EL CORREDOR
Alejandro Ruiz Picazo
Mi momento es ahora. Mi padre estuvo aquí antes que yo y su padre antes que él. Es un lugar de gigantes, de privilegiados que se codean con los dioses. Estoy nervioso, ya queda menos para empezar a correr.
Van a ser unos pocos minutos, corriendo junto a sus hermanos, rodeados de entregados corredores. Hay ruido a mi alrededor, pero estoy centrado, el privilegio que es correr en esta ciudad, en este día, merece toda mi concentración.
Se abren las puertas y salgo corriendo, mi respiración se acompasa con el movimiento de mis músculos. La gente nos recibe con gritos de júbilo.
El clamor se hace ensordecedor al llegar a la plaza completamente teñida de blanco y rojo. Paseo victorioso por la plaza, cabeza alta, cornamenta apuntando al cielo. Hago mío el aplauso de esta ciudad que nos cuida y nos adora por igual. Que menos que correr por sus calles en estos gloriosos días de encierro.
Mientras en otros lugares los míos luchan hasta la muerte, aquí corremos en una procesión sagrada. En este día devuelvo parte del amor que esta ciudad me ha dado. Tras una última vuelta triunfal me dirijo al corral, con la sensación del deber cumplido.
LOS NERVIOS DEL AYUNTAMIENTO
Alejandro González Mariezcurrena
Un fuerte grito me despierta. Apenas he dormido. Podría culpar a los irunzarras que cada año se duermen más tarde y se despiertan más temprano. Pero en realidad son los nervios, del gran día. Tengo demasiados años y he renacido de mis cenizas hasta en dos ocasiones, pero cuando los primeros rayos de sol del día 6 de julio calientan mi cabeza, mis cimientos se retuercen ilusionados como un niño pequeño. Pasan las horas y mis terrenos se van tiñendo de rojo y blanco poco a poco. Algunas personas se quedan a hacerme compañía desde bien temprano, otras simplemente pasan camino a su tradicionalmente merecido almuerzo. Si en lugar de hormigón y escaleras tuviese un estómago, también comería unos huevos con txistorra para poder aguantar la que se viene encima. Va llegando la hora. Las cámaras de televisión me apuntan. Recuerdo que la gente realmente no está aquí por mí, así que me dejó llevar. El ruido me emborracha y cuando el olor a pólvora es acompañado por un fuerte estruendo, grito de felicidad con las miles de voces que me han sido prestadas. Y como cada año, mi corazón comienza a latir durante 8 días y con su primer latido comienza la fiesta.
LA ESTACIÓN DE LAS ALMAS ERRANTES.
Alejandro Placek Paularena.
Son las tres de la mañana de un Lunes 8 de Julio de 2.019 y , tras un periplo agotador, llego con mis hijos Manolín y Rocío a la estación de autobuses.
El exterior nos engaña y mi niña se pone una rebequita.
Me llamo Manuel. Venimos desde Alcalá de Guadaira, en Sevilla, y las 8 sale otro autobús que nos conduce a Sartaguda. Nos han contratado para la temporada de higo ecológico.
Mi chaval repara en un pañuelo abandonado en un banco y se lo amarra al cuello. Su hermana me insinúa en voz baja que, para menos de 5 horas que vamos a estar, al menos, que parezcamos pamplonicas;
el crío le lanza una mueca burlona, asintiendo.
Colocamos una maleta a modo de mesa y, junto a una especie de muralla, desliamos el papel de plata de nuestros bocadillos. Un grupo de personas, enfrascados en su típica indumentaria, nos ofrecen un trago de vino de una bota saltarina y botellines de agua para los chicos.
Nos vence el cansancio…
A punto de subirnos al autobús, algo parecido a un petardo nos llama la atención.
Mientras miro al cielo, se me ocurre pensar…¡ qué gente más apañá estos navarricos !