XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


13 DE JULIO

Cristina Fernández Mañas

Corrían las fiestas del 89, concretamente una tímida madrugada de un 13 de julio, y el antiguo “Espejo” como testigo. Testigo de un encuentro que les conquistaría para siempre. Testigo de ilusiones, de conversaciones y abrazos con sabor a litros de vino y alcohol acogiéndoles en la historia que, sin ellos saberlo, iban a escribir.

13 de julio siempre sonará a comienzo. A la primera vez que se vieron, que se reflejaron en los ojos del otro. Sonará a viaje. A viaje en compañía porque, los viajes, son como las personas nunca sabes qué dirección acabaran tomando. Sonará a casa y a gratitud porque San Fermín cruzase sus caminos.

Mucho tiempo ha pasado desde aquel encuentro pero la huella que deja el paso del tiempo no ha conseguido borrar esos mágicos recuerdos. Y aunque desde hace unos años, sus caminos tomasen diferentes peajes, cada año, ella vuelve a los mismos lugares. A esa misma madrugada. Vuelve a vivir un eterno retorno. A saborear ese trocito de vida como si fuese a durar poco. Porque recordar es volver a vivir.
 

EL SUEÑO DE LA LUCHA

Cristóbal Martínez Haro

Correr, luchar, superar mis límites y barreras. Gritar por dentro que nada puede pararte, ni siquiera sujetar o retenerte. Sentir el frío viento del alba rebotar en tu corazón a través del caliente pecho, mandando bandadas de pájaros a unas piernas que flotan sobre terciopelo de asfalto. Sentir la muerte llamando a empujones de adrenalina a las puertas de tu espalda pidiendo entrar hasta las entrañas. Llegar, someter la cobardía, crecer de orgullo por el dolor y la fatiga. Sufrir mordiendo y maldiciendo a un dolor que pide arrogante audiencia. Oír el corazón rugir bien afinado como un pura sangre enamorado de todas las mañanas de tu vida. Huir lejos de la tristeza maniatada por la mediocridad. Apartar a otros corredores salvando sus vidas anónimas. Enlazar zancadas perpetuas que se persiguen en busca de una adolescencia que se resiste a marcharse. Más de todo dentro de la nada. Entrar a la plaza y llorar cual guerrero vencido con el honor intacto. Pedir perdón una vez más a una madre agazapada. Llegar sin preguntar a los ausentes donde está el final de la carrera, porque no existe ese final.
Rogar a san Fermín de nuevo cuando termine de limpiar este maldito cáncer que me aprisiona. 

CONSOLACIÓN

Daniel García Rodríguez

Mis padres perdieron a mi hermano pequeño en San Fermín y los dos murieron de pena después de hacerme prometer que no pararía hasta encontrarlo. Aunque ya ni siquiera recuerdo cómo es, año tras año vuelvo a deambular entre la exultante multitud que abarrota las calles, buscando un niño de aspecto taciturno que vaya de la mano de algún matrimonio viejo y estéril, quizá comiéndose unos churros sin hambre o mirando al suelo al paso de los Gigantes y Cabezudos. Durante nueve días y ocho noches recorro plazas y verbenas, asisto a todas las competiciones infantiles de herri kirolak, participo en todas las tómbolas y me subo a todas las atracciones de las Barracas. Pronto tendré que jugarme la vida sorteando los montones de los encierros y empapándome de kalimotxo y sangría en bares y terrazas, porque según mis cálculos ya tendrá edad para que le gusten el riesgo y el alcohol. Pero sé que la búsqueda seguirá siendo inútil y que nunca podré encontrar una cara triste en estas fiestas rebosantes de alegría. Así que al menos me consuela saber que es feliz.