SAN FERMÍN ERES TÚ
Eduardo Alonso Arechaga
12,3 kilómetros. El atasco más grande que he visto en mi vida. Recuerdo la cara de un abuelo con bigote que leía tranquilamente el periódico y a ese chaval que había sido tan práctico como para dormirse sobre el volante. Y claro, luego estaba yo. Con mis 8 años y 3 días, tenía unas ganas de llorar más grandes que el Sadar.
Eran las 16:48h de un 14 de julio. El pañuelico atado en la muñeca de la mano con la que sujetaba el cinturón. Esa mañana nos habíamos levantado más pronto que en toda mi vida. Mamá no se había podido coger vacaciones antes, así que mi única esperanza era hoy. El único de San Fermín que me quedaba.
Salí yo solo del coche. Total, llevábamos más de 2 horas parados. Estaba a punto de tirar al suelo mi pañuelo cuando vi a mi madre salir con algo en los brazos. Sin dejar de sonreír, se enroscó una toalla a la cintura y se puso a bailar como los gigantes. Subía y bajaba mientras ella daba vueltas y yo la miraba. De la guantera del coche sacó una vela y un vasito de plástico. La encendimos juntos mientras me apretaba fuerte la mano.
EMOCIONES ANCESTRALES
Eduardo Daniel Fernandez Raymondo
Entre la multitud, Javier se preparaba para enfrentar su primera carrera de toros. Su corazón latía con fuerza, mezclando la emoción con el temor. Desde niño, había soñado con participar en aquella tradición ancestral, pero ahora que llegaba el momento, la duda lo invadía.
En medio de la muchedumbre, Javier encontró a su abuelo. Se acercó y le dijo: «Abuelo, tengo miedo. ¿Y si algo sale mal?»
El anciano sonrió y le dijo. «El miedo es una señal de que estás vivo. Recuerda que en la vida, a veces es necesario enfrentar nuestros temores para descubrir nuestra verdadera esencia.»
Javier miró a su abuelo y se sumergió en el bullicio de las calles. El momento había llegado.
Con determinación, Javier corrió, sintiendo el latir de su corazón y el viento en su rostro. Cada paso era una afirmación de su determinación. Al llegar, Javier entendió el verdadero significado de San Fermín: correr delante de los temores y abrazar la vida con pasión. En cada celebración, recordaba la lección que lo había transformado.. Las calles seguían llenas de júbilo, pero para Javier, la verdadera fiesta estaba en su interior, donde los miedos se convertían en fortaleza y el coraje se elevaba por encima de todo.
LO NORMAL
Eduardo José Viladés Fernández De Cuevas
Lo más importante que alguien puede hacer por ti es abrirte los ojos. La gente con la que elijo quedarme tiene esa capacidad y la ejerce sobre mí sin pretenderlo y sin ser consciente de su efecto transformador. Por eso cuento con ellos en este 7 de julio, porque mi naturaleza no fusiona bien con prejuicios que se encubren en consejos, con dogmas que se disfrazan de certezas absolutas y con radicalismos que enmascaran iras individuales no resueltas. Si tuviese una varita mágica crearía un mundo sin padecimiento ni desigualdad donde solo importara el ser, sin géneros ni etiquetas, sin guantes de hierro que cubriesen complejos ni miedos ancestrales, donde viviésemos en un San Fermín eterno. Un lugar donde sus habitantes estuvieran en paz consigo mismos y ayudasen al que sufre por ser diferente. No solo le ayudarían, se pondrían en su lugar y asumirían su diferencia como propia. Porque hay que apoyar a los que son diferentes y luchan contra aquellos que quieren que sean iguales. Así que únete a mí en esta lucha silenciosa para que todos los que nos rodean disfruten del chupinazo de la libertad.
EL AMOR EN SAN FERMÍN
Edurne Arce Cemboráin
Si tuviéramos que escribir una redacción sobre los sanfermines, seguramente no utilizaríamos la palabra «amor». Si tuviéramos que definir las fiestas en honor a San Fermín, no emplearíamos dicho término. Nos vendrían a la cabeza las palabras «jolgorio», «diversión», «jarana» y algunas otras parecidas. Sobre todo, utilizaríamos la palabra «fiesta», que tanto popularizó Ernest Hemingway. Parece que en las fiestas en honor al santo predomina el desenfreno, la obsesión por exprimir cada segundo y no querer perderse ningún acontecimiento importante ni ningún plan con los amigos. Nadie piensa en esos momentos en una relación estable ni en nada parecido. Pero a veces, lo que comienza como un tonteo en una peña o en el baile en el parque de Antoniutti, acaba en una historia de amor. Tras esos primeros bailes un 7 de julio, en ocasiones la relación llega a buen puerto y lo que empezó compartiendo una bota de vino (el siglo pasado) o un katxi (en la actualidad), se convierte en algo estable. Incluso da sus frutos en forma de hijos y luego nietos, dando lugar a una nueva generación de amantes de la fiesta. Por todas esas relaciones formadas en esas fechas importantes, deberemos decir: ¡Viva San Fermín! Gora San Fermin!