UNA SOMBRA NEGRA
Maria Carmen Oliver Abadias
¡Tanguito, despídete de tus compañeros! Te vas a Pamplona para San Fermín—, le dice el mayoral—. —Eres tan bueno como tu padre, que también estuvo allí.
Tanguito valiente y confiado sube al camión mientras se pregunta:
— ¿Qué haré en las Fiestas de Pamplona si nunca he salido de la dehesa?
En un área de servicio, al lado del camión, toman una cerveza el camionero y el zagal que asiste a Tanguito durante el viaje.
— ¡Pobre Tanguito!—dice el zagal— lo que hace la ignorancia, va camino de la muerte y ni se entera.
— Pues mejor así. ¿No te parece?—le contesta el camionero — y si lo piensas bien, después de todo su trance será más digno que el de cualquiera de sus compañeros. Antes del matadero, habrá vivido su día de gloria, de arte y de vítores. ¿No te gustan las corridas, zagal?
— No. Yo los cuido.
Una nube negra se cierne sobre Tanguito.
Ya en su destino, Tanguito baja de la carrocería. ¡Mu, mu…!, brama. En un descuido, corre veloz buscando el camino de vuelta a casa, mientras repara en el porqué su padre nunca volvió de Pamplona.
— ¡Tanguito, vuelve!— grita el zagal, el encierro es mañana.
LA INVITACIÓN
Maria Cristina Iricibar Del Amo
Le estaba costando llegar al hotel. ¡Cuanta gente! ¡Qué calor! ¡Y todo el mundo tan contento! ¿Qué pintaba él en esta fiesta? Su vida era un desastre. Necesitaba un cambio, pero sus amigos de Pamplona no habían tenido una buena idea. Mejor no haber venido.
¿Y ahora qué pasa? ¿Toda esta gente? ¿Por qué no podía cruzar la calle? Se asomó entre tanta cabeza y vio a ocho figuras enormes que avanzaban erguidos y majestuosos al son de la música. Los gigantes. Eran imponentes. El sol se reflejaba en sus adornos dorados y cuando giraban sobre si mismos parecían reales. Al detenerse, curiosamente todos quedaron con su cara vuelta hacia él. Le miraban. Sí, le miraban.
El teléfono vibró en su bolsillo. Le esperaban en el bar del hotel. Estaban todos.
Al cruzar la calle rozó con su mano el traje del gigante que tenía más cerca. Fue como una caricia. Pero…¿Qué era esto? Tenía un pañuelo rojo enredado entre sus dedos. ¿Quién…? Miró alrededor. No parecía haber nadie tan cerca. Sorprendido aún, se lo anudó al cuello. El sonido de las gaitas llenó el aire. Los tamboriles marcaron el paso a los gigantes. Igual sí había sido una buena idea venir.
DEL BLANCO AL NEGRO
María De La Paz Valero Uceda
Querido lector, siempre fui una amante de San Fermín, esa fecha estaba marcada en rojo en mi calendario, disfrutaba con cada encierro, y aunque con cierto miedo veía como mi marido se entusiasmaba delante de los pitones de aquellos toros que corrían por las calles de nuestra tierra.
Pero bien dice el refrán que “como un hijo no duele nada”, y eso es bien cierto, pues cuando vi a mi pequeño Miguel correr su primer encierro, mi cara palideció, ya tenía veinte años, pero para mí seguía siendo mi niño.
Nunca he sufrido más que aquellos minutos, mi marido bromeaba y me decía que por él no sufría así, pero un hijo es un hijo.
A pesar de mi sufrimiento luego venían los abrazos pues Miguel en unos años se convirtió en un excelente corredor, hasta que un día me quedé esperando su abrazo.
Mi niño había sido cogido mortalmente en una de las esquinas del recorrido, corrí al hospital, pero ya era tarde, ya había volado.
Sé que para muchos se ha convertido en un ejemplo de valentía y perseverancia, pero yo desde aquel día San Fermín está marcado en rojo, desde aquel día pasé del blanco al negro…
SIEMPRE CON NOSOTRAS
María Del Mar Suárez Sanabria
No he podido dormir. El próximo año tendré que tomar una de esas relajantes gominolas.
De un salto llego hasta mi pantalón y camisa blancos impregnados de ese olor a ropa recién lavada. Me ato mis cordones blancos, me ciño, conmovida, el pañuelo rojo que me regaló y me acerco a la villavesa, repleta de espíritus pletóricos de risas y voces.
Llego a nuestro punto de encuentro calculado con la precisión que da la experiencia. Me abrazo a mis cuatro amigas. Emocionadas las cinco hacemos un círculo y nos damos la mano. La gente que pasa nos mira divertida. ¡Cosas de los sanfermines! Exclama una joven con rastas rojas y blancas.
Un minuto para las doce. Apretamos nuestras manos. Ya la sentimos. No podía fallar, podemos oler su algodón impoluto, escuchar su risa salvaje.
Ahora sí, ya estamos las seis. Como el año pasado. Como si no hubiera ocurrido. Con la emoción que nos atrapa y con las ganas de vivir otro San Fermín único.
EL MOMENTO ANHELADO
Maria Del Pilar Lopera
Estaba en la Estación del tren en Barcelona esperando la salida, precisamente el día anterior el Sr. Jiménez cumplía una cita muy importante para su carrera política.
Era el encargado de dar el chupitazo y había prometido a su nieto menor el privilegio de encenderlo. Juan era un jovencito de 7 años que andaba en silla de ruedas, tenía una enfermedad congénita que lo imposibilitaba, era encantador. Nunca se quejaba, iba a estudiar como cualquier otro de sus hermanos o primos, de hecho consagrado al estudio más que muchos. Disfrutaba al máximo las fiestas de San Fermín, que su familia hacía personalizadas en el patio trasero de su casa. Elaboraban en madera estructuras similares a un toro, las cuales tenían ruedas y hacían el show central. A la misma hora que empezaban los encierros, iniciaban en casa de los Jiménez, los primos mayores se vestían de toreros y los menores junto con sus hermanos conducían los “toros”, cantaban a toda voz, los cánticos tradicionales. Se había convertido en una costumbre de familia hacia años, cuando Juan perdió totalmente la movilidad de sus piernas.
Doce en punto, todo listo para dar inicio, el Sr. Jiménez y juan encendieron.
¡Y ahora que viva la fiesta!.
Pilaryca