XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TORITO

Agustín Pascual Pino

Angustioso. Es la primera vez que me meto en este barullo. Anoche, festival de fuegos, ruidos y colores y, esta mañana, en cuanto sonó el chupinazo, todos salimos disparados. A mi alrededor todo eran gritos y caras de asombro, algo así como «los demás corren, pues yo también». No queda otra. Si los que están a tu lado salen a la carrera, el instinto te lleva a acelerar a ti también. Y corres, resbalas, caes, se forma una montonera de la que todos, humanos o no, deseamos salir. Nadie quiere dejar su vida allí (terrible la foto de 1936 en la que el Director y otros compañeros aparecen sentados en la terraza de un bar de Pamplona, donde parecen disfrutar ya de los cercanos encierros, sabiendo que para miles de navarros inocentes, que no deseaban más que un país digno, iban a ser los últimos. ¡Faltó un «Riau riau» que lo evitase!). Por fin, en muy poco tiempo, estamos todos dentro del ruedo. Lo mejor, sin duda, la alegría de la gente. La esperanza de un futuro feliz para todos y todas ¡Viva San Fermín! Nosotros volveremos por la tarde, pero eso aún no lo sabemos mis cinco compañeros y yo, ¡pobre de mí!  

AMARILLO ESTAFETA

Aida Soilán Enríquez

Era demasiado joven cuando me cansé de entrar al trapo. Yo sabía que no era como Baltasar, un pastor alemán que nunca se separaba de mí. A los dos, Miguel nos ponía una cuerda roja para que Baltasar no fuera siempre el más rápido. Nos gustaba contar las personas que, con sus mochilas, seguían unas flechas amarillas pintadas sobre el asfalto. Nos imaginábamos que ese camino que seguían también era nuestro. Recuerdo el último baño que disfruté, justo antes de separarme de ellos, como el día que vi el auténtico color de mis patas a las que tanto me gustaba machar de amarillo. Llegó el momento en el que me trasladaron junto a otros tan torpes como yo, sin tanto pelo, hasta llegar a un portón enorme tras el cual sentí como un canto se elevaba a los cielos.
Los demás estaban agitados, me empujaban. Me asusté cuando empezaron a correr hasta que unos hombres aparecieron para intentar guiarme. Fue imposible hacer nada para sacarme de la primera esquina de aquella estrecha calle. Apareció Miguel y lo hizo de nuevo. Las pintó en el suelo, seguí las flechas y supe, al fin, que mi camino era de un solo color: amarillo estafeta.
 

RECORDANDO LOS SANFERMINES

Aída Riancho López

Tenía a Correketecagas y a Mala uva pisándome los talones. Corría y corría, pero no conseguía alejarme lo suficiente, hasta que llegue ante Joshepamunda. Ellos se alejaron, pero el mundo giraba aún más rápido a sus pies. No pude contener el llanto y me alejé yendo poco a poco hacia atrás. El miedo inundaba todo mi ser. Miré desesperada a uno y otro lado. ¿Cómo podían los demás sonreír?, ¿cómo podían mantener la calma?, ¿acaso esperaban que me acercara a ella… y le entregara mi bien más preciado? ¡Jamás! Se quedaría conmigo por siempre…

Aunque hay veces que no conseguimos mantener las promesas que nos hacemos a nosotros mismos.

Un día me armé de valor y lo metí en un sobre. La dirección estaba clara: el Ayuntamiento de Pamplona. Mis padres insistieron en que no hacía falta poner sello. Gracias a correos y su magia interna, una carta consiguió hacerles llegar a los gigantes mi chupete. Al fin y al cabo, no es lo mismo enfrentarse a los Reyes Europeos que a un buzón metálico amarillo. Sigo dando las gracias a mi aita por no haberme llevado ante los leones de la estafeta de correos…