XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PUBLICIDAD ENGAÑOSA

Javier Sánchez Campos

Iñaki revisó las instrucciones de la agencia de viajes, se ajustó la escafandra y oteó por la escotilla de la nave el corretear mecánico de los alienígenas por la superficie del inhóspito planeta. Luego se fijó en la fotografía de la hornacina de San Fermín, se ajustó la faja y el pañuelo, encendió la mecha del chupinazo y pulsó el botón de apertura. En el exterior liberó el petardo, que estalló en el cielo sin transmitir ningún sonido. En Pamplona todo era más sencillo, y las leyes de la tradición y la física se imponían. Con el ruido de la explosión, los toros se agitaban y el corazón de los mozos palpitaba al ritmo de su acelerada respiración. Era inminente. Nada de ello sucedió aquí. Los extraterrestres no se inmutaban; él conservaba sus pulsaciones. Aspiró profundo, tratando de captar la atávica esencia mezcla de ganado y adrenalina, pero solo percibió el rancio tufo del oxígeno artificial. Sacó un periódico y lo agitó en dirección a los seres verdes. Lo ignoraron de nuevo. Maldijo la publicidad engañosa y accedió a la nave dispuesto a solicitar el regreso urgente a casa: todavía llegaba tiempo de participar en los verdaderos Sanfermines. 

IDENTIDAD FESTIVA

Javier Muruzábal Cuevas

Me acurruco en la cama. La adrenalina danza en mis venas al compás frenético de la espera que marcan las pulsaciones de mi corazón. Un torbellino de emociones agita mi descanso.

Despierto temprano. Una sonrisa pícara ilumina mi rostro. He quedado con la cuadrilla para almorzar. Los pasos apresurados resuenan por el pasillo mientras preparo mi atuendo blanco y rojo.

Con el pañuelico anudado a la muñeca, como un amuleto de deseos por revelar, camino por calles que laten con una energía contenida que aguarda ansiosa su liberación.

En cada paso, en cada esquina conocida, siento el cosquilleo de la emoción vibrando en mi piel. Cánticos anuncian la inminente explosión de felicidad. Mi voz se une a la melodía colectiva que se eleva al cielo al grito de ¡San Fermín, San Fermín!

Rodeado de una multitud expectante, el Chupinazo estalla en un estruendo de ruido y color.

Me sumerjo en una comunión de alegría desenfrenada que acoge a todos sin distinción y conecto con un sentimiento arraigado en lo más profundo de mi ser que encarna la esencia misma de Pamplona y su gente.

El pañuelico, sostenido por mis manos todavía temblorosas, encuentra su lugar en mi cuello, ondeando como estandarte de identidad festiva. 

LAS DOS VIDAS ETERNAS DE ESTEBAN DOMEÑO

Javier Carro Díaz

El 14 de julio de 1924, Esteban Domeño llegó al cielo con rostro muy disgustado. Dios reparó en él y en su enfado y le preguntó qué le ocurría para no estar feliz por disfrutar la vida eterna.
—Señor —contestó Esteban—, solo tengo 22 años, he muerto demasiado pronto, apenas he podido disfrutar de la vida. Era un simple albañil, pero tenía tantos sueños y cosas por hacer. Ni siquiera había llegado a conocer mujer.
Esteban calló, avergonzado ante aquello último que acababa de decirle a Dios.
Dios comprendió.
—Esteban, ayer un joven americano corrió el mismo encierro en que te corneó el toro. Ese joven sabe hoy de tu muerte. Dentro de dos años ese joven escribirá una novela llamada Fiesta en la que un personaje será corneado en un encierro y morirá. Ese personaje estará inspirado en ti y así seguirás teniendo una vida eterna también en la Tierra.
Esteban asintió.
—Ese personaje tendrá mujer y dos hijos —prosiguió Dios—. Así que en cierto modo sí habrás conocido mujer.
Esteban asintió de nuevo.
—Y además esa novela hará mundialmente célebres las fiestas de San Fermín que tanto te gustaron siempre.
Por primera vez desde que había llegado al cielo, Esteban Domeño sonrió. 

TESTIGOS

Javier Jordán Trías

Resuena el cántico. Me emociona. Me excita. Me prepara. Me une. Me asusta un estallido nunca escuchado. Demasiados gritos. Mi corazón se acelera. Olores extraños. Poco espacio. El pánico me invade. Mi instinto me obliga a correr. Euforia. Salgo. Corro. Me uno a la fiesta. Sólo puedo confiar en mi fuerza y valentía. Sigo corriendo. Mis pezuñas jamás han pisado este suelo. ¿Por qué, oh destino cruel, me has arrebatado la paz de mi dehesa para convertirme en una bestia desorientada?…
… un pañuelo rojo desprendido revolotea junto a mi… me toca.
Le toco… y caigo. Pido a mi portador que no me olvide en su huida. Juntos hemos compartido este riesgo. Le he hecho vivir, agitándome al viento, el inicio de la aventura. ¡Soy tu pañuelico, compañero! Ahora, aquí, estrellado en el suelo, espero que me recoja. ¡Levántame! Soy un silencio roto. Un testigo desprendido. Un sueño caído. ¡Volvamos a desafiar al miedo! ¡Recupérame!…
… pues no he nacido para morir sobre este adoquín… que…
…aplastado por todos, a todos soporto en estoico silencio. Una vida en piedra. Soy el pasado y presente del que nadie habla. Testigo inmóvil. Y, sin embargo, yo soy el camino hacia esta fiesta y su inmortalidad.

 

LA ESCALERA

Javier Vegas Fernández

1 de enero. Primer escalón. Este año sí. Escribiré algo con tiempo, ganas no faltan. Bueno, si eso dejo acabar las fiestas y me pongo a ello, de momento iré pensando algo.
2 de febrero. Vaya, y ya ha pasado un mes, habrá que ponerse a ello. Me gustaría escribir sobre los San Fermines que quiero vivir este año, los que nunca vi. Los que empiezan de mañana y terminan con los fuegos, de los otros ya tengo muchos por ahí. Después de carnavales arranco.
3 de marzo. Joder, mira que romperse una cadera mi padre… A este paso ni voy.
4 de abril. ¡Cómo pasa el tiempo! Estamos en abril. Mi hija con depresión y yo de animador, en fin.
5 de mayo. Hemos adoptado un gato. Dicen que es buena terapia para ella. La silla de mi padre va que chuta. Parece que para junio tendré alguien que me ayude a pasearle, pero el tiempo se acaba mientras el gato duerme en mi teclado.
31 de mayo. Mañana empieza mi ayudante. Hoy termina el plazo. Al gato lo hemos capado. Quizás esta tarde escriba 204 palabras soñando con que en un par de peldaños mi escalera llegue al cielo rojo y blanco.