XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SON SÓLO UNOS MINUTOS

María Soledad García Garrido

Hago transbordo en Pacífico hasta Sol. No veo el momento de llegar. La línea 1 está como Estafeta dentro de media hora. Salgo a la calle, a la luz, y la temperatura es de veintitrés grados. En Pamplona, seguro que alguno menos. Doy los buenos días al ordenanza y esprinto para fichar. Esta semana todos lo hacemos varios minutos antes. Eso que ganamos.
Los pasillos del ministerio bullen de funcionarios que corremos a nuestros despachos. Enciendo el ordenador y me conecto a la reunión. A Luis, el jefe de sección, le gusta darnos las instrucciones a primera hora. No falta a su costumbre ni aunque salte la alarma de incendio. El resto silenciamos los dispositivos y a las ocho menos un minuto dividimos la pantalla. A la derecha, el careto de Luis; a la izquierda, la carrera. Sobre su voz monótona, se oye, en cuanto acaba el encierro, un clic sincronizado. Somos todos eliminando las cookies.
 

LA CELEBRACIÓN

Mariela Fidelia Arriagada

Este julio pasado no he podido resistirme a asistir a la Fiesta de San Fermín. Una experiencia inolvidable que, reúne a mucha gente y que he vivido con tres amigos de la infancia. Todos, llevábamos el pañuelo rojo en el bolsillo, esperando la señal del Chupinazo que nos indicaba la inauguración de esta celebración, al grito de ¡Viva San Fermín!, enseguida nos lo anudamos al cuello y comenzamos a disfrutar de este ambiente festivo. Vimos de cerca a los toros bravos, guiados por cabestros y pastores que también controlaban a los rezagados. Después fuimos por las calles colmadas de gente, siguiendo a las comparsas junto a los Gigantes y Cabezudos, acompañados por familias completas y amigos que bailaban al sonido de las gaitas y del tamboril. Cuando acabó la corrida, la música de las charangas y las peñas de la calle Jarauta, le colocaron aún más color a la fiesta, hasta altas horas de la noche. Este ha sido para mí, un viaje único. Pienso que, por lo menos una vez en la vida, todos deberíamos participar y cantar: “Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de mayo, seis de junio, siete de julio, San Fermín”. 

MEDIO DESPIERTA, MEDIO DORMIDA

Mariluz Pardal Farriol

Es temprano un año más; pero un momento dulce y esperado de las fiestas es poder disfrutar de un placer tan sencillo y goloso como es degustar unos churros de la Mañueta. Hay que madrugar; pues el horario es limitado, pero no importa. Vale la pena y tiene su encanto. Para ello nos acercamos de nuevo a lo viejo; pero esta vez enfilamos por la calle Curia y torcemos a la izquierda. Como era de esperar, la cola es larga pero lleva buen ritmo.
Una vez conseguido nuestro botín; al que sumamos unos vasitos de chocolate caliente de un establecimiento cercano, nos adentramos en uno de los rincones más bonitos de la ciudad, el baluarte del Redín. Ahí nos sentamos en un banco y empezamos a saborear tranquilamente de este desayuno tan especial. Luego, con el estómago lleno nos acercamos al mirador. Aunque suele ser un rincón concurrido y lleno de ambiente, a esas horas de la mañana está muy tranquilo. Perfecto para unos momentos de reflexión y desconexión con preciosas vistas de una ciudad medio despierta, medio dormida..
Así, una vez cargadas las pilas nos dirigimos de nuevo al centro, donde la música anticipa la llegada de gigantes y kilikis. La fiesta continua..
 

LA DESPEDIDA

Marina Solla Morente

Acabé allí, de casualidad. Ni siquiera recordaba que estaban en San Fermines. Quería irme unos días a la playa, pero decidí parar a conocer Pamplona. De pronto, me encontré absorbida por el tremendo bullicio de sus calles. Miles de personas ataviadas con impolutos trajes blancos y pañuelos rojos recorrían la calle Estafeta. Me dejé llevar por su maravilloso ambiente. En la Plaza del Ayuntamiento la comparsa de Gigantes levantaba pasiones en niños y mayores, las cuadrillas bailaban y saltaban sin parar. La fiesta se presumía eterna.
A mi lado, unos enamorados susurran y sonríen. Algo cae al suelo, parece un anillo. Él se arrodilla entre la multitud. Coge sus manos y con la voz temblorosa, le pide matrimonio. Ella parece haberse congelado, el silencio se impone a la música de las comparsas. Y, de repente, un “No” rotundo suena con más fuerza que el ¡Pum! del chupinazo. San Fermín, acaba de empezar, aunque para algunos, parece el final.
 

FIESTA DE SAN FERMIN

Mario Torres Dujisin

Nuevamente soñé con Tavros, el toro con la mancha en la cabeza que conocí hace años en Pamplona durante la celebración. Al terminar la fiesta, cuando cantaban Pobre de mí, quedamos encerrados en un callejón solitario. Le conté las sospechas sobre mi mujer. Tienes razón, respondió, tu esposa, sucesora de la Virgen del Toro, pertenece a las descendientes perversas de la santa. ¿Qué va a hacer? Pregunté. Te desvalijará y desaparecerá con su amante. Ella sabe que te prevengo, por eso me cortará el cuello mañana a la hora del cuervo. No quiero morir, agregó Tavros, ayúdame.
Al despertarme, fui buscar a Javiera para que me ayudara a plantar flores. Sabía que no se negaría, le encantaba. La hice estar conmigo todo el día, dándole trabajos y agasajándola con vino, comida, con tal que no pudiera salir a matar a Tavros. Trabajó tanto que en un momento se durmió en un sillón. Al despertar, vio que hablaba con un empleado: algo grave ha sucedido y exhibió la cabeza sangrante del toro. ¿De dónde salió? Pregunté. Cayó del cielo, declaró el dependiente. Javiera se acercó, miró perpleja: Qué raro, soñé que degollaba a un toro que tenía una mancha en la cabeza.