CABALLERA DE NAVARRA.
Jorge Iván Acuña Murillo
Suena la furia de la bandurria festiva y llueve. Y en la noche alucinada por la gala de Sanfermines, una mujer borracha, ¡sale a trotón cabalgando y desolla al espíritu carbonero de la zozobra! Recuerda que Navarra sería su nuera y Pamplona la primera nieta porque su hijo, enamorado de ellas y de Ikerne, juraba que les daría a todas, una vida llena de primores. Tiene vocación, ella es la arenga, galopa llorando bajo el cielo de Mutilva hasta Burlada, con la grana de la faja y la boina en la pamplónica, se descuajaringa y cuajaringa cuando grita y el público la escucha… que le devuelvan al menos, la muñeca de su hijo.
Yace sobre el peñascal de concha y canto, camino de posada a la verbena, una pequeña doncella de paño con soplo rapsoda, albo vestuario oro y su pequeño pañuelo de borra con celaje colorado, tirada aguardando por la boca del Arga, a que alguien andando la recoja. Su nombre es Ikerne y es callada, fue ceñida con entrañas de pelusa y corazón de aserrín que aún espera, sobre el transcurrir de dalias y de gardenias como noches blancas y mañanas brunas, a que él retorne a recogerla; aunque él… Nunca regresa.
CÁRNICA
Jorge Juan Codina Ripoll
Sal; pimentón: dulce, ahumado y picante, de temporada; ajo en polvo, agua y la tripa natural de cordero. Todo bien organizado sobre la mesa de acero inoxidable. La guillotina y la picadora revisadas. Tres carros: para despojos, para partes nobles y para cortes gurmé. Pitxu se coloca la cofia de rejilla y se ata la bata blanca. Respira aliviada a través de la mascarilla. Por los pelos, sí, pero va a cumplir con los pedidos. Para San Fermín, todos los bares tendrán la mercancía. Ahora se demanda lo artesanal: elaboración orgánica, ecológica, sostenible, fresca, sin conservantes. A cambio, curación lenta, a baja temperatura y producción limitada.
Los malos tiempos no quieren irse. La pandemia, Ucrania, las materias primas… ¡Cuesta arrancar el negocio! Y dando gracias que la legislación se ha vuelto más laxa. Aunque ha tenido que renunciar al producto de proximidad y traerse animales de fuera de Navarra para atender la demanda de los clientes.
Desde la cámara refrigerada, colgando de los rieles del techo, Pitxu empuja una primera bestia, mediana, hasta la sala de despiece. Con la cimitarra, corta las criadillas. Antes de echarla a la cesta gurmé para la chistorra, le gusta mostrársela a los violadores mientras siguen vivos.
DE LUCES Y SOMBRAS
Jose Ponce Navalon
A las cinco de la tarde, antes de que los domingos fueran un recuerdo amargo, “El Chicano” inició el paseíllo con el pie acostumbrado. Saludó al tendido con el rostro erguido y, montera en mano, se inclinó ligeramente ante la presidencia. Su traje de luces, de verde y oro, deslumbró a su primer animal, serio, de nombre ‘resabiao’, y al segundo, ‘general’, de trapío poderoso. Ambos embistieron el engaño resoplando hasta que recibieron el acero en sus entrañas.
Con los acordes de un pasodoble, en la vuelta al ruedo, le llovieron flores y gritos de ‘torero’. Regaló el trofeo a la orquesta pamplonesa. La noticia le pilló con el paso desacompasado cuando se enteró por un subalterno.
—Chiqui, tu hijo…
—Qué ocurre Jaime.
—Que nació muerto, maestro.
Humilló como los toros bravos, lamió su boca el sudor ensangrentado de su mano. Por la puerta grande, sacudió la arena de sus zapatillas.
SIEMPRE RECORDARÉ ESE SIETE DE JULIO
José Martínez Moreno
Nunca jamás vi a mi padre derramar una lágrima por nada, ni siquiera frente a desgracias como la muerte de algún ser querido, ni siquiera cuando nos dejó mi madre. Era un hombre duro, curtido en las miserias de la posguerra, de esos que no mostraban sus sentimientos. Hacía poco tiempo, y ante su inminente fallecimiento debido a la cruel enfermedad que padecía, me pidió que lo llevara a los sanfermines —sueño incumplido durante toda su vida por uno u otro motivo—, y yo no supe qué responder. Me debatía entre el deber de cumplir su última voluntad y el miedo de trasladarlo en su precario estado de salud, pero al final decidí que no sería justo negarle algo que había anhelado desde crío. Así que, llegado el día, nos plantamos en Pamplona. Logré colar la silla de ruedas como pude entre el bullicioso gentío y situarnos en una de las vallas que delimitaban el recorrido. Creí percibir la emoción que embargaba a mi padre cuando pasaron corriendo los mozos y la manada de reses bravas por delante de nosotros. Al mirarlo de reojo advertí el brillo lacrimoso que envolvía sus ojos hundidos. Entonces supe que había hecho lo correcto.
ANISE
José Muñoz Cabrera
Like every morning, Juan Chozas opened the fridge and took his glass of schnapps. And like all Sanfermines, he turned on the television to watch the running of the bulls. His children controlled his anise because at his age, eighty-nine, any small excess could harm him. They hid the bottle from him and only left him in the fridge that morning cup.
He started by taking a sip, but then drank the rest of it. Already the six wild bulls and the six halters were lining the area of Mercaderes when they rang the doorbell. Needless to say, Juan’s anger was morose. He was about not to open and wait for the closure and release the cows bravas, where people have fun running in front of them.
In the end he gained the urge to open, as he was also waiting for the postman to bring him a package, and shouted from the armchair of his living room:
-Who is it?
-A cow -answered from the other side of the door.
He opened this one and, indeed, it was a cow.