XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


RIENDO COMO NIÑOS

David Aguirre Molins

El cohete ascendió como una serpiente de bruma y pólvora. «El alma de los sanfermines pasados» pensó Rafa, desde la seguridad de un balcón para pensionistas. Luego los cabestros hicieron su entrada, y empezó la carrera más famosa del mundo.

«En el 72 los toros eran más grandes», recordó Rafa con nostalgia. Claro que entonces había corrido junto a ellos, y una cosa es mirar al río revuelto desde la orilla y otra muy distinta nadar en él. Recordaba vivamente el momento en que, tras una torpe caída, vió un enorme lienzo de manchas pardas pasar frente a sus ojos. Tan pronto la bestia pasó de largo, oyó la risa contagiosa de su amigo Santi, riendo como un niño en la acera contraria, y el vozarrón tenor de Pipo, quien, para templar los nervios, se había puesto a cantar un himno deportivo.

Rafa se preguntó si aquellos animales seguirían vivos. Decidió que sí, que no solo estaban vivos, sino que seguían corriendo con aquel ímpetu jovial, mientras daban saltos que ponían al mundo entero en resonancia. Era imposible que criaturas así perecieran. No sabía dónde, pero seguro que estaban vivos en algún lugar, donde seguían cantando himnos deportivos y riendo como niños.
 

NECESITANDO VIVIR

David Antonio Gil Zaro

Necesitamos vivir, pero no de cualquier manera.
Vivir y sonreír, viéndonos las sonrisas por fin.
Sonreír y disfrutar, sin barreras de por medio.
Disfrutar y sentir, para recordar tiempos pasados.
Sentir y  

DESPERTAR EN PAMPLONA

Deiver Romero Páramo

Esta es mi primera vez en Pamplona. Vengo de Colombia exclusivamente al Festival de San Fermín. Dicen que la fiesta está en todas partes: en la comida, en la música, en la historia de las calles y en las costumbres de sus habitantes. Ya veo que sí.

Estuve muchos años esperando este momento. Y por fin me encuentro en el ayuntamiento a pocos minutos del chupinazo que inicia la festividad. Un chico con traje blanco, pañuelo rojo y una prominente sonrisa se fija en mí. Se detiene en mis ojos; me sonrojo.

—El mejor momento es el encierro. Hay mucha adrenalina —me dice.

Para mí el mejor momento es cuando me invita a caminar por la Calle de El Redín y a comer churros en La Mañueta. Ahí me coge el brazo y me pide un beso. De fondo se escuchan los gaiteros entonando el Baile de la Era. Se acerca a mi boca; el ruido se intensifica.

—Bájele a esa música — de un grito me despierta mi mamá.

Me había quedado dormida frente al televisor que transmitía el Festival de San Fermín. Resignada me dije:

— El otro año sí iré — y continué comiéndome los churros que tenía en la mano.