NO HAY QUINTO MALO.
Francisco Javier Igarreta Eguzquiza
Carlos había dejado definitivamente sus estudios. Con la mente aún convulsa y su vieja maleta a cuestas llegó a Pamplona. La estación era un anárquico guirigay. Quedaba poco para San Fermín y se mascaba la fiesta. Al ir a coger la Villavesa, fue incapaz de reaccionar cuando vio cómo un individuo de apariencia intachable derribaba a una señora arrebatándole el bolso . Mientras las asistencias atendían a la mujer, colaboró con la policía, tratando de perfilar los rasgos del malhechor.
Carlos llevaba varios años sin venir a sanfermines, pero para el día diez parecía un consumado peteuve. Aquella mañana la tía Josefa les hizo sitio en su balcón de La Estafeta. Cuando la manada asomó por la curva, toda la emoción contenida explotó en un griterío ensordecedor. Dos mansos abrían paso a la torada de César Moreno. De pronto un astifino berrendo en negro, de nombre «Justiciero», se fijó en un mozo atildado que con gesto descompuesto buscaba dónde agarrarse. El morlaco hizo por él y lo volteó. Tras salir milagrosamente indemne, fue detenido como sospechoso del robo de marras.
Por la tarde, Justiciero salió en quinto lugar. Empezó titubeante, pero después se vino arriba y fue indultado por su bravura y nobleza.
CON ELLA EN LOS TALONES
Francisco Javier López Martín
No será que no quise venir antes, claro que quise venir antes, hasta me llegué a apunta a uno de esos autocares que fletaba el ayuntamiento de mi pueblo para disfrutar a tope los Sanfermines. Siempre me echó para atrás esa sensación de manada, no se me entienda de forma peyorativa, esa sensación de masa informe, de abandono en brazos y a merced de corredores inexpertos, bebedores avaros y comedores compulsivos en los que los he visto convertidos en las fiestas del pueblo. Hay que perder la vida algún día, pero no es necesario perderla en manos de otros. Así que aquí me tienes, ahora que ya no dependo de nadie, ahora que bebo en todas las bocas, corro con todas las experimentadas piernas de los mozos, miro con los ojos que más me apetecen en cada momento. Aquí me tienes porque nunca es tarde para disfrutar San Fermín y porque la vida y la muerte son conceptos que ya se me escapan porque son la misma cosa.
UN SUEÑO DE VERANO
Francisco Javier Alameda Barrasa
No podía dormir, así que abrí un libro y me puse a leer hasta que sucumbí al sueño.
Me desperté enseguida. Una gran algarabía entraba por la ventana. Me vestí rápido y salí a la calle, con la intención de dar un paseo. Al salir del portal, me percaté de que no me encontraba en mi edificio. Me fijé en la placa que tenía justo enfrente. Curia Kalea. Desde allí, di un paseo hasta llegar a una preciosa catedral. Por la calle, solo veía a hombres y mujeres con pañuelos rojos y camisetas blancas. Miré mi ubicación en el móvil. Me hallaba en Pamplona, en plenas fiestas de San Fermín. ¿Cómo había llegado hasta aquí, si yo vivía en otra ciudad?
Me dejé llevar y seguí con mi paseo. Callejeé por Calderería y Estafeta, donde me encontré el vallado de los encierros. Continué caminando por la calle de la Chapitela hasta la plaza del Castillo. Entré al Café Iruña, donde me quedé dormido tras tomarme una humeante taza. Al despertar, me encontraba de nuevo en mi vivienda, lejos de Pamplona. Todo había sido un sueño. Miré el libro que tenía en la mesilla y entonces lo entendí todo. Era Fiesta, de Ernest Hemingway.