XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA ABUELA YEYÉ

Joaquín Echenique Huarte

7 de julio. Qué ilusión. La ropa blanquísima y bien planchada. Y el pañuelo rojo, que no se nos olvida, aunque tengamos muchos años. Pero la cabeza aún funciona bastante bien y el cuerpo también, no nos podemos quejar. Hemos venido pronto. Tenemos buen sitio para ver la Procesión, en la calle Mayor además. Y ahora un vino en la Estafeta, como cuando éramos jóvenes y aún no teníamos hijos. Son casi las 3 ya, cómo pasa el tiempo. A comer un estofado de toro en una terraza, al sol, que se agradece. Y después de dejarnos contagiar por la alegría que llevan los mozos a la Plaza de Toros, nos volvemos para casa. Hay que descansar, cenar algo ligero y ver los Fuegos desde la ventana. Ha sido un gran día, divertido y emotivo. Estamos cansados, claro que sí, pero que bien nos lo pasamos juntos. Me quito los dos pañuelos del cuello y los doblo para mañana. El mío a la izquierda, el tuyo a la derecha mi amor, que aunque haga ya 10 años que no estás aquí, seguimos viviendo este día como antes, como siempre. Y ahora si, a dormir, feliz, muy feliz.  

LOS CELOS Y EL TORO

Joaquín Castelló López

Los Celos y el toro

La luna persigue al toro en su noche de silencio, allí en los corrales con sus hermanos descansando, ignorantes todos ellos de la música traidora, con compases de capa y muerte.
La luna para desperezar al toro oscuro, le silva en los oídos; el toro no entiende las palabras huecas que le muestran cómo ha de atropellar a los mozos.
La luna blanca vestida en sangre está celosa y como mujer vendida se quiere vengar de unos sonetos que la ignoraron.
Ya el hombre olvidó su pálida luz en tierna poesía; ya pisó aquella luna que desde su corazón el poeta escribió, con zurda mano.
Una nube pasa cerca y apaga su luz dañina. Ella llora con lágrimas de dolor, por no ser ya aquella que en la noche de su muerte le rezaba, llamándola con voz de enamorado.
Pasó la nube de largo y vuelve la luna a susurrar sus dañinos tratos, regresando su rencor al oído del astado.
San Fermín que se despierta y ve lo que la luna trama, la riñe con su amor bendito.
La luna llorando se oculta pidiendo perdón al Santo y el toro vuelve a sus sueños, olvidando lo soñado.
 

EL DESPERTADOR

Joel Navarro-beltrán Viñuales

Nuestro despertador no sonó.
El suyo, en cambio, sí.
Y nos cambió la vida.
Las luces y destellos, que iban a ser de discoteca, se arrastraron por la carretera y estallaron en cristales. Nosotros, mientras, arropados en la opacidad del cuarto.
Continuó un baile involuntario, totalmente destructivo y frío, en vueltas y más vueltas, casi todas de campana. Las nuestras, en cambio, entre tibias sábanas.
Y la desigual pelea contra todo. Luces blancas que crujen. Luces rojas que empapan la frente. Y con la ayuda del volante, sin voluntad aparente, su rostro se despidió, ya para siempre, de cualquier apariencia humana.
No fue el cubata jamás servido ni el latido de la música en sus sienes. Fue el oro negro el que deflagró su octanaje en segundos, pintando todo de carbón. La cara borrada y el cuerpo oscuro.
La llamada fue a las nueve de la mañana. Una larga pausa. Y luego el hilo de voz de su hermana quemó el auricular hasta reducirlo al silencio.
Y nos cambió la vida.
Nos la permutaron por una reseca corona de flores amarrada al quitamiedos y la hiel de recordar, cada noche, el modo en que nos separaron para siempre. 

NAHIA

Jokin Lecumberri Napal

Se anudó el pañuelico ella sola y se llevó un churro recubierto de azúcar a la boca. Repitió la acción hasta devorarlo, manteniendo su camiseta blanca impoluta. Sólo el bigote de chocolate delataba el ritual de desayuno sanferminero. ¿Cómo lo haría? Nahia, mi ídolo y referente. Mi hermana mayor. Yo, mientras, frustrado, intenté pescar un trozo de croqueta de mis pantalones que acabó cayendo al suelo. Los nervios me atenazaban. Íbamos a ver a los gigantes y estaba tan emocionado como muerto de miedo. Por fin me encontraría con Toco-Toco, mi favorito, y cuya figura me acompañaba todas las noches junto a la cama. Pero también estaría Caravinagre. Y los que pegan.

Sobre los hombros de mi madre, vi cómo aparecían entre la multitud. Saludé a gritos desde la seguridad de esa melena protectora. A ella no se atreverían a hacerle nada. La Comparsa frenó a nuestro lado.
– ¿Vamos?, exclamó Nahia desde abajo.
Para cuando arranqué a llorar, mi madre ya me había descendido al suelo, lejos de la atalaya de su cuello. Con una mano me quité las lágrimas y con la otra me agarré fuerte a la de Nahia, que abrió su boca desdentada:
– ¡Corre, que ahí está Toco-Toco!
 

COMPARSA DE CALOR

Jokin San Julián Aranguren

¡Aquí, kiliki kí, con el palo no, con la verga sí!
Como os coja…
¡Maldito cambio climático! No puedo más ¡Qué calor!
– Oye, Patata, ¿cuánto marca hoy el termómetro?
– Cuando hemos pasado por Merindades marcaba 35. Yo me estoy derritiendo. Y encima, como dice Verrugas, parece que cuanto más calor hace, más ganas de correr tienen los chiquis.
– ¡Y tanto! A esos dos, el de la camiseta de Osasuna y la de la faja colgando, los llevo persiguiendo toda la mañana y ahí siguen, llamándome a gritos para que les dé otra tunda.
– Bueno, Coletas, tú piensa que ya no falta nada, mañana es día 14 y esto se acaba.
– Tienes razón, casi no me he dado cuenta de lo rápido que se han pasado estos Sanfermines, pero cada año hace más calor o ¿sólo me lo parece a mí?
– No, el otro día hablando con Braulia, concluimos que como este año nunca. Me dijo que ella ya no sabía si quitarse la falda o no dejar de girar en cada pasacalles aunque tuvieran que sujetarla del mareo.
– ¡Pobre! Pero al menos ella puede aliviarse, aunque sea a ratos, pero nosotros…
– Anda, que ya falta menos…