XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA NOCHE DEL SIETE DE JULIO

Enrique Paton Benítez

Ella, morena y espigada, se movía en la noche con elegancia etérea, como un ángel desplegando su incorpórea belleza entre la alegre multitud. Él, de tez pálida y formas adolescentes, llevaba la mirada perdida de quien ha errado el camino pero sabe a dónde va. Ambos vestían de blanco y portaban los rastros bermejos del festejo. Sus miradas se cruzaron y, sin apenas decir palabra, caminaron juntos en la misma dirección. A su alrededor ya no había música ni celebrantes.

Amanecieron en las murallas. Eran jóvenes, muy jóvenes.

Al año siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar, sus miradas se buscaron y volvieron a encontrar. Aquella tradición se mantuvo cada siete de julio por mucho tiempo, a pesar de los avatares que la vida les deparó. Y cada ocho de julio, al amanecer, se despedían sin despedirse.

Hasta que un año, ella no acudió. Él, quizá por hábito, continuó llendo, inventando cualquier excusa. Hasta que una noche oyó decir a alguien: “¿eres tú?”, y volvió a ver aquellos ojos negros. “Anda, agárrate a mí,” dijo él señalando con su bastón la algazara a su alrededor, “que ya no estamos para muchos trotes”. Ambos rieron y tomaron el camino de las murallas. 

UNA ELECCIÓN CALCULADA

Enrique Palacios Guerro

Don Antonio llegó a las fiestas de San Fermín un 5 de julio. Era la primera vez que visitaba Pamplona atraído por la fama de sus encierros. Era una feria grande y famosa, adornada por la literatura como hay pocas. A su llegada bajó hasta la Cuesta de Santo Domingo para ver la hornacina del Santo. Recorrió los 870 metros que determinan el trayecto del encierro despacio, fijándose bien en cómo se habían dispuesto las protecciones y escapes de los mozos; pasó por el Ayuntamiento para ver la plaza en la que se produciría el chupinazo y comprobó que no era tan grande como se veía en la tele. La curva de Mercaderes le pareció peligrosa; allí sabía que los toros derrapaban. Le impresionó ver el largo pasillo de la calle de la Estafeta reluciente, bajo una lluvia fina que daba brillo al suelo; muchas leyendas alrededor, mucha historia. La entrada al coso le asombró: las talanqueras y parapetos no le parecieron suficientes para conjurar el peligro que llevaban los astados, pero se quedó mirando un buen rato. Sonrió y decidió que vendería los pañuelos, alejado del bullicio, en un lugar bien visible y donde no hubiera demasiada competencia.  

SELFI

Eric Lombardo Lemus Escalante

Aturdido por la inercia de los mozos que lo empujaron contra el vallado en la vuelta de Estafeta, trastabilló cuando quiso ponerse en pie y pensó en aquella estupidez. Fue cuando palpó el móvil escondido en el pantalón y lo sacó. En la esquina de aquella imagen, todavía tuvo tiempo para divisar la punta de una enorme asta entrando a cuadro. Hizo clic y sonrió.  

PUTIN, SAN FERMÍN Y LA GUERRA

Ernesto Maruri álber

5 de julio de 2023. Veintiocho peñistas sanfermineros de blanco y rojo llegamos en tren a Moscú atravesando Ucrania en el segundo año de guerra.
Los mismos que trajimos a Putin a Sanfermines el año pasado. Embelesado por las fiestas, la camaradería, el amor, nos prometió parar la guerra.
Volvemos para que cumpla su palabra.

Se somete a estiramientos reversibles para viajar otra vez de putincógnito. Un lifting: Piel-Ojos-Labios-Orejas-Nariz-Cara-Cuello-Pecho-Testículos-Pene-Nalgas-Ano-Hemorroides.

Volamos en avión presidencial. Tiene cápsula de escape: una plaza.

Almuerzo. Chupinazo. Bares por Estafeta. Bocadillos de chistorra en Sarasate. Cafés, copas y puro en el Iruña. Riau-Riau. Bares por Jarauta. Concierto en Plaza del Castillo con litronas de vodka Moskovskaya.

Coma etílico.
Hospital.
Recobra la conciencia.
Delirium tremens: se cree una musaraña siberiana.
Revela su identidad.
La policía foral lo detiene: lo amarra a la cama con el culo en pompa.
El ejército toma la planta y rodea el hospital.

El presidente de España, Rompetechos, llama a Medvédev, vicepresidente de Rusia. Ha ingeniado un plan para que Putin detenga la guerra:
-Si no se retiran de Ucrania mañana, le lavaremos el cerebro para que se crea San Fermín resucitado: San Fermivermutín, nuevo presidente de Rusia. Y no hay nadie tan bueno como San Fermín.
 

VÍSPERAS

Ernesto Pérez Esteve

Estoy en mi balcón al fresco, en Estafeta, fumando y vislumbrando el encierro del que formaré parte en unas horas.
De repente, veo algo que se acerca por la calle. Es grupo de monjes encapuchados, con velas y cánticos religiosos.
—No puede ser —pienso en voz alta, algo confundido—. Hoy no toca procesión. Creo.
Pero ahí está. La comitiva la encabeza alguien con una cruz. Su cara me suena.
—Pero… ¿Este no es estaba a punto de palmarla? —me digo, intentando reconocerlo.
Cuando van a pasar por delante de mi casa, el de la cruz me mira y me saluda. El resto de los monjes lo imita; alzan la mirada y los brazos, todos al mismo tiempo, con una tétrica sonrisa. Vienen hacia mi puerta, la aporrean, entran, me llevan con ellos y salimos a la calle.
El que llevaba la cruz pasa a segundo plano y ahora soy yo voy el que va delante, alzo la cruz y me asalta una duda.
—¿Pero… dónde vamos…?
—¿Cómo que dónde vamos? ¡Dónde vas tú «solito»! ¡Al encierro! —grita malhumorada mi madre, mientras me quita violentamente el edredón que cubría mi inquietante sueño—. ¡Son las seis y media! ¡Tus colegas ya han pasado hacia Mercaderes!