OJALÁ DAKOTA
María Ordoñez Marina
Me gusta bajar a echar el café donde Julián antes de ir al monte. Es el único que nos recibe a estas horas; tempraneros variopintos convergiendo en una taza de café.
Hoy somos pocos, y el único no dándome la espalda tiene la mirada absorta en el diario, permitiéndome escudriñar el bodegón con alevosía y total impunidad.
En unos días cambiará la estampa; seremos embajada internacional, con Julián dando asilo gastronómico a través de los mismos pintxos que vieron crecer al barrio. Y qué sé yo, tiene algo de romántico dar la vuelta al mundo sin moverse de aquí. Porque aquí todo grita vetusto y me encanta. Porque aquí no ha cambiado nada y sin embargo cambiarán todos.
Inhalo y retengo toda la calma que puedo. Calma que precede la deliciosa tormenta que otro año más desaparecerá sin dejar más rastro que el mapamundi plagado de chinchetas y de trazado ya obsoleto que colgó Julián con orgullo sobre la registradora hace más de cuarenta años.
¿Conseguirá este año plantar la chincheta en Dakota del Norte? Quizá sea eso lo que le impide jubilarse, el último estado.
– Ojalá caiga Dakota este año – me despido.
– Ojalá Dakota- me dice, sin ocultar la ilusión.
DESDE MI VENTANA
María Izkue Apesteguia
Desde mi ventana no se ve el mar, pero desde ahí veo a los gaiteros subir por la calle Chapitela después de cada chupinazo. Es un sonido impresionante, casi tanto como el de las olas chocando contra sus acantilados.
Desde mi ventana no se ve la montaña, pero veo a la gente hacer calentamientos antes del encierro. Después advierto que empiezan a correr, y a continuación vienen los toros, luego distingo a los mansos. Es una imagen preciosa, casi tanto como la montaña nevada en un día soleado.
Desde mi ventana no se ven las espigas de trigo mecerse, bailar con la brisa. Pero el siete de julio veo pasar al Cuerpo de mi Ciudad. Es una estampa que me emociona, como me emociona y relaja el verdor de los campos en primavera.
Desde mi silla frente a la ventana no puedo bailar con los gaiteros, no puedo correr el encierro ni dar la mano a ningún kiliki. No puedo andar, pero es como si lo hiciera. Soy una persona afortunada, mi corazón, mis anhelos y yo estamos tan cerca, que soy capaz de trasladarme a todos esos espacios con un pequeño esfuerzo mental. No necesito propulsión, los recuerdos estimulan y vigilan el vuelo.
EL CANTANTE TELONERO
Maria Amparo Vaquero Garcia
Concierto en la plaza de los fueros, tres de la mañana, escucho tu voz y no me importa nada. Ay amor, cómo entonas a Sabina en cualquier esquina, qué colorido hay en tu voz…se te nota que llevas escenarios tejidos en tu corazón, jirones en tu piel que suenan camuflados en el acorde de esta canción. Primeras letras, un diapasón, eres pura música en transformación, me trasladas, me trasportas y, por qué no decirlo, en un escenario, cuánto aportas…Concierto lleno de aforo y cuánto coro. Mezclas entre el gentío mucho lío, recuerdos, nostalgia, sueños y, por qué no decirlo, alguna que otra neuralgia…Y yo, solo puedo decirte, por favor cantante, no pares, esta es mi canción…
EL REGRESO A CASA.
María ángeles García Jimeno
Berta regresaba tras diez años a la ciudad. Se sentía como una extraña. No una guiri, pero sí una extranjera.
Ya no era la chica que disfrutaba de las verbenas de la plaza Antoniutti en su juventud. Ni sus fantásticas noches disfrutando de los fuegos artificiales. Aquello era el comienzo de la noche. Reconocía que sentía agobio en los bares, por ello disfrutaba de respirar con las orquestas en las plazas, y allí sentía que conocía mejor a la gente.
Mientras el taxi le llevaba a su casa su cabeza también se iba a su infancia. A los autos de choque, el perrito piloto y el trozo de coco que no debía faltar; así como el vino dulce en los puestos donde se machacaba la uva.
Poco a poco sentía que volvía a sentir la fiesta. A sentir la maravilla escuchando La Pamplonesa y viendo bailar a los gigantes desde niña. Como Cara Vinagre se ensañaba con las chicas que pillaba a su paso. Sintió como si una descarga eléctrica le invadiese el pecho.
Cuando bajó del taxi ya no era extranjera. Era una mujer que regresaba a casa.
GAFAS MORADAS
María Belén Torres Martínez
Mi tía me viene a buscar , me dejan ir al encierro con ella, al resto de la familia no le gustan los toros. Estoy impaciente. Hace horas que estoy arreglada. Me he puesto pantalón corto, por si hay que correr , y las sandalias nuevas, de tiras rojas y blancas, que he estrenado para las fiestas. Suena el timbre, la tía se presenta como artista de cine, parece de esas señoras que salen en las revistas, como la Ava Gardner esa y el torero famoso. Me trae unas gafas de sol de pasta moradas, preciosas, grandes, casi como las suyas. No entra, tenemos prisa si queremos coger buen sitio. Salimos a la calle, hay tanta gente , que me agarro bien fuerte a su mano no me vaya a perder, ella me la aprieta tan fuerte que casi me duele, mi madre le ha dicho:
-Te llevas a la niña, pero como le pase algo, si no te cogen los toros , te mato yo.
Volvemos a casa con las gafas rotas, se me cayeron con las corridas , la gente me las ha pisoteado.
-Si me prometes que no le cuentas nada a tu madre mañana te compro otras iguales.