TÚ Y YO
Miren Maialen Palacios Alonso
– Eras tú, con tus risas, con tu jolgorio, con tus prisas, eras tu quien me insistía, quien quería jugar, jugar a un juego peligroso donde yo después supe que no lo contaría, eras tú quien se apoderaba de mis ojos lentamente, mirada penetrante y ardiente, eras tu quien quiso ofrecerme la madurez en mi niñez, tú quien mutiló mi sentido del deber, la razón nublada por escapar a los pastos lejos de ese juego que nunca llegué a entender.
– Era yo, quien quiso rozar tu piel, yo, quien, de fiesta en fiesta, no supe que hacer, yo que a los san fermines fui para verte correr, ese fui yo, inocente e insolente, ni te vi ni te sentí, solamente creí en el placer del riesgo, jugué a ser un héroe, el benefactor de tu infierno.
– Eran ellos, un joven y su enemigo el toro, un toro y su enemigo el joven, y aquí acaban dos historias de odios.
Pasaron los años y las Fiestas de los Sanfermines siguieron siendo las mejores fiestas de toda España, pero con una gran diferencia, los toros de hierro y los jóvenes alocados sin riesgo.
EL FUEGO DEL AMOR
Míriam Ayesa Sagüés
Recorre los 204 metros de distancia en menos de 7 segundos. Desde lo alto, observa a un grupo de jóvenes sentados en la hierba, cenando bocatas de txistorra y bebiendo kalimotxo; una pareja de ancianos agarrados de la mano y con las chaqueticas sobre los hombros, por si luego refresca; la familia con los niños que corretean, sorteando a la multitud.
Se escucha una música animada y el aire está impregnado de cientos de olores apetecibles. Una enorme rueda luminosa gira sin parar en el horizonte.
Súbitamente, percibe el calor de un volcán surgiendo de sus entrañas, un sísmico temblor se apodera de él, y comienzan a desdibujarse los rostros de las personas que le observan boquiabiertas.
Percibe que su final es inminente, y se resiste, pues esos pocos segundos de vida no son suficientes para disfrutar de tan majestuoso espectáculo.
Recuerda que el poeta Goethe afirmaba: “Un loco enamorado sería capaz de hacer fuegos artificiales con el sol, la luna y las estrellas, para recuperar a su amada”.
Y, mientras explota en una miríada de luces rojas y blancas en forma de corazón, suplica reencarnarse en astro para poder deleitarse con esta gloriosa fiesta para siempre. Se ha enamorado.
DÍA DE ENCIERRO
Miriam Romero Recio
– “Un caluroso día de Julio, línea de salida, Cuesta de Santo Domingo.
Estás rodeado de gente, pero eres presa de un silencio ensordecedor, la calma que precede a la tormenta. Sin demora se da la señal de comienzo, y un instinto de supervivencia primitivo se apodera de tí, ya no eres tú mismo, eres una cebra que huye de los leones.
Corres sin descanso, pasando por la plaza Consistorial, hasta llegar al final de la calle Mercedes.
Ese es uno de los momentos en los cuales recuerdas por qué hasta los ateos se acercaron a rezar al santo, unos míseros segundos donde se puede pasar de la nada a la tragedia, de ser libre a tener tu cabeza entre los dientes del felino. Pero cuando consigues salir de una pieza de allí, una sensación de infinito alivio recorre tu cuerpo, dándote el impulso necesario para continuar a lo largo de la eterna calle Estafeta.
Finalmente, casi dos minutos después alcanzas la meta, la gran plaza, y entre aplausos piensas que incluso con la sensación de peligro inminente que te ha acompañado durante el tramo, ha valido la pena”.
– Qué intenso, ¿pero dónde has estado?
– En los Sanfermines compañero, en los Sanfermines.
SOMOS
Miryam Teresita Acosta Martínez
Somos Sanfermines alegres entusiastas
corazón hinchado de emoción
en la tierra que nos vio nacer
o en tierras lejanas
mirando a través de nuestros padres y abuelos
somos todos y somos uno bajo el mismo cielo
envueltos con la misma bandera
esperando cada año el reencuentro
el abrazo fuerte
el estallido del grito contenido
ELIJO LA VIDA
Modes Lobato Marcos
El 7 de julio de 2023 fui a Pamplona, con intención de trabajar.
Pero entre la multitud, un mozo me dijo: «¿Qué haces tan sola?»
Y tomando mi mano, añadió: «En esta ciudad nadie es forastero. Acompáñame».
Y me dejé llevar.
Fue la mejor decisión de mi maldita existencia.
En esa semana cantamos y bailamos con las peñas, reímos, corrimos delante de los toros, hicimos el amor…
Y los sargazos de soledad y tristeza que habían enraizado en mi alma, se evaporaron como pompas de jabón.
Pero el último día de fiestas, abrazados en su cama, le dije que tenía que irme.
Y él, con lágrimas en los ojos, susurró: «Quédate conmigo, por favor».
Y acepté.
Después llamé a mi jefe, le dije que dejaba el trabajo y, tras salir a la calle, arrojé en un contenedor mi oxidada guadaña.