A TI TE ESCRIBO
Diana María Domínguez
A ti te escribo, porque supiste antes que yo cuál sería mi linaje y te atreviste a fraguar tus costumbres en la descendencia que tan lejos de ti nacería.
A ti, porque exististe antes de que yo te viviera y lograste atraparme en tus fantásticas y desconocidas historias de reyes, en tus leyendas, mitología o cosas de brujas.
A ti, que luciste tus tradiciones y tus usanzas que se convirtieron en mi hoy.
A ti, que coronaste a aquellas mujeres tenaces, de rara belleza y aguerrida dureza que retaron al destino migrando hacia lejanos lugares. Y a aquellas que con poco pudieron continuar.
A ti, que criaste a tus machos cabríos, hombres audaces, dispuestos a desafiar una cornada a cambio de una bendición.
A ti te escribo, Pamplona, que acunaste un Santo patrón, una plegaria y una copla en su honor.
A ti Pamplona, que, con un viaje y mi destino, te encontré y me enamoré de ti.
A ti te escribo y te agradezco, por ser el solar heredado de mis ancestros, la verdadera sangre de San Fermín brotando en un pañuelico rojo y la pureza del blanco que lo honra.
Pamplona, sólo un momento nos separa y sólo un corazón nos une.
TELESANFERMÍN
Diego Paredes Salmerón
Seis de julio. Me siento nervioso. Pañuelo al cuello, júbilo y almuercico a punto; huevos, magras, chistorras y tomate. Rito comenzado.
Siete de julio. Madrugón. No me faltan tampoco las dianas a todo trapo al amanecer. Llego con tiempo a ver el encierro. Las calles todavía están húmedas. Percibo la tensión nerviosa instalada momentos antes de las ocho. En poco más de dos minutos todo pasa; el miedo, los sustos, los gritos, incluso los toros. Ya estoy, impoluto con mi camisa blanca y mi pañuelo rojo, haciendo cola en la churrería. La gente me mira con extrañeza.
Alguna de las mañanas veo los gigantes y cabezudos, y todas las tardes voy a los toros con la chica yeyé, el rey, el alcalde de sol y la pantagruélica merienda, siempre bien regada con sangría, carne de antiácido. Así hasta el catorce donde, pobre de mí, ya me quito el pañuelico. Vamos, un no parar.
Antes los Sanfermines me cabían en un formato 4:3. Ahora se ven mejor en un 16:9 y en HD. A veces también los llevo en la diminuta pantalla del móvil. Mientras, el salón de casa es la Plaza Consistorial, el cuarto de estar La Monumental y el pasillo la mismísima Estafeta.
ALGÚN DÍA
Dolors Pedrola
Desde muy niño, Telmo quería correr el encierro. Su abuelo Mikel le contestaba que aún era pequeño pero que algún día llegaría el momento. Ese “Algún día” del abuelo se repetía cada siete de julio.
Al cumplir los dieciocho años, Telmo, por fin, podría hacer realidad su sueño. Pero una tarde de esas en las que la mala suerte sale a hacer de las suyas, un conductor atropelló a Telmo. En el hospital, la vida abandonó su cuerpo, pero su corazón siguió latiendo dentro de Curro, un chico de Sevilla. Poco después del trasplante, a Curro le entraron unas ganas enormes de correr el encierro. Algo que nunca antes había sentido. Esas ganas le venían del corazón. Pasados unos años de su trasplante, el médico le dio permiso.
Durante el recorrido del encierro, la casualidad, o no, hizo que Curro y el padre de Telmo cruzaran sus miradas. Natxo, el padre de Telmo, sintió un escalofrío cuando en la mirada de Curro le pareció reconocer a su hijo, y Curro sintió como si conociera a ese hombre. Al finalizar el encierro, Curro tenía una profunda sensación de plenitud. De alguna manera, aquel “Algún día” que el abuelo de Telmo le decía de niño, llegó.