XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DESDE FUERA

Giménez Bautista Giménez Bautista

Cuanto más mayor me hago más importancia cobran los pequeños detalles. Veo mi ciudad desde el extranjero y es como el recuerdo del dolor del primer amor.
Añoro las calles por las que corrí siendo mozo. Tarde me doy cuenta de lo feliz que era por aquel entonces cuando tras el encierro me iba con los míos a reponer fuerzas con un buen almuerzo y un mejor vino.
Han conseguido imitar el fondo y la forma en otros lugares, les reconozco el mérito. Pero hay algo en esa ciudad que no admite réplica, cuando Pamplona se engalana para su fiesta no hay imitador que la alcance. Esos pequeños detalles que la hacen tan excepcional, son la factura debida a su brillantez.
Pasados los años me gusta verme como el manso que recoge a los demás, ya no tengo edad para darles con el periódico, mi lugar en el encierro es otro. Dejo sitio a las futuras generaciones, es la ecuación que asegura la perpetuidad en el tiempo.
 

EL PADRE ADOPTIVO

Giovanni Paternina Rada

Las calles de pamplona se llenaron de personas entusiastas con pañuelos en la cabeza, ansiosas por el inicio de las fiestas de San Fermín. El chupinazo marcó el comienzo de una semana de locura en la que la ciudad se convirtió en un mar de juventud vestidos de blanco y rojo, corriendo delante de los toros.
Entre una multitud sudada y eufórica, un hombre llamado Carlos se encontraba en la plaza. El no corría delante de los toros, ni bebía toda la noche. Él era el criador de la manada que corría por las calles, el corría entre ellos y bebía junto a ellos de su bota llena de Kalimotxo, se aseguraba que los animales estuvieran en buen estado al indicarles con silbidos y sonidos que aminorasen el paso al avistar una curva y que ningún listo les picara con algún objeto, más de una vez tuvo que emitir sus sonidos para que sus adoptivos hijos aminoraran la velocidad al ver que algún turista con flaquezas de piernas iba ser corneado por alguno de los erales a su cargo.
Al final de la tarde, las personas cantaban y gritaban en las calles, se sentía feliz, sabiendo que había hecho algo más que un espectáculo.
 

EL MANDATO DE LOS DIOSES

Gloria Fernández Sánchez

Yo soy el toro. Me creen una bestia sin juicio, mas no es así. Voy corriendo con mis hermanos de raza, temerosos, pues conocemos la muerte, por los caminos que en la dehesa nos relataban los mayorales. Santo Domingo, Mercaderes, Callejón.
Nuestro dios, el Minotauro de Creta, no puede ya protegernos. Nos regaló una vida dulce y tranquila y le dimos las gracias antes de ser liberados. Miramos entonces el cielo abrasador y nos despedimos de sus dádivas.
Ahora, en el momento de la verdad, mis pupilas solo perciben humanos en blanco y rojo. Aturden igual que mosquitos y los empujamos en busca de paso. Mis pernales no tienen compasión. Todo esto es antiguo, quizá un sueño. ¿Por qué no? Desde que comprendí mi futuro y el de los míos, una gasa me hace dudar.
A veces, en la noche, vi esas caras sudorosas de hombres y mujeres y hoy, fragmentariamente, reconozco pinceladas, retales.
Ellos también son piezas del rito. No les asustan nuestros pitones.
Tiemblo y empujo. Pues nos espera, y odio escucharme, el dolor terrible de la gloria antes de descansar. Tengo miedo y moriré matando, pues así lo quieren los dioses del Sur. Y seguirá la Historia. Ininterrumpidamente.
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REVIVIENDO LA FIESTA

Gloria Arcos Lado

Sabía que ese iba a ser el último año que podría disfrutar de una de las mejores fiestas de España, los Sanfermines, debido a su enfermedad terminal, pero no quería renunciar a revivirla de nuevo.
¡Esa explosion de luz, color, confraternización le traia a su mente tantas emociones!
Y aunque sabía que no podría correr delante de los toros si que podría vivir la contagiosa alegría que proporcioban sus pasacalles, la música, y especialmente los toros, la enseña de la fiesta.
Había disfrutafo todo aquel cúmulo de emociones a los 19 años, cuando era universitaria, en compañía de una amiga y de varios de sus amigos.
Y aunque la fama le precedía nunca llegó a imaginarse todos los sentimientos de gozo, algazara y regocijo que había despertado en ella esta Fiesta, conocida en todo el mundo.
Aquel día uno de sus nuevos amigos le hizo depositaria de su DNI por si le ocurría algún percance durante su aventura de correr ante de los toros.
Y cuándo llegó intacto, emocionado y feliz tras esa experiencia que había practicado durante años se sintió aliviada y dichosa.
Esos tres días vividos dejaron en ella recuerdos imborrables que este año pretende reavivar, aunque sea por última vez. 

ALEIDA

Gloria Pedrouzo álvarez

La calle estaba llena de ratas, basura y demás inmundicias, pero ella caminaba orgullosa sobre sus tacones exterminando a su paso un montón de cucarachas surgidas de todos los rincones como flores en primavera. Ya no había dolor ni tan si quiera rabia, el callejón la aislaba del mundo.
Sola en la última hora, segura en su altura ficticia como una heroína en la sombra y ya no importaba que nunca «nada» fuese un adiós en la noche.
Aleida, su mente ya formaba parte de otra historia, otro lugar, fuera de la masa gris que lo engullía todo. Su nombre era ya su NOMBRE, por fin cada letra, cada sonido eran ahora su marca de identidad indeleble. Aleida lloró, el valor (sostenido tanto tiempo en su pecho) se le esfumó con el humo del cigarrillo, se desinfló como un pastel de aire, permaneció callada hasta la nueva explosión de valentía que llegaría con la siguiente cerveza.
El callejón, ahora mucho más oscuro, se presentaba ante ella como la única salida, su sello quedaría grabado en las piedras del suelo arrullado por los cantos moribundos de los insectos, pero su alma estaba tocada para tiempo infinito como un diente de león arrasado por el viento.