SAN FERMÍN ME SALVÓ
Esther Calvo Gargallo
Mi abuela era muy aficionada a los toros. Por San Fermín, veía los encierros cada tarde. En una ocasión me contó: » Por aquel entonces viviamos muy cerca de la calle Estsfeta. Mi hermana me encerró en la habitación, castigada, solo me dejó la camisa de dormir.
La trastada había sido gorda. Pero yo había de escapar.
Era el primer encierro de San Fermín. Salí por la ventana, baje por la tubería, suerte que era un primer piso. Así como iba, salí corriendo detrás de los toros, Estafeta arriba. No caí que detrás venía un morlaco retrasado y al verme, embistió enganchando una asta al dobladillo del camisón.
Aquella tarde volé unos metros. Mi cabeza imaginó que dicha faena merecía, por lo menos, la vuelta al ruedo; si no fuera porque aterricé sobre la nariz. Escuché un gran alboroto. «¡Han cogido una niña pequeña!» Decía la gente. Mientras yo me sentía mareada y confusa.
Mi hermana vino avisada por los vecinos.
Al verme cómo estaba me cogió en brazos.
«¡No sé qué voy a hacer contigo!. ¡San Fermín te ha salvado de morir!» -dijo.
Me llevó al hospital. El temor a mi hermana no superó el miedo a los toros. Volví al año siguiente»
«EL MIEDO Y LA ADRENALINA EN SAN FERMÍN: UNA EXPERIENCIA CERCANA A LA MUERTE».
Esther Rueda Lafuente
«La tensión recorre todo mi cuerpo, una sensación que me provoca placer y miedo al mismo tiempo. Me inquieta y anestesia mi parte valiente cuando más la necesito. Siento miedo y no puedo evitarlo; mis manos sudan, mi corazón late demasiado rápido y no puedo controlar mi respiración. A pesar del ruido a mi alrededor, siento un vacío silencioso. No estoy preparado, ¿por qué estoy aquí? Tengo…
¡Pooommm! Comienza San Fermín.
¿Por qué mis piernas no responden? ¡Vamos! ¡Corre! Me estoy quedando atrás. Esto no es bueno. No oigo nada y hay mucha gente. Debería estar oyendo mucho ruido. No veo la calle…
Siento calor en la pierna, un dolor intenso que me recorre desde la ingle hasta la nuca. Todo va muy rápido y no puedo controlar nada. Mi visión se vuelve borrosa. Gritos de miedo, caras de susto y yo volando por los aires como un muñeco. Ahora sí noto el asta del toro, el frío y la dureza del suelo. Ya no tengo miedo. Ahora empiezo a estar tranquilo. ¡Por fin silencio!
Me pregunto si voy a morir. Si tenía que haber escuchado la voz que me decía: «Este año no corras».
O está experiencia, me hará valorar más la vida.
EL MAR
Eugenio Fernández
La noche, rociada de estrellas que anegan la memoria, que sobrecoge el alma, que entre silencios se derrama.
Noche, que entre sombras sobrecoge con lamentos, los murmullos inciertos del más allá.
¡Que terrible locura desde que no estás!.
Desde que me ahoga la vida.
Desde que ni quiero ver el mar.
Un mar, que a ratos se enturbia como una nube a punto de estallar.
De reventar con sus rayos la poca claridad que me queda.
Un mar depredador de antojos, que me mira de reojo para poderse burlar.
Que me golpea contra las rocas, como un barco a punto de naufragar.
Y yo, sin poder escapar del oleaje, me dejó arrastrar.
Que se me lleven los demonios de la profundidad.
Que se me lleven a la tumba, para descansar en paz.
Donde no me encuentre solo.
Donde poderte encontrar, para gritarle a la muerte, para poderte abrazar.
Abrazos que duelen en la distancia, de tantos que por mi arrogancia no te supe dar.
Abrazos que nos empujen a querernos por toda la eternidad.
Eternidad adormecida que no me deja que pueda encontrar.
Y así se pasa lo que me queda de vida.
Mirando a las sirenas, en la oscuridad de este triste mar.
MI PRIMERA VEZ
Eustaquio Uzqueda Prado
La primera vez
Esa noche no puede dormir, bueno o no me dejaron dormir. Era mi primera vez, mi primera noche en ‘San Fermín’ y el día anterior había sido mi primer día. Para un mozalbete de capital de provincias como yo, era lo ‘máximo’ el poder ir a Pamplona por ‘San Fermín’. Yo ya había estado en Pamplona varias veces, pues mi padre tenía un tío y un primo que vivían allí. Había llegado la mañana anterior a Pamplona, en autobús. A mis padres les dije que iba a casa de ‘los tíos’, pero mi intención era saludarlos y vivir la fiesta a mi aire, sobre todo por la noche. En mi ciudad, Logroño, la fiesta se acababa por aquel entonces mucho antes. Cuando amaneció, nos compramos una botella de leche y unos churros y nos fuimos para el encierro. La verdad es que mis tíos fueron muy permisivos. Eso sí, me dieron de comer todos los días y además la paga. Aquel año saltamos las vallas un poquito y corrimos los toros un trozo, pero a 100 metros o así, bueno igual eran 200… entonces no había la masificación actual. Fue mi primera vez… sería el 67… creo.
CHUPINAZO PASIONAL
Eva María Del Pozo Manchado
La historia de amor de Enzo y Nahia se remonta al 6 de julio de 2014. Ambos eran compañeros de universidad. Siempre había existido una química especial entre ellos, pero no había ido más allá de un abrazo de amigos. Aquel día, arrancaron los Sanfermines. El circulo de amigos de Enzo y Nahia intuían la atracción que sentían ambos. Así que se inventaron un juego compinchados los unos con los otros para que los dos tortolitos se perdiesen y resolvieran su pasión y atracción sexual. Por todos es conocido, que los Sanfermines no se caranterizan precisamente por ser una fiesta en la que no se consume alcohol. Pues bien, el juego consistía en que vendados los ojos con pañuelicos rojos, debían verter el contenido del vaso de kalimotxo en un vaso vacío en cuanto escucharan lanzar el chupinazo. Perdían los dos que menos kalimotxo hubieran vertido. Casualmente fueron Enzo y Nahia, que en cuanto se quitaron los pañuelicos, se encontraron entre la multitud y la comparsa. No pudieron reprimir sus sentimientos y entre los gigantes y cabezudos, desataron su pasión como si no hubiera un mañana. La peña «Los Figuras», como se hacían llamar Enzo, Nahia y sus amigos gritaron juntos: «¡Gora San Fermín!