XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SIETE TOQUES

Francisco Javier Yuste Córdoba

La madera del cercado es áspera, rugosa, pero parece emitir una cálida vaharada tranquilizadora. Manos hacia el cielo antes de empezar, musitando una plegaria.
Resuena el chupinazo, una caricia al pañuelo, reluciente cual llama a la luz matinal, y comienza la carrera.
El encierro está en su apogeo. Instintivamente tiende la mano hacia atrás y toca una piel viva palpitante. No piensa, continúa adelante.
Calle Estafeta, no puede esquivar un muro humano, rueda por el suelo, sintiendo su duro y frio tacto. La incertidumbre es tan espesa como el aceite.
Hace amago de levantarse pero siente que debe esperar. Instantes después, algo duro y afilado le roza. Ignora el ramalazo de terror y se alza; ¡hay que llegar!
El tiempo debe haberse congelado, pero al fin la entrada de la plaza de toros se vislumbra. Nunca va a llegar más logra cruzarla. ¡Lo ha conseguido! Da las gracias a San Fermín y siente el toque más especial, el abrazo de la persona amada.
Siete toques, siete caricias que jalonan sus Sanfermines y no, no me he olvidado del séptimo. Es esa promesa que flota en el ambiente, esa sensación de que ya falta menos para los de 2023.  

PARADA EN EL BAJO ARAGÓN

Gabriel Camero Martín

– Dirección Pamplona.
– Así es.
– Y dice que no va a Sanfermín, ya sabe… En estas fechas es extraño que desde tan lejos…
– Yo no he dicho eso – interrumpió.
– ¿Desde dónde me ha dicho que viaja?

Aquel tipo lo analizó minuciosamente. Dejó apoyadas sus gafas sobre la barra. Era un rostro duro, de tierras de secano. Unos cincuenta años. Cabeza calva y redonda como una bola del mundo. Sirvieron café para ambos.

– Y el coche aparcado en la puerta imagino que es suyo.
Asintió el otro.

Era aquella una venta situada en mitad de ningún sitio. Una carretera del Bajo Aragón. Los nuevos sistemas de riego habían dado vida a la comarca con eso del maíz y la almendra.

Volvió a decir algo sobre el encierro del martes. Habló de un torero.

Aquel tipo hablaba demasiado y él no tenía ganas de responder. Analizó las circustancias. Seguir conduciendo. El calor. El óxido de un abrebotellas. Una caja registradora. Su coche aparcado en la puerta.

– ¿Le gustan los toros?
– ¿Cómo?
– He pensado algo, acérquese. Acérquese y se lo cuento al oído – dijo mientras se escuchó un tintineo desde su bolsillo. 

ENAMORADOS

Gabriel Pérez Martínez

Sus amigos se enfadaron mucho cuando les dijo que iba a correr el encierro: aquello requería máxima concentración y él no hacía otra cosa que pensar en ella. Ignorando sus consejos, se plantó, sobre las siete, en la cuesta de Santo Domingo. Lucía esa sonrisa perenne, resultado de soñar despierto. Ni se enteró de que salían los astados en tropel. Allí en medio, con la mirada perdida, no movió un pie del asfalto. Los toros pasaron a su lado como si fuesen el viento, excepto uno, que caminó hasta situarse a un palmo de él. La gente gritó temiendo una cornada mortal, pero aquel toro no dejaba de mirar al cielo buscando la luna.