LA ÚLTIMA CARRERA
Lázaro Caldera Gómez
En lo alto de Santo Domingo, arrinconados, se saludan. Morenos, joviales, nerviosos y tensos, sobre todo, tensos. Es lo que se siente en los encierros, lo han oído desde siempre, está en sus tuétanos.
Ahora les toca a ellos. Refunfuñando, se baten ante el griterío, patalean, se asoman por entre las rendijas del vallado, respiran y jadean con vigor. La calle está a rebosar de gente. Se hace difícil adivinar el trazado.
El objetivo está claro, si quieren llegar con opciones a la próxima carrera, tienen que cumplir con lo pactado. No tienen noticias de que lo haya conseguido ningún otro anteriormente y eso hace más grande el mito y mucho más disfrutable la experiencia. Tienen el plan mascado desde hace varios días. Saben que es la última oportunidad. Los corrales se abren. Cierran los ojos unas milésimas de segundo, y arrancan. Ya saben lo que tienen que hacer.
Dos para cada uno, es lo básico, y tres puntos más por cada revolcón. Los extranjeros puntúan doble, y si hay sangre, mejor incluso. Nadie recuerda al toro manso. Es el bravo el que escribe el relato.
El primero en llegar a la plaza, se convierte en leyenda. El resto, con suerte, puede ser historia.
LA AMISTAD SIN TAPUJOS
Leire Mogrobejo Larrinaga
La amistad sin tapujos
Plaza llena.
Mareas de peñas rojiblancas.
Alegría contagiada.
Familias enteras vestidas de folclore navarro.
Una única preocupación común: la hora del chupinazo.
Como cada año, mis amigos me esperan en la esquina del estanco de Lola. Quedan quince minutos… la excitación aumenta.
Este año es especial: vendré a pesar de haber estado en coma (por mi accidente, que tuvo lugar en las mismas fechas el año pasado).
No sé cómo actuar; mi euforia está medio reprimida: están a la espera de mi llegada. Desde que me desperté hace cuatro meses, han insistido en que tenía que recuperarme para seguir festejando los sanfermines juntos, como antes.
No quiero defraudarlos; por eso me desconecté de ellos los últimos meses (para estar en forma y sorprenderlos), pero no estoy tan seguro. Aquí, in situ, comienzo a temblar pero, al ver que sus ojos se han llenado de felicidad al verme, todos mis temores desaparecen.
Mario lleva en su mano un puñado de globos llenos de helio; los distribuye entre los colegas y los atan a mi silla de ruedas.
En cada uno de estos está escrito:
“EL JEFE DE LA BANDA”.
LA SEÑAL
Leonor Cumbrera
Relato corto
MAREA ROJA Y BLANCA
Leonor Natividad Camacho Sillero
Miro al cielo y veo un año más el azul de su mirada. Julio se presenta claro y limpio como mis pensamientos. Oigo voces. Llevo escuchando ruido desde hace varias noches. Sin duda, ya queda poco para que comience todo. Puedo ver, aunque no sin dificultad, como se acercan. Estoy nervioso.
A pesar de todo, de los sustos y disgustos ocasionados, cada año me recuerdan. Pensaba que la mía sería una como tantas otras muertes que hubo, pero no. Me descubro sonriendo detrás del cristal que tantos y tantos séptimos meses ha visto pasar.
Los escucho cantar y aclamar. Los veo levantar la mirada hacia esa oquedad en la pared de roca donde me encuentro y, a pesar del dolor que me produce el recuerdo del dolor, siento como símbolo de respeto ese pañuelo anudado al cuello, ese que representa la sangre derramada el día de mi muerte. Una marea roja y blanca que me llena de orgullo, haciéndome sentir cómo cada persona forma parte de mi historia, cómo cada persona es una pequeña célula que corre por mis venas que hace tanto dejaron de existir y que, cada año, resucitan para vivir aun con más fuerza.
LA MAYOR DE LAS FAENAS
Leticia Ortiz Marín
Eran las fiestas de San Fermín. El astado me perseguía como un descosido por las calles repletas de gente fervorosa ataviada con pañoletas rojas. Yo corría y corría al tope que mis piernas alcanzaban, pero sentía en mi nuca su aliento y de reojo observaba sus ojos inyectados en sangre con unas incansables ganas de darme caza.
Y es que de buena gana ese día hubiera deseado que un toro jabonero me llevase por delante, pero lamentablemente, no fue así. Finalmente el astado me agarró estrepitosamente de la camiseta con sus cinco dedos, habiendo descubierto diez minutos antes mi idilio con su mujer en plena faena. Tal somanta me propinó mi vecino, que desde aquel día soy un cabestro de lo más manso.