EL RELOJ
Kike Balenzategui Arbizu
Maialen vivía en aquella pequeña casa de la Txantrea con su abuelo desde que la abuela falleció. Tenían bien organizadas las tareas de casa: compra, cocina, lavadora, plancha, limpieza… y se las iban alternando. Pero había una que siempre hacía ella, darle cuerda al viejo reloj de la abuela. Estaba en la cocina, un poco alto, por eso se tenía que poner de puntillas para hacerlo. Abría la puertecita, insertaba la llave y la giraba hasta el tope.
Aquel día no estaba del todo atenta y ocurrió lo previsible. El reloj se precipitó desde la repisa estampándose contra el suelo. Lo llevó a la relojería Arrondo, junto a su casa. Allí le dijeron que estaría listo en diez días. Desde que el reloj faltaba en la cocina el tiempo no iba a su ritmo habitual.
Llegó el día y se despertó pensando en recoger el reloj. Vio a su abuelo sentado junto a la cama llorando pero con una enorme sonrisa.
– Abu, vamos a por el reloj y luego subimos al txupinazo.
– Maialen, hoy es quince de julio, llevas diez días en el hospital desde que una furgoneta te atropelló cuando subías a lo viejo. Todos mis relojes llevaban parados desde entonces.
MAKE IT ALL COME TRUE AGAIN
Larry Belcher
As I stepped down from the night train in the station, he took my arm and said, “My first year, I too landed in Pamplona at night. I’ll show you the way.”
He guided me toward the walls outlined in the darkness and over a river.
Beside a small corral, empty in the night, he gestured up the street: “Santo Domingo. Where it begins. I still hear their hooves on the cobblestones.”
We walked up and into a small square and he pointed: “City Hall. Only the facade remains now. And the goddess Fame. We’ve had a thorny relationship.”
Another cobblestoned street led into the main square. We stood under the awning of the Café Iruña, large vertical mirrors inside reflecting the light out into the darkness.
“It all began here when I stepped down from the bus that first night. I still hear the waltz of Astráin, fifes and drums, fireworks in the night sky.”
“I would sit here and watch it all unfold. Street theatre.”
He listened to the wind swirling across the plaza and whispered: “A century ago.”
“If only I could make it all come true again.”
“Meet me here tomorrow at noon. I’ll introduce you to someone who can.”
THERE’S NO PLACE LIKE HOME
Laura Baleztena Pérez
Well… Yes. Maybe it was a too crazy option to choose, being a woman in my forties, on my own. But it was the time, the moment… and I was tired of waiting.
So I left behind my still-married friends and hopped on the adventure. Sure, it was mad. Crazy. Almost demented. But there I was, in my own bedroom, in a shared apartment, yelling at my hostess over the noise coming from the streets. Tough. But I got the keys, and a place to leave my things.
The “WTF?” vanished as I became part of the mass. I hate uniforms, but wearing white and red, as I had been wisely told, worked. “I’m great.” I believed as I kept on accepting people’s drinks. Until I wasn’t.
The champagne sorbet had killed me. How? I’m from Ireland, for Christ sake! Lost, in the middle of a confusing mass, someone held my hand. She brought me inside a circle, where I could easily identify my friends, just physically reverse. They embraced me as my sisterhood used to. And then… oh, God. It was the beginning of the fiesta. The party. The bliss I still feel every time I go out in this city. My home.
EL PRIMER BESO BAJO LA LUNA DE SAN FERMÍN
Laura Valentina Solis Banguero
Era el primer día de las fiestas de San Fermín y las calles estaban llenas de gente. Él, un joven americano, había llegado a Pamplona para vivir la experiencia de la fiesta más famosa de, España.
Ella, una chica local, había crecido con las fiestas de San Fermín y sabía todo lo que había que saber, se conocieron en una peña, él estaba perdido entre tanta gente, pero ella lo encontró. Se ofreció a ser su guía y lo llevó por los lugares más emblemáticos de la ciudad. Durante los siguientes días, se encontraron en varias ocasiones. Compartieron risas, bailes y tragos. Se sentían atraídos el uno por el otro, pero ninguno se atrevía a dar el primer paso.
Finalmente, en la última noche de las fiestas, ella lo invitó a ver los fuegos artificiales desde un mirador cercano. Mientras esperaban el espectáculo pirotécnico, él tomó su mano y le confesó sus sentimientos, ella correspondió con un beso apasionado bajo los fuegos artificiales.
A pesar de que él tenía que volver a Estados Unidos al día siguiente, prometieron mantenerse en contacto y volver a encontrarse en las próximas fiestas de San Fermín.
SUSTO INOLVIDABLE
Lázaro Domínguez Gallego
Apenas el rubicundo Apolo entró por las rendijas de la ventana de mi dormitorio, abrí los ojos y grité: “¡San Fermín!”. En un santiamén me disfracé de sanferminero- blanco y rojo- como mandan los cánones de la fiesta y salí a la calle con la velocidad del rayo. Pamplona ardía de gente y alegría. ¡Vivan los Sanfermines!. Un sol resplandeciente caía sobre el asfalto. Comenzaba el primer encierro. Hinché el pecho, respiré hondo, alcé los brazos al cielo y comencé a correr delante de los toros. Rapidez de bala, zancadas de gigante, y los toros- viento impetuoso, noches ciegas de bravura y orgullo, fortaleza poderosa con astas que son puñales, pezuñas de acero sobre el betún- a punto de arrollar a los corredores. Gritos, risas, espanto en las miradas, asombro sin tregua, y, de repente, esquivé milagrosamente una cornada que pudo ser mortal. Fue como media verónica, acertada, puntual, digna de aplauso. Y oí una voz que gritó: “¡Ni Belmonte, tío, lo hubiera hecho mejor!” Seguí corriendo, transfigurado, feliz, creciendo hasta la hipérbole y con el deseo de repetirme al día siguiente.