DOS DESCONOCIDOS
Pilar Velilla Flores
Toro bravo, de piel negra, como la noche más oscura.
Astas blancas como piedra caliza donde reside nuestro mayor temor.
Setecientos kilos de piel y hueso, que avanzan sin tregua por la calle Estafeta.
A escasos metros, una marea humana, roja y blanca, ansiosa por el encuentro de dos desconocidos, aguarda la señal para iniciar la carrera.
Son los primeros albores del día que tiñen el encierro de luz, donde marea y bestia se encuentran, se respetan.
La ola humana lo hace por temor, por tradición. El animal, sin embargo, por devoción.
Es una relación de amor- odio que comenzó en los espléndidos años 20 y así continuará mientras haya pamplonicos en esta tierra y Sanfermines que celebrar.
HOY, MILAGRO
Pilar Alejos Martinez
De nuevo, 6 de julio. Son las 12:00. El Chupinazo estalla sobre nuestras cabezas. Su pólvora se expande por mis pulmones mientras me anudo el pañuelo al cuello. Comienzan los Sanfermines.
Un año más, me mimetizo con las calles que bullen de blanco y rojo. Con el corazón arrebolado, me dejo llevar por el ritmo de las charangas y la alta graduación del aliento de las peñas. Recorro bares y tabernas hasta que resuena el Riau riau. Te busco entre la gente que celebra, abraza y sonríe sin medida. Igual mañana tenga más suerte.
Con el periódico en la mano, me uno a los cánticos a San Fermín y le pido que me eche un capotico durante el encierro. Inicio la carrera por las calles y enfilo hacia la plaza de toros, pero a la entrada se forma una montonera de corredores. Intento escapar deslizándome por debajo de la barrera. Una mano anónima me arrastra hacia adentro y esquivo el pitón en el último momento. Antes de sacudirme el miedo del cuerpo, quiero darle las gracias por su ayuda. Enmudezco al ver su cara extranjera. Aunque él no lo sabe, por primera vez reconozco mi mirada en los ojos de mi padre.
TENGO MIEDO
Pilar Maria Lorenzo Dieguez
– Tengo miedo.
– No te preocupes hijo, solo corre.
– Pero hay mucho ruido.
– Síguenos, vamos todos juntos
– ¿Y si me caigo? – pregunta.
– Te levantas rápido, así es la vida.
– No me gusta este plan.
– Es la tradición, somos de otra pasta- le explica su padre.
– Pero yo no soy valiente.
– ¡Claro que sí! eres de probado linaje. ¡Ya verás que emocionante es la carrera!
– No sé, no tengo buen presentimiento.
No había acabado la última palabra, cuando explotó un cohete y las puertas se abrieron.
– ¡Ahora, corre! – lo apremia el padre.
Y corrió. Corrió como nunca lo había hecho, por la casta, por su estirpe. Al llegar a la curva de Estafeta, resbaló, pero mantuvo el equilibrio y consiguió enderezarse. De pronto, ya no vio a nadie de los suyos y al volverse a buscarlos, en ese giro repentino, sus cuernos se hundieron en una masa blanda. Un reguero de sangre lo nubló la vista. Cabeceaba sin parar para desprenderse de esos pantalones que ya no eran blancos. Sólo oía el angustiado clamor del gentío.
– Papá, ¿Dónde estás? Tengo miedo.
Su afligido grito se perdió entre los de la multitud.
ABANDONADA
Purificación Pérez Martín
En la mañana la ropa salió por la ventana. Primero se fueron corriendo sus pantalones, más tarde una camisa algo arrugada extendió las mangas y se alejó hacia el horizonte volando, al poco su corbata favorita se lanzó al vacío para practicar puenting. Ariadna contempló como el desamor iba vaciando el armario, su presencia. Patinaron las lágrimas en sus manos y cuando los gritos se hicieron silencio, cerró la puerta de su otra vida y resurgió.
SAN FERMIN ME TRAJO A CHINO
Purificación Ferraces Cieza
Mis primeros diez años de vida los compartí con vacas y sementales en Salamanca. La finca “Taberuela” era mi hogar, donde mis tíos me enseñaron el significado de libertad, el respeto a la naturaleza y el amor a los animales. Mi compañero de juegos, carreras y trompicones era Chino.
Chino, era un cabestro de tres años, con un pelaje color melocotón, ojos pequeños y tendente a lamer insistentemente. Lo nuestro fue un amor a primera vista, y nos lo demostrábamos entre abrazos y lametones.
Llegó el momento de volver a mi casa, construirme un futuro “de provecho” y abandonar la vida asalvajada, como decían mis padres.
No me despedí de Chino. ¡No podía! Se me partiría el corazón.
Y Chino, según mis tíos, dejó de comer y emitía bramidos lastimeros frecuentemente.
Fue un 10 de Julio cuando varios amigos decidimos disfrutar de unos San Fermines, participando en el encierro. ¡Y llegó el momento! Estaba nerviosa, pero yo quería sentir la tensión de la carrera al final de la calle Mercaderes y el subidón de adrenalina en la famosa calle Estafeta, y allí mismo ¡me caí! Dolorida, giré la cara para encontrarme con un hocico conocido y un lametón inconfundible.
¡Por fin nos encontramos, Chino!