XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


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Francisco Javier Aramendía Araiz

Eran cerca de las doce, en breve tirarían desde el Ayuntamiento el cohete anunciador de las fiestas de San Fermín. La imposibilidad de entrar en la plaza por tanto gentío, hizo que me encaminase a la Plaza del Castillo, no quería perderme ese comienzo que te hace cambiar por completo. Multitudes de todas las edades adornaban con sus vivos colores una ciudad rebosante de alegría, ya no hay penas, las caras han cambiado y sus ojos irradian felicidad que se contagia. No hay grupos que no lleven sus botellas de cava para brindar por el Santo, esparciendo la salud a todos. El lugar rebosante no deja huecos, de repente veo una marea roja de pañuelos al viento y un mundo chillando juntos «San Fermín». Los pelos se te ponen como escarpias y un nudo en la garganta hace que se te escapen las lágrimas. El momento esperado, se escucha un estruendo lejano, ha estallado la fiesta, y la plaza ruge al unísono un grito que llega hasta el mismo Santo, «San Fermín», «San Fermín», una y otra vez sin descanso. Ya no eres un extraño, eres un pamplonica más con un pañuelo anudado al cuello, en una gloriosa ciudad vestida de rojo y blanco. 

RITUAL

Francisco Javier Cano Santa Bárbara

Suena el despertador a las seis de la mañana. Cada vez me cuesta más levantarme tan temprano. Por primera vez, estoy algo nervioso. Ducha fría, café caliente. Ropa planchada y zapatillas limpias. Unos rezos al santo y salgo hacia la calle Estafeta periódico en mano. Sin darme cuenta llego a nuestro lugar y saludo a los habituales. Salto con los pies juntos para calentar mis ancianas piernas, mientras hago la cuenta atrás de los pocos encierros que me quedan. Cada metro tiene una historia detrás, cada cicatriz. Concentrado, miro al suelo y recuerdo las innumerables veces que hemos salido desde este punto. Suena el cohete, cierro los ojos y beso tu foto que guardo en el pecho. Como si te llevara de la mano, empiezo a correr y aprieto con fuerza el diario con tu esquela. 

¿Y EL NIÑO?

Francisco Javier Torres Gómez

Día grande cargado de desasosiego. Todos preparados para el primer encierro y el pequeño no acude a la llamada. En el portal todos buscan a Iosu entre el estrepitoso ruido a tan tempranas horas. Llantos que acompañan al sentimiento de culpa por no haber prestado atención a quien se ha perdido. La euforia pudo una vez más con la prudencia y lo que fueron prisas se han convertido en el freno para los congregados en torno a la tragedia.
-Iosu, Iosu, llaman todos al vacío eco mientras las calles se tiñen de rojo y de blanco. Es la hora. Unos acuden al encierro mientras una familia se encierra en el dolor, en la desesperación, en la incomprensión, pero San Fermín, el bueno, escucha la llamada y permite que el pequeño regrese sobre sus pasos y al contemplar cómo lloran aquellos a los que conoce, congregados en lo alto de las escaleras, les recrimina que no sigan su ritmo para coger sitio, que ya les ocurrió el año anterior.
Milagro, y las lágrimas que caen son ya de alegría.
– Espera, Iosu, que ya vamos. Pero cuando decidas…
– Vamos, que llegamos tarde…
– Coge sitio. Te lo has ganado…
– Ama, ¡viva San Fermín!