POR SEGUIR CORRIENDO
Marisa Caballero Ruiz
Y año tras año, voy camino de Pamplona, con toda mi ilusión con ansiedad disimulada, mi vida trascurre en el aburrimiento diario, entre paredes soñando en que llegara como todos los años, (mi felicidad) que se realiza en el momento de cantar a San Fermín.
Solitaria camino día tras día, camino durante quince días el camino a veces solitario, a veces en compañía, pero de una manera o otra con ilusión de llegar al destino, convencida de que merece la pena por la alegría de participar en el recorrido.
Que decir de la emoción que siento al llegar, ni duermo esa noche, salgo por la mañana al primer momento, no quiero perder nada, llegar al lugar de salida cantar a San Fermín, el bullicio, las caras de felicidad, me sobrecoge los sentidos y canto en silencio tan en silencio que no oigo nada, pero gracias que mi visión es clara. Y cuando siento el estruendo. Salgo corriendo como una exhalación, el silencio es tremendo pero mi sensación de felicidad es inmenso.
Así repito y repito, año tras año, voy sintiendo la compañía, me cuelo entre las barreras, y respiro doy gracias por este sentimiento que vivo y suspiro.
MARÍA
Marisol Navarrete Piñol
María miraba con ilusión por la ventana de su pequeño apartamento en Pamplona. Era la época más esperada del año: las fiestas de San Fermín. Aunque siempre había sido una espectadora desde lejos, este año decidió sumergirse en la fiesta y vivir una experiencia inolvidable.
Con su pañuelo rojo atado al cuello y el corazón lleno de emoción, María se mezcló entre la multitud. El bullicio, los cánticos y el aroma de los pintxos le envolvían, creando una atmósfera única.
María se sumó a los encierros, sintiendo la adrenalina correr por sus venas mientras los toros galopaban a su lado. Bailó con pasión en las verbenas nocturnas, dejándose llevar por la música y el espíritu festivo.
Allí, conoció a un joven llamado Javier. Con sus ojos brillantes y su sonrisa cálida conquistaron el corazón de María. Juntos, recorrieron las calles estrechas, disfrutaron de la gastronomía local y se sumergieron en la esencia de San Fermín.
El último día de las fiestas, María y Javier se encontraron en la Plaza del Castillo. Entre lágrimas y risas, se prometieron volver a encontrarse al año siguiente. Aunque la fiesta llegara a su fin, el recuerdo de aquellos días intensos y llenos de magia perduraría en sus corazones.
DE LA FUERZA, EL IMPULSO Y LA NOBLEZA.
Marta Rodriguez Torre
Una mancha blanca y dos pinceladas rojas. El deseo rompe la espera, rasga el papel del amanecer. Luego suena el negro a disparo. Los ojos se agrandan, el pulso requiebra, el ritmo se llama empezar. Correr es una flecha donde el arquero apunta hacia el albero. Sabe el aire a cuerpos, a sexo, a encuentro. Se abren los poros de la piel y las lenguas separan los dientes. La historia salta a borbotones mezclando colores. En el negro de sus ojos hay rojo y amapolas crecen en el lustre zahino de los suyos.
La medida se crece mientras la distancia mengua. Ya se han borrado los contornos y los perfiles de las siluetas. Se confunden las bocas mientras se funden en la paleta del pintor los colores.
Una vez más amanece y en las luces las texturas saben a vino y a fiesta, a chupinazo que garabatea en el cielo la secuencia que queda en el óleo cuando se seca y los colores toman el protagonismo de la obra maestra.
Es hora de otro trago, de otra inyección de vida, de volver a repetir la espera de otro encierro , el territorio virgen de una luz que necesita los colores para vivir, para ser.
EN BLANCO Y ROJO
Marta García Arteta
Así se tiñe mi ciudad del 6 al 14 de julio.
– ¿Cómo que se tiñe? ¿Se pintan las casas?
– No, las personas se visten de blanco y rojo. Camisa y pantalón blanco como la cal y faja y pañuelo rojo como la sangre.
– Pero ¿para qué? ¿Es una fiesta de disfraces?
– No, es la fiesta de San Fermín.
– ¿Quién es San Fermín? ¿Es un hombre?
– No, es un santo. Es el glorioso San Fermín, que murió decapitado y por eso llevamos el pañuelo rojo anudado al cuello.
– ¿Y quiénes lleváis el pañuelo? ¿Solo los mayores?
– No, todo el mundo lo lleva.
– ¿Y por qué vais de blanco como la cal? ¿Porque sois muy limpios?
– No, porque es la tradición.
– Papá, ¿es como la tradición de que tú te llames Fermín y yo también?
– Sí, hijo, como nuestra tradición que pasa de padres a hijos.
– Papá, papá y ¿vamos a ir a tu ciudad?
– Sí, en pocos días, el 5 de julio.
– ¿Y veremos al abuelo Fermín?
– ¡Claro! Veremos al abuelo Fermín y a nuestro glorioso San Fermín.
POBRE DE MÍ
Marta Uriarte Rosagaray
Cuando las velas comenzaban a encenderse y el cansancio recorría la ciudad, resonó una canción melancólica por las calles. Era el himno que marcaba el fin de las fiestas y el adiós a los días de júbilo.
La multitud se reunió en la plaza del Ayuntamiento, entrelazando sus voces en un coro nostálgico. Las lágrimas se asomaban en los ojos de algunos, mientras que otros sonreían con añoranza. Las manos alzaron pañuelos y velas en señal de despedida.
El eco de la canción resonaba en los corazones pamplonicas, recordándoles la intensidad de la alegría y la efímera naturaleza de estas fiestas. Pero también, la esperanza de que el próximo año llegaría.
El último acorde se desvaneció y la multitud guardó silencio, despidiéndose con un suspiro colectivo. Las velas se apagaron y las calles quedaron en penumbra, pero la chispa de los Sanfermines permanecía en el corazón de cada pamplonica.
El canto era un recordatorio de buenos momentos, pero a la vez triste y esperanzador. Era un adiós temporal, pero también una promesa de renovación y reencuentro. Y así, con la canción resonando en sus oídos, se dispersaron por las calles, llevando consigo los recuerdos y la espera del retorno de las fiestas.