MI TRAGEDIA GRIEGA
Raquel Lozano Calleja
El periódico enrollado en su hercúlea mano, apuntaba hacia la imagen de San Fermín junto al mío. Con sólo una mirada, sus ojos eclipsaron la cuesta de Santo Domingo y mi pulso.
Mi capacidad innata para la observación se fijó en el dibujo de su camiseta blanca y en la barbita descuidada a lo Anthony Quinn en Zorba el griego.
“Jroña que jroña”, dije con voz profunda y ligero pestañeo a modo de guiño. En realidad no sé qué significa, pero si es para vender yogures tiene que ser un bueno.
Soltó una carcajada y en ese momento supe que aquella boca sería mía. Comencé a cantarle al santo nervioso, no por los morlacos, sino por él. Mis ventrículos ya eran Troya y Esparta en la Ilíada.
El cohete deshizo el grupo de mozos pero yo le seguí de cerca. Aunque soy torpe por naturaleza, me sentía un Miura tras sus pasos, un Jandilla recortando su cintura… Pero tropecé y caí sobre él. La magia se desmoronó como en su día también lo hizo la acrópolis. Me llamó imbécil en un perfecto castellano y así lo sentí yo en todos los idiomas.
En fin, más cornadas da el hambre, pensé.
COMPARSA
Raúl Garcés Redondo
– Había unos reyes gigantes – relata eufórico el niño – También cabezudos. Y unos hombres a caballo llamados zaldikos. Pero los que más me han gustado han sido los kilikis. Mi preferido es el Berrugón. Tenías que haber estado, papá.
Y el padre le revuelve, cariñoso, el cabello al niño con la misma mano con la que, horas antes, sujetaba la verga de espuma.
BELLEZA ANIMAL.
Raúl Peñalba Gómez
Ava apuraba el primer dry martini de la mañana, apoyada en la barandilla del balcón de la primera planta de la calle Estafeta con Mercaderes. Estaba situado en la parte izquierda de la misma, lo cual le ofrecía una panorámica espléndida de casi toda la calle y de la famosa curva.
— Este Ernest sabe elegir bien—pensó—.
El cohete la sorprendió sirviéndose el segundo dry martini, encendió rápido un cigarrillo, arrojo el paquete de Chesterfield a la mesa y corrió hacia el balcón.
El colorido de la vista la excitaba sobremanera, la hipnotizaba sumergiéndola en un maravilloso trance. La masa de gente que cubría completamente la calle de color blanco con pinceladas rojas, subiendo a la carrera, muy junta, rápida e inestable, dejaba espacio a islas donde el majestuoso color negro avanzaba, sobrio, amenazante, seguro.
El impresionante choque bajo el balcón le erizo el vello, al mirar hacia abajo, el toro se erguía poderoso, ella fascinada le miro a los ojos y durante un breve instante sus miradas confluyeron, una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo. Suspiro, mientras le veía alejarse formando de nuevo su isla.
¡Entusiasmada, sonrió mientras exclamaba!: — «Ese sí es el animal más bello del mundo» —.
ME ENAMORÉ
Raul Tornay
Cuando la vi en la plaza me paralicé. Mi aliento hizo un parón y mi corazón explotó y se aceleró. Ella esperaba en la plaza con unas amigas, junto a centenares de personas que miraban hacia arriba aguardando el chupinazo. Llevaba un pañuelo rojo trenzado en el pelo formando una jovial coleta. No la conocía, nunca antes la había visto. Fue ese día cuando la vi y me enamoré al instante. Nació dentro de mí una llama, una ilusión, una alegría de vivir que jamás antes había experimentado. Me acerqué con timidez y quise decirle algo, pero el gentío y el ruido hacía difícil mi proyecto. Quise volver, asumiendo el fracaso. Pero, no pude. Algo me frenó dentro de mí. Era mi corazón que me decía que no podía irme. Me decía que era ella mi destino, que era ella mi amor, que no encontraría otra igual. Me llené de valor, cogí aire y me acerqué un poco más hasta ponerme completamente delante de ella. La miré, pero ella miraba arriba igual que el resto. No sabía qué hacer, no quería hacer algo mal. Deslicé mis dedos suavemente sobre su mano y ella bajó la cabeza y me miró. La besé y me besó.
LA SENDA SANTA
Raúl Pérez López
San Fermín es tan chiquitito, que ante él los gigantes parecemos nosotros. Así de generoso es.
Pero es duro. Aguanta todas las fiestas de los mozos. Porque también es muy alegre.
¿Sabes por qué es tan pequeñito y duro? Porque es como el hueso de un melocotón. Él está en el centro; y nosotros somos la pulpa que lo envuelve.
Quieto, firme. Parece que no hace nada. Pero, como el corazón del melocotón, sin él no palpitaría alrededor la vida…, extendiéndose, ensanchándose…, tierna y jugosa…, llena de sabor, de sonidos que morder…, gozosa en su exuberancia…, pero mantenida por el corazón firme y pequeñito de su interior. Como el corazón de una fruta.
—Ya lo sé. Me lo ha dicho las otras seis veces que hemos pasado por aquí.
—¿Era eso? Creía que veía repetido.
—Padre, por favor. Intente recordar dónde ha metido el coche.
—Ya te lo dije. En la guantera.
—No. Ahí es donde están las llaves de la iglesia.
—Entonces el coche está al lado de las llaves.
—¡¿Qué!?…
—¡Mira! ¡San Fermín!…
—¡Deje la bota!, que hará falta el vino para consagrar.
—…¿Sabes por qué es tan chiquitito?
—¡Señor! Este año sí que va a empezar tarde la misa de vísperas.