XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


FÉLIX

Ramón Fanés Gil

Fue de niño, con mis padres. No vi un toro, no me dejaron.
Estuve en bares, oliendo a pincho y viví, como hacen los niños, con los ojos muy abiertos.
Me había roto el brazo. Por eso no había ido al campamento. Enseguida acepté un viaje con mis padres.
Parada obligada fue Pamplona, con la gente alborotada al primer chupinazo.
La anécdota vino de la mano de Félix Rodríguez de la Fuente. Estaba en un bar repleto, sentado a su mesa, tomando pinchos.
Al vernos desorientados, nos ofreció sitio. No recuerdo qué dijimos, pero estábamos cómodos.
Félix observó que me bailaba un diente de leche. Pidió permiso a mis padres y, con una servilleta, me lo quitó.
Ese es mi recuerdo. También su voz. La reconocí al ver los programas de FAUNA.
Voy a Pamplona cada año. Lo hacemos desde Fonz, un pueblecito aragonés en el que tenemos casa.
Vamos al mercado y compramos toro. Nos garantizan la procedencia y nos cuentan el final del toro en la plaza. También nos llevamos piparras y alubias.
Todo Pamplona está más vivo. Es el espíritu de la fiesta que es eterno.
Andando vinos, perdidos por calles, busco aquel bar, siempre con esperanza, pero no sé volver.

 

PERDER POR 8 A 0

Ramón Ferreres Castell

Cada vez que los toros aparecen en pantalla aguardando en los corrales de Santo Domingo, la abuela y yo los observamos con detenimiento. Me concentro tanto que no me entero de nada más de la retransmisión. Lo que se enfadó el tío Alberto cuando lo entrevistaron instantes antes de correr el encierro y le comenté que ni me había dado cuenta, pero intentar ganar a la abuela es más importante. Tras fijarnos en cada detalle, su complexión, cómo se comportan, incluso el color ―yo los prefiero colorados o castaños; la abuela, azabaches o zaínos―, escribimos en un papelito qué astado pasará antes por delante de casa y, en cuanto escuchamos el cohete, salimos disparados hacia el balcón para comprobar quién ha ganado.

Lo pasamos realmente bien, aunque estoy un poco cansado de perder año tras año, encierro tras encierro. Dice que la experiencia es un grado, pero creo que hay algo más, quizá sea ayuda divida, siempre duerme con una estampita de San Fermín bajo la almohada. Llevo casi un año haciéndolo yo también, a ver qué pasa… Espero que, como mínimo, no me endose de nuevo un 8 a 0.  

(DE MÍ)

Ramón Francisco González Hernández

Algo que interesa, que sólo allí sabes que lo hay.
A pesar de las distancias, llegamos, nos encontramos con extraños de todos los puntos a una llamada sorda; entrelazamos amistad.
Con pañuelos, con fajas, o sin ellos, igual.
A pesar de indiferencias, el interés social surge porque somos humanos. Un día antes, a medio día, estallará el recordatorio.
Y muchos estarán.
Quedamos; cenamos, no nos conformamos. Una copa de amistad y reconocimiento siempre es bienvenida y abre puertas a mundos inesperados.
Un rápido descanso, o no, para ir a un desacorde encierro. Pues a la contra salen de ser presos, corriendo tan extasiados, que necesitan el de cabestros, pastores guíos a seguir; ofuscados:
¡muchos desafían al pasar! y corren delante; no detrás.
Otros sólo miramos, ni se nos ocurre situarnos en camino del que percibe va a la libertad; “vía estafeta” en pendiente.
Claro que esa es una más de las cosas de la gran fiesta.
La más “temeraria” pero además contradictoria: “A San Fermín pedimos…” igual pedimos nos guíe y nos dé su bendición: es obligatoria tal acción.
Aún así: sin los toros, sin los encierros, no hay fiesta: inconciliable.
(Pobre)/VIVA SAN FERMÍN.
A la contra.

 

UN SUEÑO EN SAN FERMÍN

Raquel Pinillos Noguera

Y llegó el 5 de julio, y una mezcla de nervios y emoción me invade. Ropa blanca lista, fajas y pañuelos «planchadicos» y último repaso con la cuadrilla: chicos, chicas, ¿Todo listo para mañana? ¡Qué «ganicas»! Cierro los ojos. Nos juntamos en la calle Pozo blanco para almorzar, cuando de repente ¡Pum! se oye el chupinazo y una marea de pañuelos rojos inunda las calles. Risas, cánticos y alegría están por todas partes, ¡así son nuestras fiestas! A partir de aquí, el ritmo se acelera y enlazo un sinfín de eventos: procesión, gigantes y cabezudos, encierros, peñas, conciertos, comidas de cuadrillas, fuegos artificiales, es un no parar. Pero lo mejor de estas fiestas, lo que más estoy disfrutando, es la gente: en Sanfermines nos volvemos «todos iguales», y no solo por la ropa, sino por esa sonrisa que llevamos todos en la cara, ese saludo por la calle a cualquiera que te cruces, aunque no le conozcas y esas ganas de disfrutar y celebrar estos días. Abro los ojos. ¡Pamploneses, pamplonesas, ya falta menos para los Sanfermines de 2024. ¡Viva San Fermín! Gora San Fermín! 

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN Y EL SILENCIO EMBELLECE.

Raquel Arriero Ventura

A pesar de lo sucedido, la churrería no podía dejar de funcionar en pleno San Fermín. En unos días reuníamos más ingresos que en todo el año, pero me hubiera gustado poder permitirme echar el cierre.
Natalia apareció como cada mañana, con rostro cansado, y no por haber pasado la noche de juerga. Después de un convulsa separación y años de malos tratos silenciados por el “qué dirán”, tocaba juicio por la custodia de Andrea y, con solo verla, podía intuirse que llevaba días sin pegar ojo. Le deseé suerte en los juzgados y se marchó a desayunar. El siguiente en la fila, un señor de buen porte y mejor clase social, — al menos eso aparentaba— recogió sus churros y, tras pagarme, me dijo con sorna: “Esa era la fulana de la que hablan las noticias, ¿verdad?, la que dice que la han violado”, añadió con ironía. “No señor”, respondí tajante pero sereno, “esa chica tiene hoy juicio con su exmarido, de la que usted está hablando es de mi hermana”.
Otro cliente le salvó de estrellarse contra el suelo por la embestida del bochorno, ofreciéndole una silla, aunque yo, para mis adentros, se la habría estampado en la cabeza.