XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PROFECÍAS

Isabel García Viñao

En el barrio me llaman El Nostradamus navarro. ¿Que por qué? Porque auguro sucesos con antelación. La verdad es que no presagio impactos de meteoritos contra la tierra, tsunamis, muertes de personajes famosos… ¡Ni mucho menos!
Resulta que, en unos Sanfermines, estando con mis colegas tomando unos vinos ya de buena mañana, les dije: Le tendría que impedir a Pachi que salga a correr en el encierro, atarle los pies a la cama si puedo. Seguro que de los vinos que tomamos ayer, tiene resaca y no le aguantarán las piernas. Además, dicen que la ganadería de mañana es brava y la curva de Estafeta me da terror. ¿Y qué ocurrió? Que un astado lo empitonó en esa curva pero gracias a San Fermín salió del hospital enseguida.
Al día siguiente, con el mismo grupo de amigos, comenté: “Ese extranjero que está bebiendo calimochos, y lo señalé, se lanzará de la fuente de Santa Cecilia y se dará de narices en el suelo. Y así sucedió. Menos mal que solamente se lesionó la nariz.
Hoy, Martín me pregunta:
―¡Oye, Joseba!, ¿y para cuándo dejarán de celebrarse Los Sanfermines?
―No antes del fin del mundo―. Le respondo. Y eso que no soy de Bilbao.
 

UN AMOR QUE DESAFÍA BARRERAS

Isabel Díaz Matos

En las callejuelas empedradas de Pamplona, las banderas rojas y blancas anuncian las Fiestas de San Fermín. Marcos, un joven extranjero con problemas en las piernas, se prepara para vivir la experiencia más vibrante. A su lado, Carlos sostiene sus sueños con ternura. Juntos, desafían las sombras del pasado y abren las puertas de lo imposible.

En las estrechas calles, llenas de color y alegría, Marcos y Carlos se sumergen en la esencia de las festividades. Aunque las piernas de Marcos son frágiles, su espíritu es indomable. En el abrazo silencioso de ambos se encuentra la verdadera sinfonía de la valentía.

En el fugaz instante del encierro, Marcos desafía sus limitaciones y baila en una danza etérea. Las Fiestas de San Fermín se convierten en un remolino de sensaciones. Descubren que la verdadera fortaleza no reside en las piernas, sino en la pasión incendiaria que arde en su interior.

En medio del caos festivo, en el abrazo de su vínculo inquebrantable, encuentran un universo donde las barreras desaparecen y los sueños se vuelven posibles. En el eco de los vítores y aplausos, se teje el lienzo de una historia eterna, donde el valor y la conexión trascienden todas las fronteras. 

YO TAMBIÉN QUIERO CORRER

Isabel Granero Iglesias

Por fin tenía 18 años, y a pesar de los nervios de mi madre y las preocupaciones de mi padre, me marché a Pamplona con mis amigas para correr los Sanfermines, no iba a dejar pasar esta oportunidad. Estaba muy emocionada.
Llegamos pronto y salimos de paseo, la ciudad es preciosa. Hicimos el tour por las calles que la mañana siguiente estarían llenas de toros y gente, entre ellas yo.
¡Qué emoción sentía!, tan grande que no cabía en mi pecho. Desembalé mi ropa; tenía preparado mi pañuelo rojo, el vaquero blanco y la camiseta que tenía escrito en la espalda “Corre sin parar” y en el frente con rojo “A mí no me detiene nada”.
A primera hora y después del café acudimos a encomendarnos a San Fermín. Lo vitoreamos y le pedimos su bendición. Nos colocamos en la Cuesta de Santo Domingo.
Chupinazo de salida, ¡han soltado a los toros! Yo no pude contener la emoción: lloré, grité, reí… Sentí la respiración de uno de ellos en mi brazo, pero siempre estuve acompañada de mis amigas.
Al terminar oí a alguien decir que debería estar prohibido que los ciegos corrieran… pero nosotras éramos prudentes, yo también tengo derecho a correr.
 

HASTA LA PRÓXIMA, BRAULIA

Isla Cruañes Uriarte

Era media tarde, el sol iluminaba su piel tostada mientras ella, en medio del bullicio no paraba de bailar.

Me hice hueco entre la gente, sin quitarle el ojo de encima. Ella giraba y giraba, y mientras sonaban los txistus avanzaba entre la marabunta.

Era mayor que yo, era también más alta, pero no me importaba. El vuelo de su falda captaba toda mi atención. La acompañaba su grupo de baile, eran ocho y aunque se movían al unísono ella tenía algo distinto.

Nunca fui muy dado al baile pero admiraba su danzar. Cuando terminó la música, se quedó de pie, inmóvil, con la mirada fija y sin parpadear.

Su pareja, se detuvo junto a ella y supe que no tenía mucho que hacer.

Vi algo extraño, y bajo sus ropas salió un amigo del barrio. De pronto lo entendí, me había quedado prendado de una gigante de San Fermín. Se veía imponente en sus casi 4 metros de alto, y se conservaba perfecta para tener más de 150 años, pero a mí me había hipnotizado. Siempre la recordaré bailando.

Hasta la próxima, Braulia. 

TIEMPO MUERTO.

Ismael Sesma Del Val

Recorría ligero un pasillo pleno de luz. No se veía nada alrededor, la claridad intensa lo podía todo. Al acercarme al fondo del pasillo, se recortó una figura; era Caravinagre con su rostro amenazante. Levantó la mano, como dándome el alto. ‘Todavía no es tu momento’ me dijo y pareció sonreír por un instante. Me quedé parado, sin saber qué hacer. La luz desapareció como en los fundidos a negro de las películas y lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos en la UVI del hospital, rodeado de cables y aparatos. Se lo conté a la enfermera que me atendía, pero no me gustó el gesto de compromiso que puso, como si no creyese nada. Tomé la experiencia como un aviso y, si antes procuraba ir a los sanfermines cuando podía, ahora es como una religión para mí. Es el lugar en el que me siento más libre y más cercano a los demás en el mundo; la celebración de la vida en estado puro. Cuando veo a Caravinagre que me guiña un ojo, doy gracias por la prórroga, dure lo que dure.