VERDE QUIRÓFANO (DR. CIGA IN MEMORIAM 1966-2022)
Javier De Prada Perez
Entras en el escáner con el mismo desasosiego que veías en los toreros haciendo el paseíllo de grana y oro. Tú los observabas durante la corrida, verde quirófano, desde la contrabarrera, como corresponde al cirujano de la Monumental.
Te introducen en el túnel para la exploración. Es angosto como un chiquero. Tienes un mal presentimiento, igual que tuvo Padilla antes de que aquel Miura le atravesara el cuello en 2001.
Después de tantos años como médico en ese hospital, es extraño ser tú el que está tumbado en la camilla. Intenta respirar tranquilo. Eso mismo les decías a los mozos desvaídos que te iban trayendo en aquel montón del encierro de 2013.
Al terminar la prueba el radiólogo se asoma:
– Miguel Ángel, entra.
Por el tono de voz ya sospechas que la trayectoria es mortal.
Antes de operar a Rafaelillo de aquella cornada envainada en 2019, te pidió llamar por teléfono a su familia. Tú tendrás que hablar con Inés y contarle que eso está en mal sitio.
Tus pacientes, alumnos y amigos hubieran pedido dos orejas, vuelta al ruedo y puerta grande. Sin embargo, por tu humildad, preferiste saludar desde el tercio y te fuiste discretamente por el patio de caballos.
EL SORTEO
Javier Saralegui Olite
– Mmmm…
– Qué
– No estamos en Pamplona el día que se sortean los balcones de la sociedad para ver el encierro
– Delega en Guillermo
– No quiero. El año pasado salió nuestro número y el suyo no.
– ¿Y?
– ¿Tú sabes lo que duele? A mí me pasó. Maldices haber inscrito primero su nombre y no el tuyo. Por qué le he dado el 273 y me he quedado yo el 274. Si es que además he dudado. Si me lo iba a quedar yo. Lo traía pensado desde antes de hacer la media hora de cola. Quién va primero. Quién tiene más opciones. Y encima ha salido antes el 275, estaba claro que el anterior ya no toca, que ya lo dice mi padre con la Lotería de Navidad, que no salen números contiguos. Qué chorradas, Javier. Que tú eres un hombre de ciencia. Que tienen las mismas opciones. Pero no. Salió el suyo, y el mío no. Guillermo con balcón, y yo a casa sin nada.
– Pues empates, ¿no? Un año a cada uno.
– ¿Y si nos quedamos ese día? (Riiingg) -«¡Guillermo, qué vida! Nos vemos en el sorteo, ¿eh bribón? Jajajaja»
GIGANTES
Javier Horno Gracia
Gigantes
Pasan los años y ya no sabes desde cuándo le conoces, pero parecía tener una cuerda inagotable, una energía selvática, grande él, siempre nadando al estilo perrito, tal vez imaginaba el doblaje de unos dibujos animados, pero era un farfulleo indescifrable, aunque de cuando en cuando le escuchabas nítido “¡A las órdenes mi capitán” y volvía a camuflar las palabras, o pregonaba “¡Vamooos!” en registro agudo, descendía y vuelta al rebullir gutural y arcano, sin cesar sus brazos acodados, como cobras, batiendo el agua, así un largo y otro, y un día y otro, y uno y otro año, casi tenía la monotonía plácida del azul pastel de la piscina; y en los vestuarios, altísimo, la mirada bizca por ensimismamiento y las manos investigándose una a la otra frente a la taquilla cerrada en bañador; nunca lo verías vistiéndose, sino en su deleite íntimo e ingenuo: “Órdenes, órdenes, órdenes…”
Por eso, y que nunca le había visto en la calle, me costó identificarlo: de blanco, las deportivas impolutas y con la faja ceñida por encima del ombligo, de repente nos inundaba el canto agrio, alegre y soleado de las gaitas cuando con mirada jubilosa adiviné que exclamaba “¡Mamá!” tirándole de su chaqueta roja.
AGUJERO NEGRO
Javier Orihuela Martinez
lluvia incesante en plena tarde de otoño,
un manto de nubes grises cubría el horizonte, observaba desde mi ventana como las hojas movidas por el viento perturbador, deambulaban en el ambiente y se depositaban en el suelo en un descanso casi eterno.
Hacía una hora que te habías ido, el error del orgullo distanció lo inseparable, colocó un frío muro, se hizo un universo entro los dos y donde antes había besos, ahora un agujero negro se interponía entre nosotros.
La lluvia no paraba, yo con la mirada perdida en el infinito, intentaba dibujar tu rostro en las tupidas nubes de tormenta, de vez en cuándo un poderoso rayo, rompía mi hipnosis como para decirme: ¿que estáis haciendo?
La lluvia se detuvo, los primeros rayos de luz abrían hueco entre tormentosas nubes, el viento poderoso se torno en plena luz y color.
Sonó el teléfono, eras tú, apenas entendía tus palabras en un balbuceo de lagrimas y dolor, la lluvia había parado, ahora nosotros, éramos lluvia, no hicieron falta palabras, ni una gran conversación, solo escuchar que nuestro llanto, era por no estar juntos los dos.
En una típica tarde de otoño, cruzamos un agujero negro para volver a estar juntos los dos.
LAS SEIS
Javier Casado Mayayo
Serán las seis. El camarero ha dado las luces y ha cortado la música, pero a Ana Mari el cuerpo le pide un último baile. Se lo concederá La Pamplonesa al ritmo de las dianas.
Son las seis. María toma la mano de su padre. En la mesilla, un vaso con espesante y un pañuelico con el nombre de Cándido bordado en oro. Mientras aguarda el relevo de su hermano, añora las noches en las que era su aita quien velaba aquellas pesadillas con Berrugón.
Siguen siendo las seis. De punta en blanco, Ramona espera paciente la cola de la Mañueta. Los churros serán el arranque perfecto para una mañana en familia con encierro, vermú, tómbola y gigantes.
Deben ser las seis. Maite camina hacia casa con una sensación extraña que ya no recordaba. Entrelazan los dedos y detienen sus pasos cada pocos metros, rendidos a la pasión y al deseo. Entre suspiros cree entender un «te quiero» con un marcado acento inglés.
Para las seis, Gloria llegará a Pamplona. Son los primeros Sanfermines sin Andresa, y trae en una cajita parte de sus cenizas. Tal y como se prometieron, ninguna de las seis amigas faltará nunca a la comida anual de la cuadrilla.