XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SAN FERMÍN QUE TODO LO VE

Carlos Otaduy Mazas

Tengo dieciocho años y cada vez que sale el tema del encierro me echo a temblar.
Mi tía enseguida empieza, que si tu tío corrió su primer encierro siendo mucho más jóven que tú, que si casi se lleva una cornada en la calle Estafeta, que si ya verás lo guapo que vas a ir de punta en blanco, con el pañuelico y el periódico enrrollado.

Y, a mí, esto de correr delante de los toros, me pone un nudo en la garganta.

No he pegado ojo en toda la noche. Acabo de comprar el periódico y lo voy enrollando camino a la entrada. Tengo la boca seca. El ruido de los corredores es ensordecedor. ¡A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón…! ¡El cohete! ¡Los toros!

Corro con toda mi alma mirando a todos lados. Un miura se ha parado justo delante de mí. Un pastor cruza como una exhalación y se lleva al animal. Sigo corriendo. Me suena el móvil. Es un whatsapp de la cuadrilla. Me paro a abrirlo y me pasan por encima toros, morlacos, corredores y tres británicos muy perjudicados.

Eso te pasa por tonto, me ha dicho San Fermín.
 

EL TIEMPO NO PERDONA (Y MENOS EN SANFERMINES)

Carlos Campión Jimeno

Era el último de la cuadrilla que asistía a los toros. Ya subía los escalones del tendido martilleado por la resaca, cuando una cazuela de ajoarriero ajeno se amotinó derramándole un vistoso aceite sobre los pantalones.
Prodigiosamente, de cielo llovía vino, cava y otros líquidos sin identificar, también sólidos como fruta, pan, incluso cabezas de gamba, que hacían maridaje con el caldo del bacalao que ya llevaba encima.
A escasos centímetros de su cabeza, el despiadado aporreador de un bombo le removía las meninges al tiempo que le hincaba la rodilla alternamente en los dos omóplatos, cada vez que daba rienda suelta a su martirio sonoro. Solo paró cuando metió el pie en otra cazuela de chilindrón, salpicándole la camisa generosamente de sospechosa salsa. Al incorporarse para manifestar amigablemente su disconformidad con el hecho, recibió en la cara el impacto del bombo, que se giraba con su portador por ignoto motivo. Como desagravio de su agresor, tuvo que aceptarle un vaso de zurracapote, que estaba a temperatura de consomé.
Reparó en que todo lo que antes le divertía y le gustaba, ahora le molestaba.
Al enésimo rodillazo en la espalda, sentenció interiormente: me estoy haciendo mayor, el año que viene me voy a sombra…
 

¡POR FIN!

Carlos Guzmán Pérez

Sudores, frio, calor… las extrañas y contradictorias sensaciones le impedían conciliar el sueño.
Tic, tac, tic, tac… el segundero del despertador ubicado en la cercana mesilla le recordaba que la noche iba corriendo y que todavía no había logrado pegar ojo. Poco a poco, en una lucha prácticamente perdida, las horas de descanso se iban escapando irremediablemente ante él. A buen seguro su cuerpo las echaría en falta durante los próximos nueve días…
¿Nervios? ¿Ansiedad? Tras casi tres largos años de agonía aquella noche suponía la última etapa de una insólita carrera de fondo jamás imaginada. Pero por fin se alcanzaba a vislumbrar la deseada meta. El torrente de emociones que le había tomado preso le atenazaba el cuerpo y agitaba el pensamiento. ¡Ya solo quedaban unas pocas horas!
¡Ringgggg! El despertador ponía fin a aquella tortuosa noche justo cuando parecía que comenzaba a descansar profundamente. De un atlético brinco lograba salir de la cama y se abalanzaba ferozmente sobre el tirador de la persiana. El sol brillaba con fuerza. La ropa blanca aguardaba perfectamente colocada sobre una silla. El olor a café se colaba desde la cocina. No podía concebir mayor sentimiento de felicidad. ¡Por fin habían llegado las mejores fiestas del mundo!