AMOR INFIEL
Eliana Reisenauer
MARITA
Marita, quien sabe si ama a Andrés, su novio, pero sí ama sus juegos, fingidos, por falta de amor, es atrevida, traviesa, dulce,
Tiene una cantidad de besos, para su amor, es prudente y no quiere ser angelical, ni bondadosa, Ni tierna, juega al amor…
Andrés ama todo lo que es en serio, y no es juego, como los de ella, ama el amor mismo, renuncia al paraíso por simple placer…
pero, ama a la niñera.
Claudia, dice ella, ama a su marido marcos, pero todos saben que quiere a Andrés, porque le gustan las cosas que no son juegos, como a él…
Marcos, ama a Luciana , tan ingenua que jamás se dio cuenta…
Ella, también tiene un amor, al que oculta, ama a su psicólogo Alejandro, quien le arregla la vida en dos palabras, que cura sus nostalgias escuchándola hablar un instante. Alejandro, ama hablar con ella, verla reír, pero no se enamora de ella.
Él está enamorado de otra que le es infiel, que juega a vivir la vida de la locura, y no es como ella
ama a alguien que no la quiere, otra que ama a un policía, el juego, de estar fuera de la ley.
UN DESCONOCIDO EN SAN FERMÍN
Elios San Román Vidal
Cayendo la noche nuevamente don Ernesto se hallaba en la cantina, bebiendo como si no existiera un mañana, cantando y contando historias fascinantes.
“Hoy me siguió la vida, estuvo a punto de aplastarme, lleno de emociones resolví todo favorablemente y pasaron los problemas a mi lado sin hacerme rasguños. Eso es lo que sucede en los encierros taurinos, es la vida misma” platicó.
Era un importante escritor y se refugiaba año con año en las fiestas de San Fermin, le gustaba ser parte de ese ambiente, se hacía pasar por un vagabundo fiestero y en ningún evento lo reconocían ni le pedían autógrafos, se sentía satisfecho de que lo tomaran en cuenta por ser simplemente una persona y no un escritor famoso.
A la mañana siguiente amaneció tirado abajo de una banca, su ropa estaba sucia de alcohol y vómito; se acercó un mesero, el sol ya deslumbraba la vista; ¡don Ernesto! ¡don Ernesto! ¡despierte! hoy es la entrega de los premios Nobel, y seguro usted será premiado. El muchacho ayudó al escritor a levantarse quien estaba sorprendido por descubrir que todos sabían quién era en realidad. Pero pasó por alto eso y se dispuso a prepararse para acudir a la premiación.
EKINTZA BASATIAK
Elisa María Martínez Alcaina
Corrían exhaustos entre la muchedumbre y se estaban quedando sin aliento, pero aquello era cuestión de vida o muerte y no les quedaba más remedio que continuar el recorrido taurino. Unos pocos metros más y, con un poco de suerte, llegarían sanos y salvos a la plaza. «Rápido, corre, mira ése; parece que quiere hacernos daño. ¡Corre, corre!», «¿Cuál de todos?», «El grandote que nos observa mientras corre», «¡Ah, ya le veo! Sí, parece de los agresivos, ¡corramos!», «Tenemos que llegar a lugar seguro cuanto antes o nos harán trizas», «¡Mira, ahí hay uno sin pañuelo rojo!», «Corramos hacia él, que ése no ataca», «No, tío, no le espantemos», «Venga, y nos divertimos un poco, que no todo va a ser sufrir», «No, si al final nos echaremos unas risas y todo», «¡Cuidado! Ése se acerca demasiado…», «¡Dejadnos en paz, mastuerzos, energúmenos, salvajes!», «Ay, San Saturnino, ¡líbranos de San Fermín!»
Eran los toros de la ganadería Guardiola Fantoni que, acobardados y acorralados como se hallaban, empezaron a cornear a diestro y siniestro dejando, como suele acontecer en sanfermines, unos cuantos heridos que al año siguiente, orgullosos de sus cicatrices, volverán a desfilar corriendo como alma que lleva el diablo por las calles de Iruñea.
IMPACTO
Emigdio Fidel Díaz Cedrón
La luna llena, como un farol alumbró el terreno donde descansaban los toros y novillas, a la mañana siguiente a la hora del chupinazo, se iría calle abajo procedente del ´´encierro´.´
El cuidador se había quedado dormido. El atrevido Juan, de unos 18 años cruzó el cercado para mostrar habilidades de toreo frente a un Lidia al cual despertó. Retiró su chaqueta utilizándola de capa y una larga vara como espada.
El toro aceptó su reto, hicieron pases de muletas y verónicas hasta que chocaron ambos cuerpos. Al ser empujado; cayó al suelo asustado; pudo levantarse, estuvo alejado algo del cercado cuando se percató que el animal arrancó a buscarle; le tiró la chaqueta encima quedando enganchada en sus grandes cuernos, obstruyó su visión y logró ponerse a salvo alcanzando la cerca.
Él, estuvo presente a la hora de abrirse el vallado.
El Lidia entre los primeros; se desprendió calle abajo, a nivel de la esquina de Telefonía; su olfato le permitió percatarse de alguien con quien había quedado en deuda. Los redondos y grandes ojos, con sus tarros inmensos lo identificaron.
Para Juan, más que suficiente lo que representó aquella evidente amenaza, quedó petrificado, sólo sintió un fuerte impacto en el pecho.
LA PAMPLONADA
Emilio Garza Garza
Que me disculpe el Santo y me perdone España, pero sus San Fermines, son mis pamplonadas. Sigan vivos y festejen, que Pamplona entera os agradece. Resuenen con los vítores y las emociones que despiertan los toros con sus pitones. En la Américas se les admira, el mundo entero hoy los visita, y toda España los felicita.
Sus dos colores son muy presentes, el blanco puro, el rojo ardiente, como San Fermín, mártir doliente. Que sus festejos duren dos eternidades, la primera para estar seguros, y la segunda para que no se acaben.
Nos soñamos corriendo en pleno encierro, pensando todos que son muy hombres, aquellos locos entre los toros, pero nada tienen de locos, y sí tienen mucho de todos nosotros. Nosotros que no pudimos estar ahí, ahí en Pamplona, con San Fermín.
Todo comienza con emociones, pañuelos rojos cual corazones, pues de sangre llenos van los señores, los hombres buenos con fe y con sueños, esperando el trueno del chupinazo, pañuelo en mano y temerosos del espinazo.
Se oye el trueno, se alaba al santo, que al fin y al cabo sólo seis toros, no son ni tantos.
Aten pañuelos los caballeros, que hoy Pamplona, está de encierro.