XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TORRENTE DE SENTIMIENTOS

Maika Zozaya Leache

En mi infancia supe que San Fermín fue obispo, aunque cuando comencé a vivir durante 9 días las fiestas que llevan su nombre lo olvidé.
Controlando la cuenta atrás en el reloj de la calle Estafeta, de la noche a la mañana la ciudad se viste de blanco y rojo experimentando un torrente de sentimientos que hay que vivirlos junto a familia y amigos.
Esperamos el ansiado txupinazo y junto con la cuadrilla damos buena cuenta del tradicional almuerzo.
La plaza del ayuntamiento se va llenando de bullicio y alegría para recibir éste importante cohete anunciador del inicio de la fiesta, momento en que el pañuelo se coloca en el cuello donde permanecerá durante todas las fiestas.
A partir de este momento en Pamplona se vive, emoción en la procesión, nervios en los encierros, ilusión con Gigantes y Cabezudos, sorpresa en los fuegos artificiales, deleite con los churros, diversión continua con cantos y bailes, marionetas, verbenas, barracas, tantas y tantas horas para gozar, callejear, reir, admirar y disfrutar de las fiestas de San Fermin hasta que poco a poco llegan a su final con otro emotivo acto, el pobre de mí, triste sí, pero esperanzador porque desde el primer minuto ¡ya falta menos! 

SAN FERMÍN EN 5 MINUTOS

Maite Agós Díaz

11:58h Estamos todas con la piel de gallina, mis amigas de emoción porque van a lanzar el cohete, yo de nervios porque me ha sonado el móvil. No puedo oír la llamada, no puedo salir de la plaza… Y llevo esperando esta llamada más de un mes. Por el camino me abraza un guiri y me cae un cubo de agua en la cabeza…Entre empujones y ketchup consigo llegar a La Mañueta. Tengo la boca seca y bebo del katxi que me ofrece un alemán. Mientras me contestan, distraigo mi mente pensando en que en esa tienda me compraban las zapatillas de pequeña, y en si este año habrá o no churros. Me tiembla la mano y casi se me cae el móvil a un charco de pis cuando me responden y creo que me dicen sí, ¿sí?, sí…Grito y salto por la plaza de Los Burgos, estoy sola, sucia, mojada, me he perdido, no encuentro a mis amigas, no he visto el chupinazo y creo que ese punki se está riendo de mí. 12:03h Estos son los mejores San Fermines de mi vida. 

FUE UN SIETE DE JULIO

Maite Echauri Mayor

Aquel encuentro fugaz me marcó para siempre. Recuerdo que sonaba la Biribilketa y la alegría desbordante, esa que surge sin control tras el estallido del chupinazo, se apoderaba de todas las calles del Casco Viejo. Tan solo llevábamos tres horas de fiesta, pero para mí ya habían sido las mejores.
– ¿Y tú cómo te llamas?- le pregunté envalentonada por el rosado que había tomado durante el almuerzo.
– Josu, encantado, ¿y tú?
Su sonrisa me atrapó. Acababa de surgir algo especial, lo sentía. Pero fue entonces cuando al ritmo de charanga se perdió entre la marea blanca y roja.
Al día siguiente me acerqué a la calle Mayor para ver pasar al santo en procesión, con la esperanza de que me echara su capotico y así poder encontrarme con él de nuevo. Observé con emoción a San Fermín mientras los pétalos cubrían el suelo formando un precioso manto. En el silencio, un susurro a mis espaldas:
– Creo que ayer se nos quedó una presentación pendiente.
Sentados a mi alrededor, con los ojos como platos, escuchaban la historia una vez más.
– ¡Hala! ¿Pero de verdad el abuelo y tú os conocisteis así?
– Si…y de eso hace ya cuarenta y dos años. 

VISITA INESPERADA

Manolo De Prada

Leyre corretea por el apartamento mientras ella deshace la maleta y le martillean los recuerdos.
Un peluche. Siempre volvían con uno de las barracas cuando su padre todavía tenía pulso con la carabina. Eran tiempos de algodón de azúcar.
Un gigante de juguete. Muchas veces la perdía al pasar la comparsa porque esos vermús no terminaban nunca.
Un pijama. Solía dormir con su madre y le oían llegar. Por el estrépito de llaves y muebles sabían que esa tarde de toros había terminado en enfermería y no en puerta grande.
Unas toallas. Las que su madre escondía después de limpiar los vómitos.
El pañuelo rojo. Ella, de adolescente, lo llevaba atado en la muñeca. Disimulaba si lo veía dando tumbos por Estafeta y esperaba que sus amigas no lo hubieran reconocido.
Ropa blanca. Manchada de sangre y hecha jirones por otra caída, otra pelea. La vergüenza de volver a recogerlo otra vez en urgencias.
Y el inevitable divorcio que su madre retrasó demasiado.
Baja con Leyre al chiringuito para ver el Chupinazo en la tele. La niña grita sorprendida:
-¡Abuelo!
Ella mira el vaso de cerveza con desazón
– Es 0’0.
Y ella alberga una falsa esperanza de que, por una vez, sea verdad.
 

TRADICIÓN FAMILIAR

Manuel González Casaus

Solo faltan 10 minutos para las 8. La mañana está fresca, pero yo estoy sudando. No quisiera ensuciar mi camisa blanca recién estrenada. Al menos, todavía no. La Cuesta de Santo Domingo está abarrotada, aunque yo solo escucho los latidos de mi corazón golpeándome las sienes. Aprieto el periódico que llevo enrollado hasta que me hago daño en los dedos. Pienso en mi padre, que lleva 10 años sin poder correr desde ese maldito accidente. Él no sabe que estoy aquí. Seguro que habría intentado impedirlo. De pronto, me espabilan unas voces que el unísono cantan: “A San Fermín pedimos, …”. Escucho a continuación el sonido del primer cohete. Es la señal. Arranca la carrera, me parece sentir las patas de los toros golpeando el adoquinado de la calle. La gente grita, yo sigo corriendo hasta que ya no puedo más. Me paro apretándome junto a una pared, y veo como pasan de largo. Estoy llorando. Mi camisa está ya manchada, pero no importa.
Llego a casa. Mi padre está en su silla de ruedas frente al televisor. Me mira despacio, y noto como sus ojos se humedecen mientras me dice: “Te he visto correr por la tele. Estoy muy orgulloso de ti, Amaya”.