AQUELLOS AÑOS…
Francisco Javier Gartzia Lezaun
Ahora que las arrugas de mi cara son el reflejo de las hojas caídas
en el calendario de mi vida, recuerdo con añoranza para retornar
en pensamiento a aquellos años cincuenta, donde mi imaginación
de niño agitaba en brutal tembleque mis tiernas piernas ante la presencia
de aquellos acartonados seres que, se empeñaban, sin saber
yo por qué, en pegarnos con aquellas temidas vergas. Mientras otros,
más esterilizados, regios y altos, se abrían paso por las viejas calles sorteando
carros y carrozas y a algún madrugador mozo que,
tras correr el encierro, y con ristra de ajos al hombro,
se resistía a abandonar la juerga mientras quedase alguna ochena
en sus bolsillos.
Sanfermines de telediarios en blanco y negro,
de chatos de vino, de botas de tinto, de grandes cestos para
meriendas en los toros. Un coso donde los mozos, de alpargatas o zapatos,
de blusas o corbatas, sin cubatas ni kalimotxos, vivían también los sanfermines
disfrutando de la juerga.
Una fiesta con sabor a toro, y a Santo.
Con olor a vino y a sudor en unas tabernas, con ausencia de mujeres.
Al igual que en las peñas de mozos, sin mozas, estas, relegadas tristemente
a tan solo a meras
madrinas…
EL MOMENTICO.
Francisco Javier Igarreta Eguzquiza
El inspector Davis siempre quiso volver a Pamplona. Fundamentalmente por razones sentimentales. Años atrás, su madre participó allí en unos cursos de verano. Meses después nació él.
Cuando le propusieron aquel asunto, algo le impulsó a aceptar . Según la Interpol , los Sanfermines, por su carácter intemporal eran terreno abonado para lo imprevisible.
Davis aterrizó en Pamplona el cuatro de Julio. Enseguida le impresionó el aroma euforizante. Como un estado de gracia que impulsaba a la gente a encontrarse. El día seis, en medio del vaivén de rojo y blanco, el fenómeno parecía incontrolable . Desde primera hora, Davis y sus boys afrontaron su particular día D. Encaramados en un tejado de la Plaza Consistorial, barajaron lanzar un «Mayday»al escuchar tras el Txupinazo y el Viva San Fermín!!!, aquel estentóreo griterío. Afortunadamente la vaharada mestiza de sudor y cava que subía desde la plaza les puso en su sitio .
El día siete, Davis despertó en un jardín, acariciado por la alegre música de las dianas. Dejándose llevar por su olfato de sabueso se encaminó a la churrería de la calle Mañueta. Un hombretón barbudo que salía con un enorme cucurucho de churros se dirigió hacia él: Oh my God!! My little Davis!!!
TODA UNA VIDA
Francisco Javier Yuste Córdoba
Espera impaciente el momento, con esa fuerza e ilusión como solo se tiene al frisar la veintena pero a la vez con la incertidumbre y los ramalazos de temor tan propios del primer encierro. Mira al cielo y espera… retumba el chupinazo.
El recorrido está en su apogeo, si extendiese la mano sabría que podría rozar a esa masa palpitante que avanza detrás. En el último momento, se aparta y nota como pasa el coloso. Agarra fuerte el periódico; caídas, quiebros, se suceden en una vorágine pero la conjugación de juventud y experiencia junto con la esencial dosis de suerte, le permite seguir en adelante en la carrera.
El sudor corre por sus sienes plateadas, apenas siente sus pasos, el cansancio atenaza pero ya se divisa la puerta de la plaza. El tiempo se dilata y cada segundo se asemeja a una eternidad. Más por voluntad que por fuerzas pasa a través del círculo de luz y el encierro termina. Le inunda la singular mezcla del alivio propio de haber salido todo bien junto con una profunda tristeza; ha sido su último encierro.
Y es que… correr los sanfermines también puede ser la síntesis de toda una vida.
CARPE DIEM
Francisco Javier Alameda Barrasa
Hacía un calor infernal. Tras un junio tórrido, el nuevo mes había comenzado peor que el anterior. Yo no quería salir de casa. ¿Para qué —me decía—, si no voy a conseguir nada de lo que me proponga?
Las últimas semanas habían sido arduas, demasiado difíciles. Mientras el verano transcurría lento y perezoso en mi diminuto apartamento, sólo pensaba en una cosa: el fracaso.
Mientras estaba sumido en estos pensamientos, un timbrazo me despertó de mi ensoñación. Eran mis amigos.
—Venimos a rescatarte del olvido y de la apatía —me decían no muy convencidos—. Es hora de que dejes de pensar en negativo.
Tras más de seis horas de autobús, llegamos a una ciudad desconocida para mí. Nos bajamos junto a una ciudadela en forma de estrella y, desde allí, caminamos hacia el centro de la ciudad, donde todo el mundo iba vestido con camisetas blancas y pañuelos rojos anudados al cuello.
—Bienvenido a Pamplona, hoy es el día de San Fermín. Aquí no importa de dónde vengas ni a dónde vas.
A partir de ese día, dejé de pensar en mis fracasos y en mis problemas. Ya sólo deseaba una cosa: disfrutar del presente como nunca hasta entonces lo había hecho.
POBRE DE MÍ
Francisco Javier Cano Santa Bárbara
Cada vez me cuesta más levantarme tan temprano. Ducha fría, café caliente, ropa inmaculada, zapatillas limpias. Unos rezos al santo con el pañuelo y salgo hacia la calle Estafeta. Compro el periódico y llego a nuestra esquina. Intento calmar los nervios y saludo a los habituales. Salto cuanto puedo para calentar mis piernas cansadas, mientras asimilo que será mi último encierro. Cada metro tiene una historia detrás, cada cicatriz. Concentrado, miro al suelo y recuerdo las innumerables veces que corrimos juntos desde este punto. Suena el cohete, cierro los ojos y beso tu foto que guardo en el pecho. Como si te llevara de la mano, empiezo a correr y aprieto con fuerza el diario con tu esquela.