LEVANTA LOS BRAZOS
Josu álvarez De Eulate Navarlaz
Hemos estado mucho tiempo juntos. Me has visto crecer, estudiar, correr y dormir. Te pedí ayuda en miles de exámenes y cada vez que llegaba tarde a casa en mis primeras noches de San Fermín. ¿Te acuerdas?
En la época en la que nos conocimos yo te miraba con nervios, intentando que no me pillaras. Me costaba acercarme a ti, siempre custodiado por tus amigos, que parecían querer golpearme con una maza cada vez que me veían. No fue fácil, pero al final era verdad que la puerta de tu corazón estaba abierta. Disfruté de la belleza de tu rostro redondeado a la luz del amanecer, reflejado en los adoquines del encierro o sonrojado por el toro de fuego.
Han pasado muchos años desde entonces, pero me sigues sorprendiendo a veces cuando te observo. Siempre tan impredecible, capaz de tranquilizarme y de alterarme hasta límites insospechados. Todavía mantienes tu magia y esa capacidad de dominarlo todo, marcando el ritmo de la fiesta. Siempre puntual, preciso, elegante.
Ahora todo el mundo te mira. Ya es el momento. Levanta tus brazos como si sujetaras un pañuelo. Como yo, como todo el mundo. Son las 12. Te quiero, reloj de la Plaza del Ayuntamiento.
LA ESPERA
Juam Carlos Corniero Lera
– ¿No tienes tú, lo que hay que tener para correr en un encierro? -le había espetado su pareja la noche anterior cenando. Y allí estaba, delante del Santo, con el periódico del día enrollado en la mano, su camisa blanca, anudándose el pañuelo y asegurándose que los cordones los tenía bien atados.
Se encontraba únicamente él en la cuesta de Santo Domingo inundada del olor matutino del pan recién horneado, que, abriéndole el apetito, le recordó que no había desayunado.
-Con lo fenomenal que estaría yo, con una chistorra y un par de huevos fritos en mi balcón, y no aquí, tiritando de frío, dispuesto a correr el encierro, para demostrar a mi pareja, lo bien puestos que los tengo –se decía a sí mismo, mientras iban llegando nuevos corredores precalentando.
¿A dónde vas? – le pareció oír decir al Santo-. ¿Por una machada te vas a jugar la vida? A mí me parece, que a tu pareja no le importas demasiado.
Lo que hace el miedo -pensó-, y al escuchar “A San Fermín venimos”, se encaramó a la barrera y se dirigió al balcón donde su pareja estaba con otro desayunando.
EL DÍA PROPICIO
Juan Molina Guerra
Esa mañana, Pamplona se había desperezado con un cielo calmo y azul. Hoy es tu día, Valeria, me dije. La manada se presentía cerca: lo pregonaba el murmullo del gentío y el movimiento de los corredores en un solo sentido. Y yo los observaba y sentía un temblor. Intuía la adrenalina anegando todos los rincones de sus cuerpos musculados, y los imaginaba sudorosos, después de la carrera, haciendo corro a mi alrededor, tomando cañas y diciéndome con un punto de lujuria en la voz: qué guapa estás esta mañana, Valeria. Sí, era un día precioso. Y yo lo estaba disfrutando con una emoción desmesurada detrás de la seguridad del vallado de madera, y más aún desde la seguridad de mi epifanía. Porque algo en mi interior me decía que había llegado mi hora, que hoy era el día propicio. Los mozos corrían ya como alma que lleva el diablo, la carrera era ahora un mar desatado, un mar de camisetas blancas y pañuelos rojos. Y fue en ese momento de delirio, en esa orgía mística de los sentidos, que sentí una mano en mi hombro y una voz varonil que me decía: ¿Dónde te habías metido, Iñaki?
UN BUEN REVOLCÓN
Juan Pizarro Nogués
Fue particularmente intenso, y cuando extenuado por el esfuerzo clavó sus ojos en los míos, pude adivinar en ellos una satisfacción y un orgullo que ratificaba que ese revolcón había sido realmente deseado y no fruto del alcohol derramado sin mesura sobre nuestros cuerpos. Había algo a un tiempo dulce y animal en su mirada, y durante un par de segundos, antes de levantarme y subirme los pantalones, aún pude sentir su aliento sobre mi cuello.
Sus músculos de acero y su impresionante cuerpo habían puesto a mi corazón a bailar merengue desde que lo vi acercarse a mi al son de la música y de los aplausos de la gente que asistió a la fiesta, pues todos intuían que aquel maravilloso ejemplar que se aproximaba a mi encuentro con una determinación envidiable, daría mucho de que hablar entre quienes como yo, habían conducido muchos kilómetros para poder pasar un buen rato junto a él y sus hermanos.
Nunca podré olvidar estos San Fermines, su penetrante mirada y el momento en el que consiguió tumbarme a sus pies.
A veces el destino, caprichos y juguetón, te regala momentos inolvidables.
MÁS O MENOS
Juan Durán Velasco
MÁS O MENOS
Yo me pregunto como opción que busca respuesta, ¿para que voy a participar en halagar todo cuanto concurre en una fiesta que al final queda subsumida dentro de los que son sus protagonistas esenciales?
La respuesta es bastante global como corresponde a nuestro mundo globalizado.
La juventud buscando contrastes en una situación que entiende como nueva, aunque lo cierto es que en lo básico es repetitiva.
Los mayores se ven dentro de los recuerdos de lo que fueron aquellas fiestas ya históricas llamadas por ellos incopiables, aunque no está terminado el proceso si cercano a su máximo esplendor.
Las mujeres que por fin han llegado a formar parte de lo que es la organización de la que en tiempos estuvieron marginadas.
Pero si hay una parte que se encuentra confusa esa son los toros, “lo muestran en sus conversaciones”, no recuerdan nada como el cambio climático y la guerra de Ucrania, con las consecuencias que tienen no solamente en ellos, sino en todos los animales empobrecidos sean salvajes o no lo sean, lo mismo que cantidades sobresalientes de personas a nivel mundial y otra cosa que no entienden es que exista en este instante el mangoneo sobre ¡eta y sus víctimas!