CONFIDENCIAS DEL 5 DE JULIO
Inma Gurrea González
La nieta se acercó y susurrando dijo:
Abuela, ¡por fin, estos Sanfermines, ¡gaupasa!
Después, tragó saliva y continuó:
Abuela, yo tampoco voy a comer rancho de caracoles, ni voy a almorzar jamón del bueno, y, desde luego, no voy a brindar con champagne de niños… Este año yo seré parte de la fiesta. Hoy, y en este momento, cierro mis fiestas de San Fermín y me abrazo a “LOS SANFERMINES” La fiesta crece conmigo. Ya me estoy imaginando en la plaza, yo, de blanco emocionante y con el corazón agitado en la muñeca esperando a que el reloj marque las doce. ¡Tengo unas ganas…! ¡Saldremos las amigas a bailar, a brillar, a amar, a crecer, a despertar, a sentir…! Hasta los toros…, ¡eh, abuela!
Ya sé que mi madre se inquieta y mi tía… ¡ni te cuento!
Abuela, diles que estoy preparada, que mis amigas, también están preparadas. Que Pamplona es de todos y de TODAS y que nuestros pasos, en el adoquín y en la fiesta, son el eco de nuestra ansiada y suspirada libertad.
En ese momento, la tía que entraba al cementerio cabizbaja, esbozó una sonrisa al ver a la nieta colocar un pañuelo rojo en el balconcillo de su abuela.
ROJA Y BLANCA, POR SUPUESTO
Inmaculada Setuáin Mendía
El timbre suena a las 7:15. “Ya voy yo” dice Milagros. Abre la puerta del portal y espera en el rellano a que el grupo suba. Aunque son seis, lo hacen en silencio. Se saludan con mucha gestualidad y pocas palabras, Wisconsin y Pamplona no comparten idioma. Todavía.
Les hace pasar a la salita que ya tiene abierto el balcón que da a la Estafeta. Ha preparado un abundante desayuno donde predominan los churros, los garrotes, el chocolate espeso y el café con leche. Les invita a mojar los churros en el chocolate. “Los hemos hecho en casa” les dice mientras se golpea el pecho con la mano. No sabe inglés pero entiende que los americanos están en su salsa.
Tras el desayuno, salen al balcón a disfrutar del ambiente y de los rituales previos a la carrera. Esta se desarrolla en un suspiro, sin incidentes; poco margen queda al comentario, y entre “amazing” los visitantes abandonan la casa con grandes sonrisas.
Al recoger la mesa, Milagros se percata de que alguien se ha dejado las gafas de sol. “Siempre se dejan algo” le dice a Javier. Este reposa en la estantería, en su urna. Roja y blanca, por supuesto.
EL BUENO DE FRANK
Inocencio Javier Hernández Pérez
Hola, soy Frank y soy adicto a los Sanfermines. Saludemos a Frank: Hola, Frank, bienvenido a esta fiesta sin igual. Gracias. He de aclarar que mi adicción radica en la lectura compulsiva de textos relacionados con la fiesta de las fiestas. Lo leo todo: libros, folletos, periódicos, frases de azucarillo, revistas de aquí y de allá, incluso los nombres de los participantes de los concursos que se desarrollan a lo largo de la festividad en honor a San Fermín de Amiens. A veces siento que soy un toro embistiendo mi descarnada tendencia a la literalidad de los sonidos, de las imágenes, de la misma realidad circunscrita al periodo comprendido entre el 6 y el 14 de julio. No sé si les ha pasado: vivir los Sanfermines sin vivirlos, quiero decir, sin estar; vivirlos con tanta intensidad que pareciera que todo cuanto acontece en esta hermosa ciudad recorriese tu piel hasta erizarla como un amor de verano. Todo el mundo dice que no hay palabras que le hagan justicia a tal amalgama de vibraciones y emociones y razones y sabores y colores… Pero este es mi trabajo: rastrear información en la red. ¿Qué más podría pedir, desear, un holograma creado por inteligencia artificial?
POBRE DE MI.
Isabel Valbuena Muñoz
POBRE DE MI
Suena el chupinazo y ella se está vistiendo de blanco. De rojo, la liga que rodea su muslo.
Él también inmaculado. La pasión, el corazón latiendo, bajo el pañuelo carmesí que le ayudan a anudar. Un pensamiento, un adiós, » Pobre de mí»
A volar con gallardía, como cada año, delante del bravo, hasta llevarle al encierro.
La promesa, su última correría. Vencido aquel honor, más importante que ella, más que la vida. Ochocientos setenta y cinco metros, separarán su espíritu de aventura, hacia un nuevo destino.
Begoña le esperará en la catedral, rezando a San Fermín, pequeñito en su peana de madera. Sufriendo, por cada tramo de su incierto futuro. Llega la algarabía hasta sus oídos, siente a flor de piel, la velocidad del recorrido.
Siete de julio, a las nueve y quince de la mañana, en El Callejón, un toro ha caído, el estruendo de sus seiscientos kilos reverbera en sus entrañas, trayendo olor a tragedia.
El suelo de granito se abre a sus pies. El alma teñida de carmín. El miedo la atenaza. A sus oídos, solo llega silencio.
Pero…un pañuelo rojo, anuda sus manos. Labios sellados con un beso. El Santo, inmóvil, sonríe.
VICTORIA PECULIAR
Isabel Martinez Rodriguez
El rugido de la multitud llenaba el ambiente a medida que avanzaba por la estrecha calle empedrada. Llevaba tanto tiempo esperando este momento que notaba cómo mi corazón latía con fuerza contra mi pecho.
La gente me rodeaba agitando sus pañuelos rojos en alto, gritando, vitoreando. Sentía que lo hacían por mí, que me apoyaban para que fuera yo el primero en llegar a la plaza, donde la carrera se terminaría.
Cada vez que trataba de adelantar a los corredores, éstos me miraban y se apartaban a toda velocidad, como si me estuvieran evitando a propósito. A pesar de que algún osado quiso apartarme de un empujón, no dejé que nada me detuviera y continué avanzando.
Llegué el primero a la plaza, entre aplausos y silbidos. En ningún momento me había sentido tan amado.
Una persona cercana quiso darme la enhorabuena, y al estrecharle la mano, me golpeó con todas sus fuerzas antes de tirarme al suelo, dejándome las alas destrozadas, impidiéndome volar. Alcé el abdomen para clavarle mi aguijón en cuanto vi su enorme pie viniendo a gran velocidad hacía mí.